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sábado, 21 de julio de 2012

El mundo de la licantropía

Para nosotros era un mundo apasionante. Nuestra adolescencia se mezclaba con bruxas y bruxos convertidos  en animales, y cada animal extraño, te sugería alguna bruxa. Licantropía es el poder de una persona en convertirse en perro, lobo, o cualquier otro animal. Pero para nuestras bruxas, el preferido era el gato.
A mí me hizo mucha gracia lo que contaron de un pueblo muy cercano a Huesca: a una abuela que estaba hilando en la puerta de casa, se le presentaba un gato y se la quedaba mirando. Y lo mismo al día siguiente y al otro. Sospechó si sería una bruja y se lo contó a su marido. El se disfrazó de mujer y se puso a hilar. Se le presentó el gato que le dijo: "¿con barbas y filas?" El le pegó un estacazo. El gato le decía: "dame otro" pero él no se lo dio. Al día siguiente la abuela de una casa muy conocida apareció con el brazo roto.    
Esto de pedir otro estacazo tenía su razón de ser.
Aseguran que a las brujas, para hacerles mal, hay que darles siempre un número impar de golpes, pues el primero les hace daño pero el siguiente las cura.
En Biel decían que una mujer tenía una lupia (verruga) en la cabeza y llevaba fama de bruja. Un día salía de su casa por la gatera y unos mozos que pasaban le pegaron un garrotazo. A la mujer se le había roto la lupia y murió a consecuencia de eso.
También en Baldellou unos niños tiraron piedras a un gato negro que salía por las noches y más tarde una mujer con fama de bruja en el pueblo amaneció llena de heridas. Ella sostenía que se había caído.
Contaron también otra historia: En Alberuela de Laliena, en una casa rica, todos los años, el día de Nochebuena, cuando se iban a misa de Gallo, al volver se encontraban con que había muerto la mejor mula de la cuadra. Y eso un año y otro año. Al final un mozo decidió quedarse aquel año y se acostó en la pesebrera con el candil y un garrote a mano. Le despertó un rebullicio entre las caballerías. Encendió el candil y vio un gato negro a lomos de un macho: el mejor que tenían. El mozo le pegó un estacazo. Pero el gato consiguió escapar. Aquel año no murió ningún animal y a la mañana siguiente la abuela de la casa apareció derrengada por el golpe.
Aunque la historia era tan divertida, resulta que todos la habían oído contar de algún otro pueblo.
Creo que la historia se cuenta en todos los pueblos del Alto Aragón, aunque con ligeras variantes; en Lecina pasó en casa M y el gato le pedía otro garrotazo al mozo. En Torrente fue en casa C y cuando murió la presunta vieja apareció la cabecera de la cama llena de billetes. En Tierrantona, todos los años la Misa de Gallo es para casa Olivera, en donde cuentan que ocurrió el incidente.
Como digo, la historia es muy común y -eso si- en todos los lugares se sitúa en la casa más rica del pueblo. ¿Qué reivindicaciones sociales rezuma la leyenda?
En casa Valera, de Hoz, sucedía lo mismo y el amo fue al adivino. Este le dijo que era una bruja y que había que pegarle con sarguera (sauce). Desde entonces ya no volvió.
En Angüés sucedía el día de la fiesta. Habían masado, y la chica de la casa invitó a su novio para comer una torta que habían hecho. En éstas llegó el gato y la moza le tiró las tenazas que tenía a mano y le rompió una pata. Al día siguiente la vieja que tenían en la casa apareció con la pierna rota y le dijo a la chica:
"Buena culpa tienes tú de esto: cuando te comías la torta con tu novio me tiraste las tenazas…”
Un mozo de Belsierre se quería casar con una chica de Puyarruego y la iba a ver todos los días. Una vieja que llevaba fama de bruja le dijo que no se casaría con esa chica y desde entonces siempre que iba a ver a su novia lo seguía un gato negro. Al final el mozo se fue a ver a la bruja y le dijo que si no se casaba con esa chica que mataría a la bruja. Desde aquel día el gato dejó de seguirlo.
En Alcolea de Cinca en una casa tenían una mula; cuando el criado entraba a darle el pienso veía que salía una cosa de ella. Un día le pegó un tiro; resultó ser un gato negro que lanzó un grito: “Me has matado”.
También en Hoz me contaron: "Hace unos cuarenta años, al subir a puerto con las vacas en Las Ruabras se nos murieron tres mulas a la vez en lo alto.
