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domingo, 15 de mayo de 2011

Recuerdos en Quiteria Martín

Cuando llego a Zaragoza para estudiar, me doy cuenta que soy más de pueblo que un ababol, pero tampoco por entonces existía tanta diferencia entre mi lugar y la gran capital. Me instalo en el barrio de la Magdalena y junto a la iglesia de San Nicolás. Por entonces esa parte del barrio se llamaba “El Boterón” y no sé si actualmente se le sigue denominando así. Vivo en una casa particular pagando 80 pesetas al mes en lo que se llamaba estar de “patrona”.

Dura vida para un estudiante pues en mi bolsillo solo entraban 20 de aquellas pesetas para cubrir mis gastos en todo un mes. Uno se las tenía que ingeniar para sobrevivir, aumentar su economía, y poder desenvolverse con un poco de soltura.

Y aquí entra el ingenio. He sido un verdadero trasto y la vida me enseñó demasiadas formas de vivirla, pero nunca me arrepentí de lo hecho.

Aparte de que los veranos para mí termina el volver al pueblo, pasándolos en Fraga, Belber del Cinca, Binefar…, recogiendo fruta para subsistir los inviernos, también Zaragoza te da la oportunidad de ir recogiendo algún dinero los fines de semana y poder presumir fumando “Diana”, “Ideales”, y cuando jugabas a ser rico, algún paquete de “Bisonte”.

Y estoy hablando de ingenio. La necesidad te lo despierta y desde luego hoy no sería capaz de hacer las barbaridades que por entonces yo, para tranquilizar mi moral, llamaba travesuras. Pero vuelvo a repetir: no me arrepiento de lo hecho. “A lo hecho, pecho”.
El domingo comenzaba al punto de la mañana marchando a la Parroquia de La Magdalena, recogía “La Hoja parroquial” y hacía el reparto de ella por el barrio, casa por casa. ¡Que buena persona era! O eso pensaban…Toda la semana recogiendo los frascos de Penicilina con su taponcico de goma, que yo rellenaba con agua salada y vendía a las abuelas del barrio, como agua bendita del Pilar a diez céntimos el frasco. Puedo contar la ilusión con la que los compraban y lo felices que las hacía. Estoy seguro que les hacía un bien que ni la propia agua del Pilar. ¡Cómo la besaban!
Reconozco que he sido un “trasto”.
Pero tenía que hacer el reparto rápido, pues por entonces existían las mañanas en los cines, llamadas “matinales”, que se hacían para los pequeños con películas apropiadas para ellos. Yo y muchos críos por entonces, acudíamos a los ambigús de los mencionados cines, y el dueño del bar, nos colocaba unas bandejas colgadas al cuello, con todas las chucherías que por entonces se compraban. Chupones, caramelos, martillos de caramelo, chicles…
Las vendíamos en el interior de las salas y durante la proyección de la película. Que tiempos…
Y aquí entra Quiteria Martín. Una tienda y entonces también fábrica de caramelos y que se conserva prácticamente como yo la conocí, y estoy situado en los años cincuenta.
Con el dinero recogido del “agua bendita”, compraba en esta tienda los mismos caramelos que se vendían en el cine y llenaba mis bolsillos. La venta dentro de la sala de cine, la podéis imaginar: “-Quiero un chupón”, te pedía un zagal. Le dabas el chupón, lo cobrabas, y colocabas uno de los tuyos en la bandeja, pasando el dinero a tu bolsillo particular.
Terminaba el domingo vendiendo “La Hoja deportiva” en las salidas de los cines, con el grito si esto ocurría de “¡Con la victoria del Zaragoza!
Sí, reconozco que fui un “trasto”, una persona que siempre me supe buscar la vida y que el ingenio me proporcionó maneras para sobrevivir en unos años muy complicados. Cuando veo hoy la cantidad de paro, la juventud conformada, que muchos solo entienden de pedir en casa para sus necesidades, me encorajino… pero será tema a tratar en otra ocasión.
¡Quiteria Martín! Esta semana volví a entrar en ella, posiblemente después de más de cincuenta años. Me acompañaba mi amigo Chesus López al que agradezco las fotografías y mi sorpresa es encontrarla exactamente igual que la recordaba.
Carlos Calvo Nieto, que sigue regentando el establecimiento, nieto de Quiteria, y que sigue la saga de toda una familia dedicada en cuerpo y alma al establecimiento fundado ya en el año 1921, es la amabilidad personificada. Me muestra “Cinexin” que yo daba por desaparecido hace muchos años, el “Muñeco que pipa” al que le ponías un cigarro y se ponía a fumar como un bestia, caretas de cartón, coches de hojalata, martillos de caramelo, chupones… Conviene una vista pues os sorprenderá gratamente.
Prometo volver para que el establecimiento me cuente muchas cosas que con los años se convierten en olvido. Quiero recuperar los recuerdos de aquellos años que para nada fueron fáciles, pero que el ingenio supo culminar y ayudar a moldearme como persona que siempre intentó superarse ante las dificultades que la propia vida te coloca.

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