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miércoles, 23 de abril de 2014

En el día de Aragón, nuestra tierra, auténtica encrucijada

Se dice que todos los caminos conducen a Roma, pero nuestra provincia de Huesca, es especial porque resulta, además de encrucijada geográfica, cruce de civilizaciones, de razas, de culturas, de siglos, de lenguas, de todo. Basta con pensar en el emparedado que ahora nos hacen vascos y catalanes por la izquierda y la derecha; España y Europa por arriba y por abajo. Y Huesca en medio. Como aislante. O, mejor aún, como lazo de unión. ¿Os imagináis juntos a catalanes y vascos?
A todo el mundo le choca constatar cómo en unos pocos kilómetros cuadrados se pueden encontrar unos ríos tan moros como el Guatizalema y el Alcanadre, tan castellanos como el Aguas Limpias, tan latinos como el Flumen -en latín, “flumen” significa precisamente “río”-, tan vascos como el Estarrún, tan aragoneses como el Aiguas Tortas o el Barranco Fondo.
Aquí, por lo visto, ha habido de todo. Y desde siempre:
Abundan más los vascones, como es lógico, en toda nuestra toponimia. Oza, por ejemplo, significa “frío” y Vero quiere decir “caliente”. Y, por supuesto, son el río más frío y más caliente de nuestro Alto Aragón.
Con el agua fría se podría discutir, ya que abundan las fuentes frías. Las “fonfridas”.
También el agua caliente abunda, aunque menos. Tenemos caldas como las de los Baños de Benasque y Panticosa.
Con el río Vero es muy claro. Yo les pedí a mis amigos de Lecina que me midiesen la temperatura en la surgencia del Vero que tienen allí mismo. Y el resultado fue claro: tanto en invierno como en verano hay una diferencia de 5 a 8 grados a partir de la surgencia. Es más, en invierno flota sobre ella una especie de vaho vaporoso, como cuando echamos aliento en las mañanicas de enero.
Lo de los Baños de Benasque es diferente. Me contaron en Benás que el diablo estaba muy disgustado porque las brujas del valle eran muy vagas y apenas hacían ningún mal: ni provocaban tormentas, ni mataban mulas, ni arruinaban cosechas. Nada de nada. El resultado del enfado de Pateta fue echarlas a todas a la hoguera que hizo debajo de la montaña, que aún sigue ardiendo, y por eso las fuentes de los Baños salen calientes.
Nuestra toponimia no puede mentir, aunque hay que reconocer que no siempre resulta clara su interpretación. No sé qué porcentaje de topónimos latinos, árabes y vascones tenemos. Habría que preguntárselo a algún especialista.
 
Pasa algo parecido con los apellidos. Muchos de ellos son patronímicos y descienden de pueblos como Buisán, Ayerbe, Lascorz, Ena, Oliván, Rasal, etc., y debieron de aparecer conforme la Reconquista bajaba hacia el sur, que se iba poblando con gentes de la montaña.
Pero hay otros de claro origen vascón. Bueno, alguno pensará que estoy obsesionado con lo de los vascones. No hace mucho me protestaron por la palabra “gabacho”. Y yo no tengo la culpa de que las palabras estén ahí. Y creo que la dejé bastante clarica para el que la quiso entender.
No obstante mi aclaración otra vez.
Digo gabacho en vez de francés. ¿Es que les tengo manía? Servidor no tiene manía a nadie y por supuesto odio el insulto. Y tengo que tirar de la filología para explicarme.
La terminación –cho en castellano tiene un claro significado despectivo; así decimos: un libracho, una casucha, un pueblucho…
Pero en aragonés no. La desinencia  en –cho la recibimos ya de los vascones y para ellos tiene un matiz diminutivo y cariñoso; así dicen Javiercho, amacho (madrecita)…
Para nosotros, un perdigacho significa una cría de perdiz, con toda la ternura que inspira. Y así decimos también engardacho, aligucho…
La palabra gabacho es también diminutivo cariñoso y vendría a significar los habitantes de los Gabes; es decir, de los pirineos franceses, en donde los ríos reciben ese nombre: el gabe de pau, el gabe de Lourdes…
Eso es, ni más ni menos, lo que en aragonés quiere decir gabacho.
Cierro mi digresión y a perdonar. Siempre me voy por los cerros de Úbeda. Ya sé que es un defecto mío, pero no lo puedo evitar.
 