Vimos como un bicho, como un gato pequeño, que se escondía en una mata de boj. Registramos la mata pero había desaparecido. El adivino nos dijo que era un espíritu o una bruja".
Otro testimonio de gatos: "A mi padre se le morían todos los cerdos. El adivino le dio el remedio: poner un gato vivo en una marmita y que se consumiera en el fuego. Tenía que ser un gato negro. Así lo hizo y mientras estaba el gato en el fuego, arriba se oía maullar como si hubiera un ejército de gatos. Subía y no había nada. Cuando se murió el gato, se dejaron de oír los maullidos. Los cerdos ya no se murieron. (N. A. Lecina).
En Biescas, en el barrio de San Pedro vivía una mujer que tenía fama de bruja. Francho Pascual, al ir a casa al anochecer, todos los días se encontraba con un gato negro. Una noche, cansado, intentó darle una patada. El gato le dijo: "Francho, no te metas donde no te llaman", (Información de M. P. Biescas).
"A una chica de una casa de aquí, siempre que iba a dar de comer a los animales, le salía un gato encima de algún animal. Iban otros y no lo veían. Ella si. No le podía pegar nunca". (Información en casa S. de Villacarlis).
En Jasa, las historias pasaban en casa Segador. En Piedrafita no dicen la casa y tampoco en Panticosa.
En Serveto, en casa Falceto, empezaron una noche a oírse ruidos en el tejado, como si aserraran. No se podía dormir en la casa. Eso, una noche y otra noche. Vino mucha gente de fuera a oírlos. Entonces empezaron a examinar el tejado. Miraban por una punta y el ruido seguía por la otra. No pudieron encontrar nada. Fueron al adivino. El les dijo: -"Veréis un gato en la punta de un chopo: él es el causante y tenéis que matarlo". Lo mataron y los ruidos cesaron. (José G. M.).
"Mi padre contaba que estaba regando en el campo y le salía un gato negro. Se agachaba a coger una piedra y desaparecía. Luego aparecía otra vez. Con una vecina lo acorralaron, le dieron un garrotazo y el gato decía: "dáme-ne otro" (informe de José Guillén. Panticosa).
 Y no sólo los gatos tenían parte en la brujería. Por lo visto también otros muchos animales tenían que ver con cosas misteriosas.
Me contaron que en Castejón de Monegros, se murió una mujer y todos se preguntaban: ¿y como ha muerto si se convertía todos los meses en craba (cabra)?
Otra información recibida, contaba que en casa Salas, de Panzano, los bueyes de la cuadra se toceaban mucho. Bajaba el amo y se paraban. Luego se emprendían otra vez en cuanto se marchaba. Decían que estaban embrujados.
Pero la historia más curiosa fue la que contó el montañés de Chistén, de las cabras muertas de Fuencalderas: Debió de ocurrir a fin del siglo pasado, en los campos que llaman de "La Buxaquera".
Un pastor tenía pastando su rebaño en uno de estos campos que está próximo a un huertecico propiedad de una señora muy vieja que, por sus frecuentes fechorías y actitudes fuera de lo corriente, tenía en el pueblo fama de bruja.
Un descuido del pastor llevó a siete de sus cabras dentro del huertecico, comiéndose las hermosas coles que la "buena" señora tenía; pero no se sabe si por casualidad o por sus dotes de sabiduría se enteró y se presentó allí en aquel momento, poniéndose a maldecir con gritos chillones deseando la muerte de las siete cabras. Deseo que ocurrió en el acto, quedando tendidas y sin vida sobre los troncos de las coles. Furioso el pastor al ver sus cabras muertas arremetió contra la bruja con su palo levantado para intentar calentarle las espaldas; pero atemorizada con tales amenazas se humilló pidiendo piedad para su viejo cuerpo y prometió que devolvería la vida a las cabras muertas. El pastor así lo creyó y realmente así ocurrió, pues a las primeras frases que pronunció con mágico poder, las cabras ya saltaban del huerto al campo, juntándose con el rebaño y con tanta o más vida de la que tenían antes.
Ni qué decir tiene, que ni el pastor llegó a pegar a la bruja ni las cabras se murieron hasta que fueron muy viejas, pero desde entonces, todos coinciden en la opinión de que las cabras de Fuencalderas tienen una forma de mirar siniestra y asustadiza, además de una gran tendencia a destrozarlo todo con sus malas artes y con sus fuertes cuernos.



