Datos personales

Mi foto
ZARAGOZA, ARAGÓN, Spain
Creigo en Aragón ye Nazión

lunes, 27 de junio de 2011

La Campana de Huesca

 Hoy me apetece hablaros de la Campana de Huesca, nuestra leyenda más emblemática. He dicho leyenda.
Pero bueno, ¿al decir leyenda quiero significar que cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia? ¡Que no se me ocurra!
Tengo una fe profunda en las leyendas y no estoy de acuerdo con la definición que de ellas hace el Diccionario de la Real Academia: “Relación de sucesos que tienen más de tradicionales o maravillosos que de históricos o verdaderos”.
Es más, ahora que no me lee ningún catedrático de Historia, y si me lee, que se jibe… cuando me encuentro con una contradicción entre la historia y la leyenda, yo me quedo con la leyenda. Y explico mi postura: la historia antigua está tomada de las crónicas.
De acuerdo. ¿Y quién escribía las crónicas? Los cronistas, claro. ¿Pero quiénes eran los cronistas? Unos señores pagados por el rey para escribir. .. ¿Para escribir qué? ¿Los acontecimientos reales o las cosas que el rey quería escuchar? Es evidente que esto último, y el cronista sabía que si su majestad no aparecía claramente como el más valiente, el más guapo y el más inteligente, se jugaba su cocido. Por eso no tengo excesiva fe en los cronistas. La leyenda, en cambio, está inspirada en un acontecimiento vivido por el pueblo y transmitida de generación en generación.
Ramiro II el Monje
Es la tradición oral. Es verdad que el pueblo es poeta y lo idealiza todo, lo adorna y en algunas cosas lo exagera. Hay que saber quitar esa hojarasca para quedarnos con la verdad.
Lo de la Campana de Huesca no se tiene en pie a la luz de la ciencia histórica. Pero sí a la de la voz popular. Vamos con ella y luego examinaremos lo que la ciencia dice:
Ramiro II no había nacido para rey. Prefería con mucho la paz del convento y allí decidió pasar su vida en oración y tranquilidad. Las cosas se le complicaron a la muerte de su hermano don Alfonso I el Batallador, que dejaba huérfano el trono al no tener sucesión. El buen Ramiro, entonces fraile benedictino y obispo electo de Barbastro y Roda, tuvo que abandonar el claustro para hacerse con las riendas del reino y contraer matrimonio con dispensa de Roma para procurar un sucesor. Y esto, precisamente, en el momento en que los nobles aragoneses andaban más desobedientes y revueltos, por lo que pensaban ahora lo fácil que sería humillar al monje, poco acostumbrado a las armas y las intrigas. Pronto me lo bautizaron con el apodo de Rey Cogulla y, por supuesto, estaban dispuestos a no acatar ninguna orden suya que les resultase incómoda. Que el rey quería blanco, pues ellos negro.
Ramiro no sabía qué decisión tomar y pensó que su antiguo abad de San Ponce de Torneras, fray Frotardo -modelo de sabiduría-, le sabría aconsejar, y le envió un mensajero para exponerle sus problemas. El abad escuchó en silencio al mensajero. Nunca quebrantaba la regla del silencio si no era imprescindible. Le hizo una seña para que le siguiese al jardín, tomó unas tijeras de podar y, sin abrir la boca, fue cortando las cabezas de las flores y plantas que más sobresalían y lo despidió.
Un poco mohíno debió de volver el mensajero al palacio, pero Ramiro comprendió el mensaje y el consejo y preparó su plan: iba a fabricar una campana cuyo sonido llegaría a todo el reino.
Los nobles pensaron que ahora, además de tener un rey débil, lo tenían también loco, pero entre la obediencia y la curiosidad acudieron a ver la campana cuando el rey la tuvo lista y los invitó. La escena resultó dantesca. En el sótano del palacio se había construido una sala con bóveda en forma de campana y conforme iban entrando los caballeros, de uno en uno (Rui Giménez de Luna, Ferriz de Lizana, Roldán, Ramón de Foces, Gil de Altrosillo, todos los que más destacaban en su desobediencia), el verdugo les iba cortando la cabeza que colocaba en círculo en el suelo. El último invitado a ver la campana fue su secretario, el obispo Ordás. Hasta catorce cabezas contó atónito el prelado, pero no perdió la calma pensando que a él le respetaría:
-Famosa campana, majestad. Seguro que su sonido se oye en toda España.
-No es posible que se oiga -repuso el rey.
-Porque le falta el badajo.
El badajo -aclaró con calma pero con firmeza don Ramiro será vuestra cabeza, señor obispo.
Hizo una señal al verdugo. Él decapitó su ilustrísima y colgó su cabeza sobre el círculo de cabezas rebeldes.
"La Campana de Huesca"
Esta es la leyenda. ¿Y la historia?
Los historiadores, poco dispuestos a admitir la tradición del pueblo y discurriendo que no encajaba con la timidez y bondad del rey, bucearon por los archivos de los tres años que reinó el Rey Monje (1134 a 1137). y descubrieron algo parecido: don Ramiro había dado palabra al gobernador almorávide de Valencia de respetar el comercio entre los dos reinos. Pero en 1335, entre Fraga y Huesca, siete nobles aragoneses con sus huestes atacaron un convoy musulmán entre Fraga y Huesca. El rey quiso escarmentados y los mandó degollar. Los nombres no coinciden con los de la leyenda. La escaramuza estaba organizada por don Lope Fortuñonez de Albero, Fortún Galíndez de Huesca, Martín Galíndez de Ayerbe, Bertrán de Ejea, Miguel de Roda de Perarrúa, Iñigo López de Naval y Cecodín de Ruesta.
Éstas son las dos versiones, la de los historiadores y la de la leyenda. ¿Con cuál nos quedamos? Pues cada uno decidirá. Coinciden en una cosa: que hubo decapitados. Difieren en el número: los historiadores matan a siete y la leyenda a catorce; y los nombres que nos dan son diferentes.
Incluso en la versión que escribió Cánovas del Castillo en su novela “La Campana de Huesca”, incluye entre los muertos a Roldán y, sin embargo, otra leyenda nos lo excluye porque Roldán fue el único que escapó del rey gracias a su prodigioso salto entre las peñas de Amán y San Miguel, que dio nombre al Salto de Roldán. Cánovas no pone de badajo la cabeza del obispo Ordás, sino la del arzobispo don Pedro de Luna.
¿Y si las dos versiones fueran ciertas e independientes, es decir, que hubo dos ejecuciones distintas?
La bondad y timidez del rey. Pero la leyenda, siempre popular, tal vez nos quiere dar entre otras una moraleja clara: no te fíes de las reacciones de los tímidos... Cuando visitéis la Campana de Huesca, cuando la enseñéis a vuestros amigos forasteros, contadles lo que queráis. Pero una cosa es clara: que la matanza de los siete nobles por causa de los almorávides ha quedado en el olvido y el ruido atronador de la campana sigue resonando en toda España.

No hay comentarios:

Publicar un comentario