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domingo, 26 de enero de 2014

Los olivos “as oliberas”

El olivo es un árbol que simboliza la luz y la paz y el aragonés utilizó sus ramas como talismanes para proteger mágicamente los sembrados del pedrisco.
En las culturas mediterráneas se le consideraba sagrado y era objeto de adoración. La cultura griega personificaba en el olivo a la ciencia y la sabiduría, por lo cual se lo consideraba habitáculo y contrafigura de la diosa filosófica Minerva.
En el Altoaragón la recolección olivarera era ardua y cruda y empleaba numerosa mano de obra. Los  propietarios de grandes campos olivareros, los años que las cosechas eran óptimas, concluían en fechas tan tardías como el mes de abril. Y eso que la peonada trabajaba a destajo.
Los propietarios acaudalados monopolizaban los molinos aceiteros, y les correspondía proceder al acto de untar el molino o efectuar la primera molturación para engrasar el molino y que el funcionamiento fuese apto. El molinero contratado agasajaba a los que se reunían para la molienda con el tradicional pan tostado impregnado del primer aceite. Las familias que no tenían derecho o acciones en el molino debían satisfacer –con aceite o a trueque- a los amos de las casas que ostentaban el monopolio molinero.
Algunas aldeas tenían una fuerte dependencia económica de este cultivo. Este era el caso de la localidad de Bierge, en la tierra de Alquézar. En esa población la abundancia o carestía de muestra -inflorescencia- (flor), suponía en cierta medida la miseria o la abundancia. Una mazada refleja la supeditación del bienestar comunal a la cosecha de olivas.
Dice así la mazada: "Un anciano le preguntaba a un mozo... ¿de dónde eres?.. y el mozo, con orgullo, casi insolente le respondía... ¡de Bierge y con muestra! (eso lo decía cuando la recolección olivarera había sido abundante). Pero si el año había resultado malo, el mismo mozo respondía en tono acongojado y patético... ¡de Bierge y sin muestra!" Una recolección olivarera próspera hacía alegre y orgulloso al vecindario y una cosecha mísera transformaba el carácter de la vecindad y producía el abatimiento personal.
Todo el somontano de la sierra de Guara era muy olivarero.
Una vieja superstición, difundida en muchas de las aldeas somontanesas, perduró en la cultura oral. Según una tradición el día de la Virgen de Marzo se daba una circunstancia naturalista esencial: s'empreñaban las oliveras. Era el veinticinco de marzo, el equinoccio primaveral. San José y la Virgen de Marzo bien pudieran ser advocaciones substitutorias de antiguas divinidades vinculadas a la fecundidad de la naturaleza generatriz, como Atis y Cibeles, a quienes se rendía culto en los grandes festivales primaverales romanos. La versatilidad litúrgica de las tradiciones campesinas y la mentalidad que subyace en la espiritualidad de esos ceremoniales nos hacen pensar que proceden de épocas remotas del pensamiento humano.
Por tierras de Ayerbe y en otros pueblos somontaneses los campesinos pensaban que la luz debía mantenerse invicta ante las lúgubres tinieblas, sobre todo en la noche equinoccial de la Virgen de Marzo. Las lamparetas, bien llenas de aceite, debían mantenerse toda esa noche mágica encendidas, pues si se amortaba la lumbre la cosecha aceitera sería raquítica. Los niños de los lugares, en la amanecida, corrían atropelladamente a la parroquial y por el ojo de la cerradura comprobaban si el fuego de las lamparetas no se había extinguido durante la noche. Si la llama vivía, era sinónimo de un año de gran cantidad de cadillo, la marca del fruto del olivo. Los campesinos y los niños lo proclamaban alborozados..."¡este año cargarán las oliberas!" Otro requisito mágico, era que además de la llama de la lámpara de la iglesia, esa noche debía alentar aire de bochorno. Este culto a la luz está explicitado en la costumbre de algunas casas poderosas en patrimonio olivarero.
En Santolaria de Galligo -tierra de Ayerbe- los dueños de casa "Rubial" y los de algunas otras casas, mantenían lámparas encendidas en esa noche mágica y normalmente las colocaban en los alféizares de los ventanales domésticos.
En todos los lugares olivareros, lámpara del Santísimo ardía todo el año de continuo, gracias a la aportación de aceite de todo el vecindario en común. Esta presencia solemne de solidaridad vecinal en la perpetuación del rito de la luz, pone de manifiesto que a ese rito se lo consideraba trascendental y que beneficiaría al común. Era, como casi todas las celebraciones mágico-religiosas, un acto de corporativismo y de compromiso de todos los habitantes. La causa de este ceremonial no era otra, más que aportar abundante aceite para que éste, por magia simpática, atrajese al aceite imprescindible de la cosecha que estaba en ciernes. El cristianismo entreveró sus liturgias con las precedentes en un ejercicio de dogmatismo interesado. En nuestros lugares, los vecinos el día de la Virgen de Marzo acudían a las parroquias donde recibía culto la Virgen. A redolino -turno- donaban aceite para mantener encendida la lámpara y se decía... "esta semana les toca alumbrar a los de casa tal..." Las casas menos pudientes colaboraban en el ceremonial con donaciones más restringidas, aportando un puchered de aceite.