sábado, 14 de julio de 2012

Adolescencia

-"Tú y tú, voluntarios. Id a buscar los bancos para el baile". Esa fue la primera orden que recibí con mi mayoría de edad. Ya se sabe que en Aragón se era mayor a los catorce años, que es cuando se entra en "el gasto", por más que leyes y contrafueros digan lo contrario.
En realidad, en los pueblos nos considerábamos mayores mucho antes, desde que al salir de la escuela tenías que acarrear cántaros de agua hasta llenar la tinaja; luego, llevar los abríos a abrevar a la balsa; después llenar el saco de hierba para los conejos, mientras las chicas se cargaban con otras obligaciones domésticas de limpieza y zurcidos, aunque compartían con nosotros la tarea de aguadoras.
Pero el hecho significativo era "entrar en el gasto".
Empezábamos a cotizar para las fiestas y a ser considerados como mozos. Los más jóvenes, lógicamente, cargábamos con las faenas más pesadas y menos vistosas: escobar la plaza para las carreras, rociar de agua la pista del baile y acarrear de un sitio a otro todas las cosas que parecieran necesarias.
Sin dejar los juegos en los ratos que quedaban libres, adquiría una mayor intensidad la caza y la pesca como diversiones que de paso ayudaban a la economía familiar.
La caza, por descontado, no era con armas de fuego, sino mediante trampas en las que pronto adquiríamos una gran experiencia de mano de los mayores: cazar conejos a lazo o "furoniando", coger cardelinas con “besque” y con reclamo, tordos muertos "a loseta" y un sin fin de métodos primitivos que no es cosa de enumerar aquí.
Los animales y su mundo nos producían un atractivo especial. Con el ganado en seguida se adquirían los conocimientos ignorados por aquéllos que nunca han tratado con él y, de paso, con su mitología: interpretar su balido, lanzar las piedras a sobaquillo para dirigir el ganado sin estropear ninguna res, disponer la sal en las saleras, con especial cuidado para que la luz de la luna no le diese directamente porque entonces se "alunaba" y el ganado podía morir.
Procurábamos siempre que en todo rebaño hubiese siempre alguna oveja negra porque eso les defendía de la tormenta: jamás se ha oído decir que un rayo, ni siquiera una “pedregada” haya caído sobre un rebaño con oveja negra o en un corral con gallina del mismo color.
Había algo misterioso en los animales y más todavía cuando empezabas a oír los abundantes cuentos de brujas que se convertían en bichos: en cabras, liebres, águilas y, más frecuentemente, en gato y en lobo.
Por entonces se contaba que en un pueblo de la Plana, un día una pandilla de mozos jugaba por una era, cuando apareció una cabra bastante fura que arremetió con ellos.
Naturalmente no se amilanaron y la arrinconaron. Como “tozeaba” mucho la golpearon de mala manera y hasta en un alarde de brutalidad le cortaron la oreja. Al día siguiente una mujer del pueblo que llevaba fama de bruja apareció con un pañuelo en la cabeza que le tapaba las orejas. Nunca la volvieron a ver sin el pañuelo.
Alquezar (Huesca)
Yo les dije a mis amigos que un montañés de Chistén, que venía por casa sabía muchas cosas de brujas que por lo visto abundaban por nuestra tierra y que cuando viniese al pueblo le pediríamos que nos contase.

