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jueves, 15 de noviembre de 2012

Traje de novios y bodas de viudo

 Como ya he comentado, las modistas se hospedaban en casa y además lo hicieron con todo sigilo. Todo lo referente al vestido de la novia debía ser un secreto. Por supuesto que a ninguno de los varones nos dejaron ver los figurines que traían con diseños de trajes.
Mi abuela me aleccionó para que no curiosease por miedo a que se divulgasen detalles. Yo, desde luego, ya sabía que era malo que el novio viese el traje de la novia antes de la ceremonia porque decían que la boda se podía deshacer. Y por lo que he podido comprobar, esa costumbre y creencia dura todavía.
El vestido, de siempre, ha aportado una casuística especial en nuestra antropología, y es lógico, ya que caracteriza una actitud externa que con frecuencia no corresponde a otra interna.
Pero todo el mundo espera una concordancia entre el modo de vestir y las circunstancias, por ejemplo, el traje de noche, la corbata, la ópera, el luto…
Apunto estos dos datos curiosos recogidos en Aragón: un vestido de fiesta no debe estrenarse el mismo día de la fiesta, sino el segundo día. Ignoro si esta costumbre se da también en otros sitios.
Pero existen otras advertencias, que siempre se procuraban cumplir:
Cuando un sastre toma medida para cortarle un traje a un hombre, nunca debe medirle de arriba abajo, entero, como el carpintero mide el cadáver para hacer su ataúd, porque anuncia la muerte próxima de su cliente.
 
Que el novio no pueda ver el traje de la novia es costumbre muy extendida.
 
El vestido lo pagaban los padres. En el Somontano de Huesca el futuro esposo no podía ver tampoco nada del ajuar de la novia.
 
Antiguamente el traje era negro, conforme al dicho “bodas, entierros y fiestas, ropas negras”.
 
En Aragón, es claro que ha sido el valle de Ansó el que ha mantenido una tradición, convertida casi en culto, a la vestimenta. La variedad, sobre todo en el traje femenino como es lógico –pero también en el masculino- es riquísima, pero sujeta a unas normas comunes. Existen trajes para niños y niñas, muchachos y muchachas, hombres y mujeres: trajes para día ordinario. Traje de cofradía, de iglesia y de calle, de fiesta, de media gala, de entierro y de boda.
Aquí nos interesa el traje ansotano de novios y se distingue el de calle (para la fiesta) y el de iglesia (para la ceremonia). Tanto en el novio como en la novia destaca por su colorido. “El que la novia lleva a la iglesia, llamado también “de saya” es el traje propio de las grandes ceremonias. Lleva camisa de gorguera, enaguas, saigüelo y, sobre éste, una saya con pliegues de abanico, remangada por delante y replegada por detrás en forma de mariposa. También lleva un delantal de brocado con cintas de colores vivos que la ceremonia requiere. El de novio lleva anguarina especial para la ceremonia y, debajo, el elástico, así como calzas de peladilla y en el sombrero un cordón con borla de colores.
“En el de calle, la novia lleva, en el pecho, abundantes adornos de “escarapela” y “las platas”, complementos que llevan normalmente las mujeres en los días de fiesta. En las mangas también llevan adornos de azabache atados con cintas de colores. Destaca un laborioso peinado de churros realzado con una trenzadera roja. El de novio es semejante al de iglesia, pero sin la anguarina y con el pañuelo de seda natural encima de la faja.”
La “trenzadera” cinta que envuelve la trenza y es negra para las mujeres en el traje de novia es roja. El novio también se cruzará por el pecho una banda de seda roja y gualda y cubrirá su faja con vistoso pañuelo.
Antiguamente los trajes eran negros (la costumbre del traje blanco es muy moderna, quizás para simbolizaren lo exterior una doncellez en unos tiempos en que las “relaciones” prematrimoniales son harto frecuentes). En muchos sitios el traje se guardaba luego para amortajar al que lo había estrenado. Como me contaban en Ansó, si acaso, se llevaban los mismos atuendos en los bautizos: cuando la madrina era mujer casada.
Y seguiremos contando sobre los trajes, cuando se acerque la boda.
A mi hermana no le sentó muy bien que hubiera otra boda en perspectiva en el pueblo pues dejaba de ser la protagonista única de las conversaciones que ahora compartiría con el viudo y de él seguro que se iba a hablar. Y menos mal que la fecha de esa boda seguro que no se divulgaba pues se mantenían casi en secreto.
Y no sé cómo se coló la noticia, pero entre los mozos se empezó a divulgar que el viudo se casaba aquel viernes. Ya estaba bien elegido el día por lo desacostumbrado pues ya dice el refrán que el casamiento en viernes es muy de temer.
Pero entramos en la boda de un viudo…
 
Lo malo es el secreto en los pueblos. Ya dicen "el secreto de Maleján que lo sabían en Borja". En un pueblo se sabe todo al instante. Siempre me ha llamado la atención: llegas a un pueblecico y no ves ni un alma en la calle; tal vez ni te ladra un perro; pero a los dos minutos todo el pueblo sabe que estás allí.
Lo digo por lo de la boda en secreto del viudo. En Aragón, como en todas partes, creo, las bodas de viudo han sido motivo de juerga. Merecen un capítulo aparte.
 
