La pregunta que la mayoría de veces se me hace: ¿Cómo sabe tantas
cosas de Aragón? Uno no sabe ciertamente nada. Cuando algo os cuento, no lo
digo yo, si no las personas que me lo contaron. Son preguntas y más preguntas en
la calle, en una solana y como yo las llamo, consultas. Pero no las de médicos,
que en la calle no están bien vistas. ¡Cuantos médicos nos podrían contar sus
experiencias en estas consultas! Muchas de ellas se hacen sin mayor intención,
fruto de una preocupación momentánea que se aprovecha el encuentro con el
médico. Ellos, claro, como es lógico, no quieren pasar por el aro. Conozco
algún caso entre el listillo de turno y el médico chungón:
-Una pregunta, señor medico, ahora que lo veo; cuando está usted
tan enfriado como yo, ¿Qué hace?
-Toser.
O como el médico de Agüero que pronto que los veía llegar, les
decía:
-Bien, bien, vamos a ver. Cierre usted los ojos y enséñeme la
lengua.
Y cuando los tenía así, se largaba.
Pero me voy del tema y es que un servidor soy adicto a las
consultas. No con médicos, claro, sino con los abuelicos.
¡Como ha cambiado todo! Esta frase así de chata y perogrullesca me
habría con frecuencia toda una fuente de información. Cuando ves un par de
ancianos en un carasol, silenciosos, graves, en actitud de espera (¿espera de
quien?), me acerco a ellos sin dudar para darles los buenos días y hacer el
comentario meteorológico de turno que es la conversación de los que nada tienen
que decir. Les ofrezco un cigarrito, lo encendemos y como quien no quiere la
cosa les comento: “¡Como ha cambiado todo!” Y ya está:
-¿Qué si ha cambiado? Mira, en mis tiempos…
Y ya lo difícil es hacerlos callar. Tienen muchas cosas que contar
y nadie que les escuche. Y ellos son los que saben.
En nuestros pueblos ya no hay niños. Tampoco hay jóvenes; están en
las fabricas de las ciudades. Solo hay viejas y viejos. Ellas en la cocina o
con un trapo en la mano dando vueltas por la casa porque “siempre hay algo que
hacer”. Ellos, cuando hace sol, arrimados a esa pared que también conocen. Si
hace malo, en la mesica de la cocina o sentados en la cadiera.
Mediano-Sobrarbe (Huesca) 1935 |
Con su filosofía. Con su mirada ausente. Como si su atención
estuviera hacia dentro, por que hacia fuera nada vale la pena. Sueñan, añoran,
recuerdan, esperan (¿esperan qué?) ¡Y que visión más exacta de las cosas!
Recuerdo la salida de aquel anciano que llevaba de la mano a su nietico. El
niño tiraba del agüelo:
-Corre yayo, que llueve.
-Y para que vas a corres, hijo, si más allá llueve también.
Y con sorna. ¿Hablan en serio o en broma? Como aquella pareja. El
uno comentaba mirando las nubes:
-Si el cielo sigue así, mañana tendremos un tiempo u otro…
-¡Hombre!, no quiera Dios.
Y la crítica. Por supuesto mezclada siempre con el sentido del
humor. El humor es lo único que no ha abandonado a nuestros pueblos. El día que
se nos vaya, ya podemos plegar.
No lo oí yo, no, me lo contaron. Lorenzo es un mesache de Apies,
formalico y tal. Sobre todo, tal. Aquella noche estaba viendo la televisión en
el teleclub del lugar. Era el 20 de junio de 1969 exactamente. Eran los
primeros tiempos de la tele en España y, para los lugares que no tenían otra
diversión, era fuente de entretenimiento continuo y de continua admiración,
como auténtica ventana al mundo. ¡Que de cosas pasaban, y nosotros sin saberlo…
)
La gente estaba asombrada, sobre todo aquella noche, y no era para
menos. El hombre, por primera vez en su historia, llegaba a la luna.
Allí estaba en la pantalla el vehículo espacial alunizando y
Armstrong se daba un paseo sobre la romántica luna, que ahora resultaba
demasiado fea.
Todo eran exclamaciones de asombro. Lorenzo en cambio, miraba la
escena con una puntica de ironía. De pronto se levantó de la silla y salió a la
calle. Volvió a entrar sonriente (cuando Lorenzo reía es por que la iba a
soltar):
-¿Sabéis lo que os digo? Que nos han engañau. Todo eso es mentira.
¡Que esta noche no hay luna!
Si
me fuera posible el diálogo y tuviera nietos, que no los tengo, les contaría lo
que cada día intento comentaros.
La
cultura de un pueblo no se ha transmitido de padres a hijos sino de abuelos a
nietos. Son dos extremos que siempre se han entendido perfectamente.
El
abandono de los lugares por la juventud, los pisos pequeños, las residencias de
jubilados, han cortado ese hilo de comunicación. Si se tiene la suerte de
convivir juntas las dos generaciones, la televisión, actividades preescolares y
el actual contorno de la vida, obstaculizan el diálogo.
Hoy,
si se puede hablar de dos mundos diferentes. Los mayores, que miran al pasado
con nostalgia e intentan adaptarse a los piensos compuestos que engullimos a
través de las carnes y pescados, los electrodomésticos, la circulación de las
calles, los medios de comunicación, y los pequeños, que confunden el trigo con
la cebada, los animales con el circo y viven de cara al mañana adentrados en el
consumismo y el confort, con la convicción de saberlo todo y ser ellos
únicamente los que han hecho posible el progreso.
Es
por esto que quiero resucitar a nuestros antepasados. La historia de Aragón no
la hicieron historiadores sino nuestras gentes. Y quiero abrir esta historia:
la tradición. Desde este puesto, intento dar vida a nuestro pasado, en la
confianza de llegar a conocerlo y entenderlo. Y ojalá consiga que lleguemos
todos a querer un poco más a esta tierra, después de saber de donde procedemos.