La ocasión se presentó unas semanas más tarde y todavía guardo el recuerdo de aquella velada en la que se contaron cantidad de historias, todas sucedidas, según aseguraban los narradores (ya que todos participábamos un poco) y que te hacían dudar de todo lo relacionado con la brujería, que hasta entonces habíamos considerado cosas de chiquillos o habladurías de mujeres.
Se me quedó grabado un caso que contaron de Aísa, allá en el valle de Borao. Por lo visto unos mozos iban cazando por el monte cuando encontraron escondidas entre unas matas de boj ropas de mujer. Uno de los jóvenes aseguró que debían pertenecer a una bruja, ya que ninguna otra mujer se iba a desnudar en el monte. Otro de los chicos llevaba un rosario en el bolsillo y lo echó encima de los vestidos y se escondieron.
Al cabo de un tiempo apareció una liebre que se acercó a la ropa pero sin tocarla. Comenzó a dar vueltas alrededor de ella y no paraba de mirar a todas partes hasta que descubrió a los muchachos escondidos. Se encaró con ellos y les espetó:
-¡Quitad ese rosario para que me pueda vestir!
-Lo quitaremos si nos dices de dónde vienes y qué has hecho.
-Vengo de Esposa de casa Tal, porque tenía que dar el mal a un niñer que tienen. -Pues vuelve a la casa, quítale el mal y te dejaremos vestir.
La liebre desapareció. Uno de los jóvenes marchó corriendo para comprobar que hacía lo que le habían indicado.
En efecto, en la casa le dijeron que el niño se había puesto malo de repente pero que ya estaba mejor. Cuando regresó junto a sus compañeros ya estaba la liebre esperando impaciente. Recogieron el rosario, y la liebre se convirtió en mujer y pudo vestirse.
Similar historia cuentan de una bruja convertida en perro en Las Almunias. Por la ermita de la Trinidad un hombre que iba a cazar encontró un montón de ropa y sospechó que pertenecían a una bruja. Echó encima un “cristico” que llevaba y siguió cazando. Cuando volvió a pasar por allí, al lado había un perro que le pidió que quitase el cristico para poderse vestir. El le dijo que antes le tenía que confesar qué mal había hecho. El perro le contestó que venía de Pedruel, de casa Mairal. No había podido dar el mal a un chico porque lo tenía su madre encima y había dado el mal a una canasta de huevos que tenían debajo de la cama. Dejó vestir a la bruja y marchó a casa de Mairal a decirle lo de los huevos. Echaron un huevo en una sartén. Pegó un estallido y saltó de la sartén. La misma historia con otra variante se dio también en Sieso, según me contaba Mariano X de Pueyo de Fañanás.
Peor suerte dicen que tuvo otra bruja de Senegüé que antes de convertirse en gato se le olvidó quitarse los pendientes y fue descubierta por ellos.
Allí todo el mundo conocía historias de brujas convertidas en animales, sobre todo en gatos.
Pero entramos en un mundo en que la adolescencia se mezcla con el mundo de la licantropía. Quiero mostraros como en aquellos años, nada era como en los actuales. Seguiremos otro ratico…


