Cuando
bajo a estudiar desde la montaña a Huesca, había una parcela de trabajos agrícolas que todavía me era
desconocida: la huerta, y más en concreto, los frutales. Es verdad que mis tíos tenían un huertecico cerca
del río y de él cogían cuatro
patatas y cebollas, algún pepino y poco más para el gasto de la casa. y
cuando menos lo esperaba me salió una ocasión extraordinaria para conocer la huerta. Resulta que
un amigo de un amigo de papá le dijo
que otros amigos de Fraga andaban buscando mano de obra para recoger la fruta. Entonces no
existía la inmigración y esos trabajos los ejercíamos normalmente los
estudiantes. Nos servían para recoger algún dinero para poder mantener nuestros
pequeños gastos, ya nuestros padres tan solo pagaban nuestros estudios y muy
poco más. Yo me apunté enseguida, sin sospechar la paliza que me esperaba y, a los pocos días, caí
por Fraga, “la sultana del Cinca”, como
la llaman los fragatís.
Lo primero
que me llamó la atención fue su idioma. Hablaban una especie de catalán que yo
nunca había oído. Entonces me enteré de que Aragón es trilingüe: se habla
aragonés, castellano y catalán.
La gente
era encantadora y en cuanto aparecía yo entre ellos se esforzaban por usar el
castellano, que por cierto lo hablaban muy bien y nunca lo mezclaban, a no ser
que yo se lo pidiera para recoger en mi libretica las palabras que empleaban
para sus tareas y utensilios.
Hacía poco
que les había llegado el agua, pues antes de construir la presa de Barasona, la
comarca, lo mismo que La Litera, era secano y bastante pobre. Pero el canal de
Tamarite les dio un impulso esperanzador. Luego, al canal lo llamaron de
“Aragón y Cataluña”, que es como ahora se conoce.
Yo, de
Fraga, no conocía más que los higos, que llevaban fama en toda España y suponía
que mi tarea sería el recogerlos. Ya me relamía pensando en los que me echaría
a la boca. Me equivoqué de medio a medio. El higo ya estaba en decadencia y no
le hacían ningún caso.
Parece que
con el regadío los higos perdieron su calidad y al secarse se abrían, por lo
que poco a poco los hortelanos se dedicaron a otras frutas, que les dieron su
verdadera riqueza.
Pero aún
tuve la oportunidad de ver el trabajo del higo. Por cierto, que nunca había
visto higueras tan grandes como las de allí. Las escaleras que utilizaban para
recoger los higos eran larguísimas. Veintidós travesaños le conté a la más
larga que tenían mis nuevos amigos. Como los peldaños estaban separados un par
de palmos, la longitud total llegaba a los nueve metros, que ya es altura.
Allí se
encaramaban los hombres en la recogida. Iban provistos de unas cestas con un
gancho para colgarlas en las ramas y, cuando habían llenado su cesto, lo
descolgaban y las mujeres los recogían y pasaban a canastos grandes, que
transportaban luego sobre la cabeza hasta el secadero. Allí los colocaban en
cañizos para que les diera el sol.
La mayoría
eran higos blancos y muy grandes. Los cogían ya “pansidos” con toda la miel
hecha. Los que estaban un poco verdes todavía los ponían en cañizos aparte.
Mientras
hacía sol los cañizos estaban extendidos en lugar despejado y, a la noche, los
apilaban de diez en diez y los guardaban en un cobertizo. Lo mismo hacían si
llovía. A la mañana siguiente se desafilaban otra vez. Al cabo de cuatro o
cinco días, daban la vuelta a los higos, que ya los habían aplastado y, al
secarse una cara, los volvían para que el sol les diera en la otra. A los diez
días más o menos, ya estaban listos para la venta.
En mi
pueblo, en el que también teníamos alguna que otra higuera, lo había visto
hacer de otra manera: cuando se empezaban a secar se hacían unas ristras cosiéndolas con un hilo y se
colgaban. Antes había que enfarinarlos.
En Fraga, no. Se recogían sin más, como he dicho.
Los
almacenistas que los comercializaban tenían unas representantes -siempre eran
mujeres- que llamaban correderas y
que iban de huerta en huerta comprándolos. Con ellas se ajustaba el precio.
Tenían una
variedad que llamaban “coll de dama”, que la probé y me encantó. Era temprana y
negra, con una flor muy grande. Pero no daba cantidad suficiente para el
comercio.
Aunque los
fragatinos son muy abiertos y comunicativos, en la época de la recolección
apenas hacían tertulias. Cada uno iba a lo suyo sin parar de trabajar. Recuerdo
que el señor Pere solía decir: “Al tiempo de los higos no hay amigos”.
