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miércoles, 25 de diciembre de 2013

¿Navidad? ¡Feliz año nuevo!

Para el hombre primitivo, era algo extraño e inexplicable, además de terrible, observar el momento crucial y agónico en el que el sol menguaba día a día y ver como la noche se iba apoderando progresivamente del día y la luz, conforme se acercaba el solsticio de invierno la noche del 24 de diciembre.
Esto traía ritos y sacrificios al sol, para que no se escondiera y desapareciese, y el sol agradecido, comenzaba a alargar los días y acortar las noches desde ese momento.
La iglesia al comprobar que estos ritos no era capaz de suprimirlos del pueblo, trasladó y superpuso el nacimiento de Jesús a este día.
Así como los festivales públicos del fuego de San Juan, eran comunales y participaba toda la comunidad del mismo conjuntamente, (es el solsticio de verano), los que se hacían en el solsticio de invierno, eran de carácter privado y solo familiar, en los que únicamente participaban los miembros que convivían juntos en la misma casa.
Al leño navideño, nuestra tronca de navidad, se le atribuía más familiaridad con la superstición y magia que con la religión, aunque siempre se intentó trasformarlo en un rito religioso, como veremos en la bendición de la tronca.
Por ejemplo a este leño le atribuían dones de fertilidad. Se pensaba que se tendrían tantos corderos, terneros, o cerdos, como brasas saltasen del tronco.
También eran fertilidad para los campos, pues sus cenizas servían en otros ceremoniales para el crecimiento de las mieses.
Igualmente tenía poderes este fuego para proteger de las tormentas.
Esta noche también los fuegos se encendían con propósitos expulsatorios, pues esa noche, la más larga del año, los espíritus sombríos de los muertos circulaban con total libertad.
El empeño cristiano para imponer sus nuevas creencias, aculturó severamente la primitiva mentalidad mágica, reinterpretando las viejas creencias que regían la espiritualidad de nuestras gentes hasta entonces.
Así, la fe popular cristiana fue transformando el carácter de estos ritos, como si solo fuera una leyenda.
Se llegó a entender que los fuegos que se encendían esa noche navideña, se debían a que en un tiempo muy impreciso, en muchas casas se había ofrecido hospitalidad a la sagrada familia y además con el calor ayudaban a la virgen María a secar los pañales del niño.
Por supuesto, se hacían belenes en las casas. Lo del árbol de Navidad es mucho más moderno y copia de los países europeos del norte. Aquí, se hacían belenes con todo el cariño e imaginación posible. Nos contaban que cuando nació Dios, nació en un pesebre, y había una mula y una vaca. La vaca lo laminaba y la mula echaba coces. Por eso la mula no pare y la carne de vaca se come y la de la mula no.
 