Además existía una tradición ritual gastronómica en el día de la Virgen de Marzo. También tiene componentes paganos a pesar de la explícita cristiandad de la festividad. Allí aflora un pensamiento de índole gentil, de religiosidad pagana y también el pensamiento mágico de cariz compensatorio: si en la comida de homenaje a la Virgen se gastaba mucho aceite y se hacía de forma espontánea el azar premiaría esa generosidad con una cosecha óptima, con tanta olivada que habría aceite pa dar y vender y para llevar a la feria. A la Virgen de Marzo –abogada de la prosperidad- se le ofrendaban los crispillos y en algunas aldeas también se hacían  con carácter ritual y privativo de esa festividad, huevos duros en ensalada. La preparación de esos platos típicos y su consumo tenían implicaciones mágicas. Nuestros ancianos, creían que si comían crispillos los olivos tendrían abundante muestra. Si además se hacían en el día señalado de la Virgen de Marzo, el año en el olivo sería especialmente fructuoso y se incrementaría la productividad. Los crispillos tenían como ingredientes hojas de borraja aderezadas con huevo batido y azúcar. En todas las aldeas prevalecía la sugestión de que se debía gastar firme -mucho- aceite al hacer los crispillos y eso a pesar del carácter ahorrador de los montañeses. Y debían hacerlo porque eran dulces propiciatorios de la proliferación de la cosecha y porque estaban vinculados a la divinidad. La lógica popular estableció estos tipos de asociaciones de carácter pagano. Por el somontano de Guara, también hacían unos postres rituales llamados rosquetas, de configuración circular, en cuya masa se mezclaban huevos batidos, azúcar y harina.
En prácticamente todos los lugares, el vecindario cumplía devotamente con un rito sacramental. El domingo de Ramos hacían hermosos ramos de olivo y los llevaban a bendecir a la parroquial y lo hacían con el propósito de que se empreñaran las oliveras, es decir que tuvieran ese año gran fertilidad. La recolección olivarera era el recurso básico en muchos de nuestros pueblos. En el Altoaragón a los árboles fructuosos se les confiere género femenino y hablan de la inflorescencia como si hablaran del embarazo de una mujer.
Para festejar el fin de la recolección se efectuaban en las aldeas de tradición olivarera unas ceremonias de gracias llamadas popularmente “la acabanza”. También decían “rematadura”. El último día de recolección las cuadrillas de oliveros (compuestas por los miembros de la casa propietaria y también por peones llamados despectivamente xarigueros, voz que parece emanar del término medieval "exarico"), entraban con gran alegría en los pueblos. Adornaban las escalas-escaleras de coger olivas con los ramos más grandes del propio olivo, en un acto que originariamente tendría un sentido ritual pagano; es decir, de adoración al poder fecundante de los árboles productivos y a los espíritus de la vegetación. Con los tochos -palos- de majar los olivos hacían un soniquete que los recolectores llamaban “repicáu”. Cada casa que terminaba la recolección preparaba un ágape celebratorio y hacía el sabroso ajaceite. Amos y xarigueros recorrían las calles con regocijo y estruendo y llevaban alzada  la escala con el ramo, que parecía el símbolo de la prosperidad.
La escalera con el ramo votivo la llevaba siempre el mozo más guarán-de mejor complexión- que la trasladaba hasta la iglesia y entregaba el ramo al mosén para que lo bendijera.
La “rematadura” concluía con grandes juergas y con comidas ceremoniales que casi llegaban a la gula. La casa propietaria preparaba una gran lifara –comida suculenta- en el monte y hacían el ajaceite. Preparaban una cazuela con ajos y aceite puro y abundancia de patatas, principales ingredientes del ajaceite. Era tradicional sacrificar una res, guisándose los hígados y también comían sardinetas. Era una comida suculenta, de distinción sobre la dieta alimentaria ordinaria.
Las casas más pudientes, preparaban una “acabanza” de gran importancia. En esa casa los años de “olibada”, se juntaban cuadrillas de hasta treinta peones. Al volver del monte un mozo llevaba un camal -rama gruesa- de olibera sin atochar-majar- escogido por su hermosura para representar los regocijos del fin de la recolección. Otro jornalero llevaba un botico -odre- de binada -vino de poco grado- y otros dos operarios llevaban una cazuela con aceite el uno y una cazuela con patatas el otro y así recorrían las calles de la aldea y en cada corro de gente que hallaban, se detenían y convidaban con generosidad.
Otro peón llevaba un saco con panes y los iba repartiendo y así todos componían una representación de la abundancia. Y el ajaceite, símbolo encarnador de esa abundancia también participaba del simbolismo mágico de carácter pagano.
 
 
 
 


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