Como he
dicho, la llegada del agua hizo desaparecer los higos que perdieron, si no
calidad, sí “presencia”. Pero los ribereños se volcaron en otros frutales y
pocas regiones o ninguna de Europa pueden competir con ellos.
Era una
gozada ver las huertas, tanto en torno al pueblo como en lo alto. La mayoría
disponían de edificaciones en donde se podría vivir con toda comodidad (yo los
comparaba con las “aldeas” de Lanaja y ni comparación). Pero, como están a poca
distancia de la ciudad, ninguno las usa como vivienda. Eso sí, tienen sus
almacenes, cubiertos, depósitos de agua, todo.
Muchos
hortelanos contrataban “medieros” para
trabajar su tierra y pagaban con una pequeña parte de la cosecha. La huerta
alimentaba a sus animales, tocinos, conejos, gallinas y buena parte la pagaban
en especie. Además, el amo les facilitaba el estiércol con unas medidas
curiosas.
Para
remover la tierra, en vez de arados, utilizaban las “fangas” (en mi pueblo les decíamos “lías o bigós”), que
eran unos tridentes de hierro provistos de un mango vertical. Las clavaban
hondo en la tierra haciendo fuerza con el pie en el travesaño de las tres
puntas y, una vez hincadas, hacían palanca y sacaban unos tormos enormes. Pues
bien, por cada bancal de huerta que “fangaban”, el amo les traía una carretada
de fiemo de las parideras que tenía en el monte.
Yo le
preguntaba al señor Pere qué hacían durante el invierno.
-Trabajar
como todo el año. Claro que el verano es más duro, con la madrugada y la recogida
de la fruta bien al sol, como puedes ver.
-Pero los
árboles trabajan ellos solicos...
-No, no.
Hay que injertar, podar y, sobre todo, sulfatar casi continuamente.
Además si
un árbol carga mucho hay que esclarecer. Y todo esto de árbol en árbol. Cuando
has terminado en una huerta ya tienes que ir a la otra. Además, las distancias
no son nada cortas.
-El
término de Fraga es muy grande, ¿no?
-El
segundo de España. Sólo le gana Don Benito allá en la Extremadura.
-Escolti,
siñó Pere, antes los árboles eran muy altos. Ahora no los dejan crecer tanto.
¿Es que la fruta sale mejor en arbolicos chicotes?
-La fruta
es igual. No los dejamos crecer para ahorrar. Toda la labor se hace desde el
suelo; ya no es preciso utilizar escaleras. Mientras subes y bajas ya has llenado
un par de cestos.
-¿La
recogida de la fruta les lleva todo el verano?
-Todo.
Desde junio, que empiezas con la cereza y la fruta temprana, hasta casi San
Miguel. Y menos mal que viene toda escalonada.
-Por lo
que veo aquí cogen de todo, ciruelas, alberjes,
peras, manzanas, melocotones...
-Sí, hasta
mingranas, pero porque salen
ellas solas. No las trabajamos. Ni tampoco los higos, como te he dicho antes.
-¿Cuántas
clases hay en cada fruta?
-¡Huy!
Cientos. Las más antiguas que tenemos, que han sido de siempre de aquí, son, en
ciruelas, la claudia, el ancheleno y la fría. En albaricoques, el abridor y el pabió. En peras, la temprana,
el castell, magallón, limonera, blanquilla...En manzana, la
golde y la reineta. Pero te podía nombrar
cientos y cientos.
-Además,
todos tienen su huertecico para las cebollas, tomates, lechugas, y todo eso...
-Sí,
todos. Pero sólo para el gasto de casa. Eso no lo trabajamos para venderlo
porque nos llevaría mucho tiempo y no nos compensa.
En los
quince días que me pasé en Fraga casi me saco el "título" de
hortelano. Y casi almaceno sueño y agujetas para todo el año. ¡Qué madrugadas!
¡Y qué palizas de trabajar!
El señor
Pere era muy refranero. Yo iba apuntando en mi cuadernito los refranes que le
oía:
«Si
chillan las falcetas, riega tranquilo tu huerta».
«Donde
muere el agua, bien crecen las plantas».
«El que
quiere la col, quiere las hojas del alrededor».
«Es peor
hambre con sol, que pa cenar col».
«De
acelgas, un bancal, y de nabos, buen tornallo y tendrás pa cenar medio año».
«Si comes
almendricos, que te visite el medico».
«Con
pepino y con melón las tripas en el talón».
«Calabaza,
pepino y melón, de la misma familia son».
«Pepino,
ciruelas y calabazón, lo más apropiado para un torzón».
«En huerta
ajena, puedes llenarte la tripera».
«El agua
fuerte, pa tú, la lluvia fina, pa mí».
«Si riegas
con mucha agua, perderás de tu huerta la sustancia».
«La mejor
regada, la del cielo bajada».
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