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jueves, 21 de junio de 2012

El niño al encuentro con la vida

Urbez había entrado en la infancia a velas desplegadas. Revolviendo en los recuerdos me resulta imposible saber qué pasó primero y qué después y por eso estas cosas van a salir terriblemente desordenadas. Yo reviví de su mano toda aquella época sin igual. Es inútil querer encontrar lo mágico y mitológico de esos años: por la sencilla razón de que toda la infancia es la personificación de la magia.
Nada es como es sino como debería ser. El niño no solamente vive cada acontecimiento y la vida misma, sino que la interpreta con unas notas personalísimas cuya clave, por desgracia, hemos perdido y nunca recuperaremos.
¿Dónde están las llaves. .. ?
¡En el fondo del mar!
Al intentar introducir a Urbez en el mundo de los "mayores" (yo ya me consideraba así) ¿quien me iba a decir que inconscientemente, estaba entrando yo mismo en el juego de la cultura que indefectiblemente transmite una generación a otra?
Cuentos de Calleja
Hemos dado una importancia muy grande -y la tiene- al mundo del lenguaje, a las convenciones sociales, a la historia, pero hemos dejado olvidada en un rincón nuestra mitología, nuestro modo de entender la vida que cristaliza en el mito, en la costumbre, en el juego infantil, en la leyenda. Y tal vez por eso no acabamos de saber exactamente qué somos.

La lógica no funciona en la infancia. Es la intuición la que descifra todo. La realidad de las cosas está trastrocada. El tiempo no es tiempo porque una tarde es ya una eternidad. No como ahora que se te van volando los días, las semanas y los años.
Las palabras mismas tienen la morbidez y fuerza que recibieron como cuando nuestro primer hombre, iba poniendo el nombre a las cosas y a los animales. Las palabras son hermosas de por sí y su misma forma despierta un no sé qué de insólito, con un poder de evocación que nada tiene que ver con la semántica. Recuerdo, por ejemplo, salidas de Urbez:
- Oye, Bastian, cuando digo "alcachofas" las estoy partiendo con todos los dientes y muelas a la vez.
- Oye, Bastian, ¿verdad que todas las marujas tienen bigote?
Y ahora… ¿cómo interpreto yo esto? Mejor lo dejo como está porque, además, esas greguerías son tan personales e irrepetibles que nunca volverán a darse.
Y los cuentos… El maravilloso mundo de los cuentos en donde no hay inconveniente en que hablen las flores y los lobos y las hormiguicas.
Porque seguro que todos tienen su mensaje. Que se lo pregunten si no a Perrault o Andersen.
A Urbez le encantaban los cuentos de miedo.
¿Porqué no me cuentas el cuento que me das el susto?
El cuento del susto... El susto venía al final y Urbez lo esperaba nervioso para, efectivamente, asustarse, aunque lo tenía archisabido. A mí me lo había contado mi padre: era el del tuerto de Saldaña:
Érase una vez un hombre muy rico que tenía una huerta llena de pereras, manzaneras y todas las frutas. Pero los mozos del pueblo se las comían apenas maduraban.
Entonces decidió buscar un guardián que con su escopeta vigilaría todas las noches. Y puso al tuerto de Saldaña, que decía que era muy valiente. Los mozos fueron una noche a robar. Había luna. Se quitaron la chaqueta y los pantalones y así, en calzoncillos largos -"marianos", los leotardos de entonces- saltaron la tapia y se pusieron a andar en procesión cantando:
"Cuando nosotros éramos vivos íbamos por estos caminos..." tris, tras, tris, tras...
Cuando Saldaña los vio y los oyó se le heló la sangre en las venas.
Tardo en reaccionar, pero cargó como pudo la escopeta, agazapado detrás de un árbol. Los otros se acercaban directamente a donde él estaba:
"Pero ahora que estamos muertos venimos a por un tuerto..." tris, tras, tris, tras...
¿Os imagináis cómo estaba nuestro guarda? Los dientes le castañeteaban y los pelillos de los brazos se le habían puesto de punta. Quería tener fuerza para apretar el gatillo de la escopeta, pero el dedo se le negaba... y los otros:
"Y si la vista no nos engaña, ése es el tuerto de Saldaña
-¡¡A por mí vienen!!
Este era el susto, acompañado de un agarrón y sacudida en los hombros.
"Boladors" (Diente de león)
Ni qué decir tiene que el final era feliz. Saldaña tiraba la escopeta y los mozos se comían tranquilamente las peras.
Y además de los cuentos estaban los juegos. La infancia misma es también un juego. Vas por la calle y se te acerca un “boladors” revoloteando.
Es una palometa de la suerte y hay que capturada. Se coge con la punta de los dedos para no deshilacharla y le pides algo:
- ¡Tráeme una escoba!
Luego se la suelta y se la despide con un soplo. Cuando vuelva (ella u otra...), seguro que entre su pelusilla trae una brizna de algo que, por supuesto, es la escoba que le habías pedido.
Pero entramos en el mundo de los juegos, y lo dejaremos para otro rato…




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