Todo se había mantenido en secreto. Comenzando por las relaciones. Al tío Francho, que había perdido a su mujer hacía tres años, y que vivía completamente solo, apenas se le veía en el pueblo. Casi siempre estaba en la capital.
Nadie, nunca, había relacionado los esporádicos viajes de Bitoriana a la ciudad, acompañada de su madre. Últimamente habían menudeado más las visitas de las dos mujeres, según creía la gente, al dentista o al médico. Pero nada más.
Sin embargo, los pueblos disponen de unas antenas increíbles. Alguien, tal vez, sorprendió a madre e hija en uno de esos viajes a Huesca, sin visitar al dentista ni al médico y sí la casa del tío Francho.
Y ya se sabe. Ella lo contaría en secreto a su vecina quien a su vez lo susurraría al oído de su cuñada que, también en secreto, lo comentaría a la carnicera... A los dos o tres días, todo el pueblo -eso sí, en secreto- no hablaba de otra cosa.
Se habían hecho las proclamas matrimoniales en la iglesia, pero la fecha era incierta. Vete a saber cómo se enteraron del día del acontecimiento.
Se buscaban horas más bien intempestivas. Solían celebrarse por la noche en Biscarrués, Senés, Poleñino y en toda la zona de la Fueva. Al amanecer en Chimillas, Torralba, Estadilla, Albelda, Huerrios, Ascara y Blecua, que yo sepa. En Teruel, me consta que en Mosqueruela se celebraba a la hora de cenar "cuando más ocupada estaba la gente".
Eran las once de la noche y la gente descansaba en sus casas como está mandado. Tal vez, ya habían rezado el rosario y se disponían a dormir. El sacristán llamó discretamente con los nudillos en casa de Bitoriana. Debían de estar esperando porque la puerta se abrió inmediatamente.
Dos mujeres, embozadas en sus pañolones negros salieron en silencio y se fueron tras el sacristán que se metió en su casa, lindante con la iglesia y que se comunicaba por un patio interior con la sacristía.
Dentro de la iglesia ya esperaban el tío Francho, los padrinos y algún que otro pariente o amigo íntimo de los contrayentes. La puerta de la iglesia, naturalmente, permanecía cerrada. Todo había salido bien.
¿Todo? Pues entonces, ¿qué significaba aquel silbido estridente que sajaba el silencio de la plaza sin luces?
Inmediatamente la campana pequeña -"el cimbalico de la torre empezó a lanzar su tintineo cantarín, casi como una carcajada. Y ya después, todo.
Un petardazo terrible alertó a los más despistados del pueblo si es que aquella noche quedaba alguno sin enterar y lo curioso es que a nadie se veía por ningún lado.
Dentro, en la iglesia, la consternación de los novios y asistentes era completa: no se iban a librar de la cencerrada.
En muchos lugares las cencerradas o esquiladas empezaban ya antes de la boda, en cuanto se conocían las intenciones de contraer matrimonio.
Al cura -y a todos- les entró prisa por acabar la ceremonia. Breve, sin homilía, sin caras de pascua, se desarrolló con celeridad increíble.
-Y ahora ¿por dónde salimos?
-Da lo mismo. Os encontrarán de todas las maneras.
-¿No tenéis alguna tartana preparada para salir del pueblo?
-No, mosén. ¡Estábamos tan seguros de que nadie sabía nada!
Como ya no importaba gran cosa, decidieron hacerse el valiente y salir por la puerta de la iglesia. Se descorrieron los cerrojos, se abrió chirriante de par en par y un alubión de bellotas cayó sobre sus cabezas. Ya contaban con que no habría arroz a la salida. Pero ¡precisamente bellotas! Y ésa fue la señal para el concierto de percusión.
Yo creo que todas las esquilas, cencerros, trucos, cuartizos y talacas del pueblo estaban compitiendo para saber cuál sonaba más fuerte y mejor. Un concierto "Nay" superior.
Creo que todas las esquilas alto-aragonesas, se traían del pueblecito francés de Nay, cercano a Pau. Naturalmente, se pasaban de contrabando.
Como si hubieran reunido las dulas de toda la redolada.
Y seguía sin verse a nadie.
¿Cómo acabará la boda? Seguiremos otro ratico con ella…
 


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