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miércoles, 3 de diciembre de 2014

Recuerdos

Como cambian los tiempos. Estos tiempos nos traen formas de vida, que yo me pregunto: ¿son mejores? No lo sé, pero lo que tengo claro que nuestros mayores eran, a su manera, más felices. Ahora en muchas casas son a veces hasta un estorbo y verlos en los bancos de las plazas hablando de sus cosas, casi adivino que no se salen mucho de los recuerdos que me trae mi infancia.
Hoy se llega tarde a casa y mientras se cena, en lugar de comunicarte con el resto de la familia, sobre lo desarrollado en la jornada, se enciende la televisión, que aunque aburra es imprescindible como dueña absoluta de la palabra en la casa.
 
Nosotros estábamos todos en casa antes de cenar. Todos. Las mujeres preparando la cena o haciendo calceta; los hombres fumando un cigarrico que encendían con una brasa que cogían del fogaril con las tenazas para ahorrar un misto y comentando las incidencias del día o escuchando al abuelo que siempre tenía algo que contar de sus viejos tiempos. Y los chicos escuchábamos o enredábamos. A veces cogías un palico encendido y lo agitabas en el aire haciendo culebretas de fuego, aunque la agüela no nos dejaba porque decía que nos mearíamos en la cama. Se estaba bien allí, en la cadiera, al amor del fuego.
Las cadieras eran los bancos del hogar. En el asiento se ponían pieles de cordero y se estaba muy cómodo y caliente. En el respaldo había una mesa abatible que se llamaba “prezosa” y que se bajaba para comer, para escribir, para echar una partida al guiñote…
De pronto el abuelo parecía transportado a los años de su infancia. La abuela ya terminaba de cortar las sopas que había dejado caer a su delantal, y destapaba la olla que colgaba del “cremallo” para escaldarlas.
-Anda Bastiané, sostén el cremallo pera que no baile.
Y es que si los llares quedaban bailando, era una mala señal que anunciaba desgracias.
El abuelo seguía ensimismado, sin hablar. Se frotaba las pantorrillas sin motivo aparente.
Los críos lo sacábamos de sus recuerdos.
_ ¿Te duelen las piernas yayo?
-No, no. Es que me estaba acordando…
Cuando estabas mucho rato en el fuego te salían “cabras” en las pantorrillas. Era como se te hinchasen las venas que se ponían negras.
Dolían mucho. Lo mejor era ponerse algún trapo aunque te llegase menos calor. Que suerte tenéis los chicos de ahora que no conocéis las cabras ni los sabañones.
Nosotros los llevábamos todo el invierno en las orejas, en las manos, en los dedos de los pies…Mi madre nos ponía tintura de yodo y nos hacía meter las manos en agua caliente…
En la cadiera, se hacía la vida en el invierno. Sobre todo se hablaba mucho, que ahora es una pena que no se habla nada en las casas. Allí, toda la familia se enteraba de cómo iba la poda, de cómo estaba la tocina que se mataría a primeros de diciembre, si el crío de casa Royo, estaba con sarampión. ¿Sabéis como se curaba el sarampión? Pues poniendo todo el dormitorio  bien royo, la luz se protegía con un trapo rojo, en las ventanas se ponían cortinas rojas, en la cama alguna manta encarnada…todo royo.
En la cadiera se pasaba bien hablando de cosas, para nosotros las que contaba el abuelo.
Hoy, no sé si los abuelos modernos son escuchados con la atención que lo eran los nuestros, y desde luego lo que tengo claro, es que los de ayer hoy no serían lo felices que entonces los conocíamos.


1 comentario:

  1. Buenas noches, soy la bisnieta de Tereasa Zalcedo, cocinera del ahora pantano de Mediano que vivió des del 1945 hasta el 1959, hemos leído que usted estuvo en Mediano. Tienes más fotografías de Mediano?

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