A lo que iba. También tenemos apellidos de origen vascón. Tenemos la idea de que los apellidos vascos son larguísimos. No, no. Los nuestros son mucho más sencillos, pero no menos vascos, estando camuflados en su sencillez: Lera, Arreba, Gari, Lara, Ochoa, Blasco.. .
Pero dejamos esto aquí para seguir con la encrucijada, que no es solamente de razas y lenguas.
Nuestra tierra fue paso de peregrinos. Peregrino era el que iba a Santiago, como romero -de ahí romería- el que iba a Roma y palmero el que acudía a Tierra Santa.
Creo que no se ha estudiado suficientemente el fenómeno de las peregrinaciones y romerías de la Edad Media. Yo me imagino a toda Europa como un cúmulo de procesiones entrecruzadas: los que desde Inglaterra, Escandinavia y Castilla acudían al Santo Sepulcro de Jerusalén, que se tropezaban con los que desde Polonia, Letonia y Portugal se dirigían al sepulcro de San Pedro en Roma y con los que desde Grecia o Dinamarca peregrinaban al sepulcro de Sant Yago en Galicia.
Peregrinaciones que duraban muchos meses, a veces años, y que pusieron en contacto a las gentes y culturas de toda Europa. Ellos fueron los medios de comunicación en una época en que el turismo era bastante más complicado que en nuestros días.
Pues bien, el paso hacia Santiago pasaba por el Alto Aragón. Por todos los caminos se va a Roma, sí, pero no a Santiago, y la mayoría elegían en el Pirineo el “Summum Portum”, el Somport.
Y, ¡atención!, esto hizo que fuera nuestra tierra una de las primeras europeizadas y abiertas al mundo. Pero hizo más.
Cuando se estudia el arte, en concreto la pintura, la escultura y la arquitectura, enseguida se tropieza con la joya del románico. El Alto Aragón es privilegiado en románico, y no solamente en el edificio religioso, sino también en el civil o profano. Ahí está Loarre, con su castillo románico, sin parangón posible.
Los focos del románico español son claramente Jaca y Santiago, ambos con una zona de influencia increíble que lo irradian como las ondas en el agua cuando tiras una piedra en la balsa. El románico es jacetano o jacobeo o una mezcla de los dos cuando se encuentra en las zonas en que las ondas de influencia se entrecruzan.
Más tarde, también será el encuentro, el cruce, del mudéjar y el románico.
Alto Aragón, pues, encrucijada de culturas. Encuentro de África con Europa, atajo del sur hacia Francia, aunque una mala administración -y, además, miope- y una poderosa fuerza vasca y catalana hayan forzado el camino por los dos extremos del Pirineo en vez de coger el alcuerce natural del centro. Recordad que el meridiano llamado cero, de “Grinish” -de Greenwich, para entendemos-, pasa entre Huesca y Barbastro, y por Tarbes se va directo a Londres.
Empeñarse en ir a París desde Madrid o Valencia por Irún o Portbou es dar un rodeo incomprensible. Pero, claro, lo de siempre... y lo dejo en puntos suspensivos. Pero si se quiere traer a España una superlínea eléctrica de alta tensión, eso sí, todos están de acuerdo con que tiene que pasar por nuestro Pirineo, porque es el camino más directo y, además, arruina y contamina una región pobretona, poblada por un puñadico de personas -tres y el de la guitarra- incapaces de influir ni de defenderse.
Y lo que yo digo: si el Alto Aragón es ante todo una encrucijada, que lo siga siendo para todo: para lo malo, lo regular y lo bueno.


