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sábado, 10 de septiembre de 2011

Casa y descendencia

Para los forasteros de nuestra tierra y también para actuales generaciones de aragoneses, no es fácil entender muchas de nuestras tradiciones y nuestras formas de vida dentro de nuestro derecho foral.
Es por ello, mi empeño en contaros lo que buenamente he podido recoger de boca de nuestros antepasados y que ha sido una constante en mis charlas con ellos. Y hoy quiero centrarme en algo para nada circunstancial y lo más importante en nuestra tierra: la casa aragonesa.
Porque como quiero explicaros, la casa era la institución familiar más importante como insisto, en nuestra tierra. La actitud de los miembros del grupo troncal, debía ser de incondicional dedicación a la casa. El trabajo era honrado y la desidia era menospreciada. Se entregaban al engrandecimiento del patrimonio y muchos refranes hacen referencia a esa condición: “Donde uno se muere muy farto… otro se muere muy laso”. Ser emprendedor o no serlo.
Lo más importante, incrementar los bienes de la casa, era artículo de fe entre los montañeses. Cada generación apuntalaba el patrimonio incrementando progresivamente los bienes. El desarrollo económico se ve plasmado en la arquitectura, pues cada generación ampliaba el cuerpo de la casa, agregándole un cuerpo o una dependencia nueva.
Mediano (Huesca) Casa Raval 1953
De los que se entroncaban en la casa –yernos y nueras- se esperaba el mismo empeño colaboracionista.  
El escogerlos era escrupuloso y los amos “biellos”  -viejos- estudiaban muy bien las virtudes y defectos de los pretendientes. Si alguno no reunía los requisitos, era rechazado demostrando la forma de pensar. “Ixe no se perderá en o baste de casa nuestra”.
A raíz de la integración de una choben –nuera- la casa registraba un espaldarazo económico y el vecindario no se frenaba a la hora de dar elogios: “Desde que acudió la choben a la casa, bien que an sacáu los pies de la alforja”.
Los hijos en la sociedad aragonesa, eran semilla de la prosperidad. A la fertilidad se la invocaba con los típicos “trucadors” –llamadores- faliformes. Había necesidad imperiosa de descendencia. Un refrán montañés lo muestra claro: “De campo lejos y fillos tarde, Dios me libre y me guarde”.
La falta de descendencia era tratada bárbaramente, calificando con términos crueles a las mujeres que no eran capaces de concebir. Se llegaba a tratarlas de machorras, una palabra pastoril que significa estéril. Este criterio se muestra en algunas mazadas alusivas a este estado de cosas: “La mujer que no cría… labrar podría”.
La institución del mayorazgo estaba muy difundida en el derecho aragonés. Era la conservación de la casa y el mantenimiento de ella, y ello traía este derecho para que la casa nunca tuviera particiones, sino que se fuera ampliando con las dotes aportadas en los matrimonios.
Esa solución familiar generaba disconformidad y sentimientos amargos en los segundones o desheredados, que se sentían frustrados por esa tradición exclusivista y por eso los dichos populares se hacían eco de esa situación familiar. Trataban de encontrar acomodo en otras casas y para ello trataban de dar categoría a sus personas y tratar de reducir la del heredero. Uno de ellos muy corriente da fe de ello: “Inamorate niña de los segundos, que los herederos de ahora son unos zamandungos”.
Pero el principio de indivisibilidad del patrimonio, impedía al segundón la propiedad de la casa. Si quedaba soltero acabaría siendo el “tión” –soltero viejo- de ella y acabaría como un brazo para seguir levantándola a cambio solo de la ropa, comida y cama en ella. Por eso se trataba de acomodarse en otra casa donde el “hereu” –heredero- fuera para una “muller” –mujer-, y convertirse en amo. Lo normal, donde había posibles, era dar estudios a los desheredados, y así nos encontramos a grandes saputos que salieron de la casa y que luego en las grandes capitales supieron crearse una nueva vida. Para cantidad de ellos por la gratuidez de los estudios, fueron los Seminarios su principio de estudios y una gran mayoría optando por hacerse sacerdotes.
Fundar casa en un medio sobreexplotado y con una rigidez antigua en el régimen de propiedad era un suceso extraño, de ahí que cuando alguno fundaba alguna casa, un patrimonio nuevo, a esa casa se la solía denominar con un adjetivo pirenaico –cabalero- y que se da para llamar en algunas aldeas aragonesas. Cabalero viene de cabal, de pecunio. Se llamaba de ese modo al mozo que no estando destinado para heredero, por ser segundón, gracias a su tenacidad había logrado hacerse con un capital y lo había invertido en comprar patrimonio y fundar una casa. Casi siempre era un tión preto, es decir, un segundón ahorrador.
Erigir una casa era un acontecimiento enorme. Los dueños para celebrar la efemérides hacían un festejo que recibía el sobrenombre de la “lebantadera”.
Se colocaba un ramo vegetal en la “cernillonera” –caballón del tejado- y se convidaba a un ágape ritual a toda la vecindad. El ramo vegetal encarnaba la prosperidad y perpetuidad del hogar que nacía en ese instante.
Comenzaba la vida de otra casa aragonesa.

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