La noche del 24 de diciembre era muy especial, una noche en que todos los malos espíritus campaban a sus anchas y aprovechando la larga noche estaban en plena libertad para cometes sus maldades.
Para la persona que quería hacerse bruja o brujo, era la noche apropiada.
En Plan, la aspirante a bruja tenía que matar unos días antes un gato negro. Todo negro. Arrancarle los ojos y guardárselos hasta el día de nochebuena. El día 24 de diciembre, a media noche marchaba con el paquetico a la Peña de las Brujas, que está al otro lado del río, ella sola y, al oír las campanadas de las doce, destapar los ojos del gato. Tenía que aguantar durante una hora todo lo que veía, o todo lo que creía ver… Cuando volvía a casa se encontraba en ella el libré verde o libro de San Cipriano, imprescindible para realizar de allí en adelante su nuevo oficio de bruja.
Pero las que ya lo eran, esa noche ponían en práctica todas sus maldades. Durante la misa del gallo, en que todos los habitantes del lugar se encontraban en la iglesia, era el momento más apropiado para cometer esas maldades.
Lo más normal era la muerte de la mejor caballería de la cuadra o el ganado, que a la salida de la misa, se encontraban los moradores de la casa. Casos hay muchos para contar, y cada caso que aparecía sembraba el miedo por toda la redolada.
De ahí que en muchas casas que temían alguna venganza de las brujas, esa noche multiplicaban sus conjuros, hasta llegar a montar guardia uno de los habitantes en la casa, mientras los demás cumplían con el rito del gallo.
Muchos son los casos de escuchar gran estruendo en los establos y el vigilante entrar en ellos y encontrarse con un dantesco espectáculo: Un animal, (muchas veces felinos), mordiendo a las caballerías en el cuello para desangrarlas, era el habitual, aunque no faltaban lobos, y se llegó a presenciar también osos asesinando animales. En casos de que el guardián que había quedado en casa, llegaba a tiempo y con palos y lo que tuviera a mano las defendiera, escapando ese dañino ser, al día siguiente encontraban en la casa una desagradable sorpresa.
En muchísimos casos aparecía la abuela de la casa con un brazo roto, coja, o cualquier otra lesión. Enseguida se sabía quien era la bruja.
Pero los niños de cuna tenían esa noche una particular maldición. Cuando se regresaba de la misa del gallo, se le podía encontrar sobre el tejado. A esto, si se le tenía gran temor. Nunca que yo recuerde, se los dejaban solos a esa hora.
La misa de gallo, era un rito obligatorio, que cumplía todo el lugar. Si alguien quedaba en alguna casa, tendría motivos muy fundados, como quedarse de protector con algún chicorron, o de los animales de la cuadra.
Esta noche también en la misa, pasaría todo el pueblo a comulgar sin romper el ayuno, que por entonces la iglesia imponía. Como el ayuno era desde las doce de la noche del día anterior…
Alguno veías pasar no muy derecho… y es que la bebida de la cena, había hecho sus efectos.
También te aseguraban que en la Noche Buena las vacas que son pardas se ponen de rodillas en la cuadra, durante la misa del gallo. “Vas a la cuadra y las ves”.
¿Algunas costumbres curiosas de la misa de gallo? Sí. Por ejemplo, los pastores acudían a misa con cordericos llenos de adornos, cintas de colores y esquilas. También en otros sitios, ofrecían un cabrito negro, que luego se quedaba el cura. Los chavales, llevábamos a misa las “bichigas” (las vejigas del tocino, hinchadas a manera de globo) y en el momento de la consagración, “cuando nacía Dios”, se explotaban con gran estruendo y algaraza.
El pasar a adorar al niño que colocaban en el altar, también era motivo de constantes charradas entre la gente, con las advertencias y solicitudes del mosen, pidiendo silencio. Pero es que esa noche, no todos iban lo suficientemente sobrios, y se hacían notar en la forma de cantar.
Una cosa muy curiosa que se hacía en muchos lugares: Antes de ir a misa la abuela ponía dentro de una cesta cantidades de golosinas, como vino poncho, castañas, higos, turrón de guirlache, empanadico… Encima de todos estos manjares colocaba un atadijo de malvas, que las cogía todos los años en la mañana de San Juan antes de salir el sol. Naturalmente estaban secas. Acabada la misa, al regresar a casa examinábamos la cestica, y cual no era la sorpresa al contemplar que las malvas estaban verdes como si estuvieran recién cogidas.  
Después de la misa, el recorrido de todos los del lugar por todas las casas, hacía que el pueblo permaneciera despierto. Con este ir y venir de gente por las carreras, se conseguía espantar y no dejar en paz, a todo lo malo, que esta noche, (la más larga), pretendiera hacer daños, no tuviera la tranquilidad necesaria y la soledad que necesitaban, para hacer sus males.
El día siguiente, con las troncas, la misa, y todos los conjuros, se conseguiría que el día comenzara a ganar a la noche y volviera a nacer otro año.
Y es que esta fecha y no, la del 31, era para nuestras gentes, el cabo de año y principio del siguiente.
Con mi convencimiento aragonés que siempre me enseñaron en casa hoy 25 de diciembre, no os felicito la navidad, sino… ¡Feliz año nuevo!


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