domingo, 13 de abril de 2014

Tambores de Semana Santa

¿Entrará mi Huesca en la ruta de los tambores? Un poco lejos nos cae del Bajo Aragón, pero su influencia es bastante clara. La ruta del tambor la forman nueve pueblos: Albalate del Arzobispo, Alcañiz, Alcorisa, Andorra, Calanda, Híjar, La Puebla de Híjar, Samper de Calanda y Gurrea de Gaén.
Pero actualmente, otros, algunos bastante alejados, van  entrando en la ruta; que yo sepa: Alagón, Caspe, Chiprana, Fuentes de Ebro, la Puebla de Alfindén, Zuera, Teruel y Zaragoza. ¿Por qué no ha de entrar Huesca que tanto los está promocionando?
Todos tienen en común el rezar con el tambor. Cada pueblo tiene sus sonares distintos, para el que los conoce, claro. Se distingue cuando toca una cuadrilla de la Puebla, de Calanda o de Alcañiz. Y los toques tienen sus propios nombres populares: la Palillera, Las imágenes, Correata, Cuatrero, el Agachadico, el Din-don, El uno, dos, tres... pero no es una mezcla confusa: la acertada combinación de todos ellos forman una verdadera sinfonía.
Los tambores no se tocan durante el año. Les parecería una profanación. Únicamente durante la Cuaresma ensayan sus toques. Se van a las afueras del pueblo para no incomodar a la gente y siempre en pandillas. Mucho más durante los días santos. Un amigo alcañizano me explicaba:
“Todos somos iguales; iguales, vamos vestidos de la misma forma y todos hacemos lo mismo, tocar; y tocando, rezar”.
Ahora celebran el gran Concurso de Tambores y Bombos. A muchos tocadores esto les repele. Dicen que los tambores no se pueden quedar en un mero acto folclórico: son para rezar, no para competir.
Yo tengo miedo de que nosotros nos quedemos únicamente en eso si no captamos el espíritu del Bajo Aragón y nos dedicamos a los tambores sólo porque hace bonito. Por el resto de Aragón nunca ha sido una tradición. Tampoco eso parece ser un inconveniente: las tradiciones empiezan un día y si valen la pena continúan; si no, ellas solas desaparecen como una moda más.
Sí me duele comprobar que los tambores están absorbiendo de tal forma la Semana Santa que no quedan gentes para llevar pasos y otros muchos componentes porque nadie los asume. Lo importante parece ser tocar el tambor.
No quiero desanimar a nuestras bandas, ni mucho menos. Todo lo contrario. Sólo pediría a sus animadores que ayuden a nuestros jóvenes a dar un sentido a sus conciertos, por lo menos en la procesión.
Reconozco que soy adicto a la Semana Santa del Bajo Aragón, sencillamente porque allí he visto que se vive como en ningún otro sitio. Preguntaba yo a un abuelico que llevaba cerca de sesenta años tocando en la procesión: “¿Y usted qué piensa cuando toca?” Él me miró extrañado como si pensase “éste no entiende nada de nada”. Al final me contestó sencillamente: ¡Rezo!
Otro me decía:
-El tocar se lleva en la sangre, por eso suena distinto. En otros sitios tal vez tengan más técnica -yo lo dudo-, pero nosotros somos más músicos porque tocamos con más sentimiento. Él mismo me recitaba esta quintilla del poeta popular José María Ferrer:
Tú eres tambor, la garganta
honda con que te canta
desde su misma raíz
el alma de este Alcañiz
doliente en Semana Santa.
El bombo y el tambor son el dolor, el homenaje a la Pasión. Un trueno formidable e inacabable a la muerte de Jesús, que empieza con la rompida y acaba sin interrupción veintiséis horas después. La rompida, en Calanda, por ejemplo, es algo increíble que es preciso ver alguna vez en la vida. ¡Esa plaza Mayor con más de mil doscientos bombos y tambores en un silencio angustioso esperando que den las doce de la noche! Nerviosismo en los rostros ante el acontecimiento que se avecina y luego, a la señal del alcalde, el más increíble estruendo, que parece que el mundo se viene abajo. Durante media hora parece que la plaza va a estallar. Luego, las cuadrillas se van desperdigando por las calles del pueblo, llevando el ruido, el lamento y la oración a todos los rincones del lugar.
 
Al turista le llaman la atención las marcas de sangre en los parches y los nudillos de los tocadores despellejados. Uno de Híjar me decía: “El arte del bombo es herir la piel parda, castigarlo para que saque buena voz”.
¡Y ya lo creo que sacan buena voz! Los que más furia ponen en tocar son, como es lógico, los jóvenes. A veces se ve un bombo con diez manchas ensangrentadas en el parche, una por cada año que han salido a tocar.
Algunos chavales, me contaron, al estrenar un parche se hieren porque así creen que toca mejor. Se compenetra mejor el tocador con su bombo. A través de la sangre, el instrumento y el intérprete se mezclan de algún modo. Uno me comentaba: “Yo, con mi tambor, es como si él y yo fuéramos la misma cosa”.
Eso es lo maravilloso. El sentimiento que llegan a imprimir a los tambores. Nunca mejor dicho que hacen hablar al instrumento: hablar y cantar, y llorar.
El trueno de Semana Santa del Bajo Aragón lo cantan quince mil tambores y bombos de los nueve pueblos que forman la Ruta. Sólo Alcañiz hace sonar mil ochocientos.
Sí, es preciso vivir la Semana Santa bajo aragonesa. No es lo mismo que ver una pandilla de ellos en un concurso, fuera de contexto, fuera de su sitio, intentando llamar la atención de unos curiosos o compitiendo por un diploma. El tambor es otra cosa y ellos lo saben. ¡Ojala se lo hagan comprender así a los chavales de nuestras bandas!
¡Ojalá calen los tambores, pero no como un mero folclore, sino como expresión de un pueblo que sabe vivir y llorar con el lamento de sus tambores!