sábado, 7 de julio de 2012

La entrada en el mundo del juego

Conforme adelantabas la infancia, ibas entrando en el mundo del juego. En primer lugar, de los juguetes que sencillamente no existían ya que teníamos que fabricárnoslos nosotros desde los "toreros" hechos de los cromos que aparecían en las cajas de cerillas, hasta las carpetas confeccionadas con recortes de naipes viejos.
Sabíamos hacer una especie de pulgaretas con media cáscara de nuez y una cañica atada por la mitad con un hilo y que redoblaba su castañeteo que imitaba a las castañuelas. Los pitos los fabricábamos con un trocico de palo de abedul: se le arrancaba la piel toda entera y a la madera se le hacía un hueco por su mitad y desde allí a la punta se tajaba un poco dejándolo plano. Se volvía a colocar el pellejo en el que se hacía una incisión que coincidía con el hueco de la madera, y ¡a chuflar!
"Angeletes"
También pitaba con un quejido lastimero si soplabas en el canto de una hojica de trigo verde o de balloca sujeto entre los laterales de los dos pulgares juntos...
Con corchos y alfileres se hacían jaulas para los grillos; con juncos unos barquicos preciosos; con hilo de lana, pelotas y con rebullos de trapos viejos, balones. Los aros eran sencillamente los cercos de las cubas y los ganchos de guiarlos los hacíamos con alambre recio del que sujetaba a manera de tirantes los postes de la luz; más de un poste se quedaba bailando después de una fabricación masiva de ganchos.
Urbez aprendió a jugar a "cazoleta" con el barro; a fabricar "cañutos" de disparar petardos de cáñamo masticados; cohetes de botes de conserva con un agujero encima y que se encajaban boca abajo en un pocico de la misma medida que la lata llenos de agua con carburo: el gas salía por el orificio y allí se aplicaba un cebador encendido; aprendió a hacer cerbatanas para disparar pepitas de litones, a subir a los árboles, a instalar lazos de alambre para los conejos, losetas para cazar gorriones y arbolillos con besque para coger cardelinas con reclamo; a pescar a uñeta peces en el río y a apresar lagartijas vivas.
"Algarrobas"
Cuando capturábamos una lagartija le hacíamos fumar, lo mismo que a los murciélagos que se quejaban lastimeramente y nosotros asegurábamos que "juraban".
La naturaleza nos brindaba un aula perenne que ahora se pretende imitar sin que llegue a la suela de los zapatos a los conocimientos que entonces teníamos.
Por ejemplo, de cosas comestibles. Todo un cursillo de supervivencia. Y ¡Hay que ver la cantidad de cosas que comíamos y que ahora ya no recuerdo! Las bayas, las conocíamos todas y por eso nos librábamos mucho de comer "tapaculos".
No puedo identificar ahora todas las plantas que nos ofrecían manjares suculentos o al menos nos lo parecían, como la miel de las algarrobas tiernas; los angeletes que eran la flor de la acacia, los panetes, semillas de una hierba que ahora no sabría localizar; la ensalada silvestre, hecha de una especie de letachines...
Nuestros primeros cigarros fueron ramas de petiquera, cuyo humo picaba de mala manera en la lengua, pero que nos producía la impresión de ser ya mayores... Luego vendría el fumar manzanilla.
No conocíamos muchos deportes. Pero ya habíamos descubierto el movimiento continuo. Para el buen tiempo, la natación. Nos picábamos la escuela y como después de nadar se nos quedaban las piernas limpísimas, cosa poco habitual en nosotros, nos manchábamos las pantorrillas y nos hacíamos rayetas con palicos para que no lo notaran en casa, aunque después de tantas precauciones nos descubrían por habernos puesto los calcetines del revés...
Y luego, las pedradas: los críos de ahora no tienen ni idea de lanzar una piedra. Si hubieran visto los tiradores y hondas que nos fabricábamos para nuestros campeonatos contra los del barrio bajo... y cuando no, a mano, a bolea o a sobaquillo con una puntería que envidiaría el mismo David de la Biblia.
Los chavales mayorcicos, aun antes de dejar la escuela a los catorce años, ya entraban en un mundo nuevo: la colaboración en casa, la entrada en la cofradía y en "el gasto" de los mozos, los primeros escarceos con las mocicas...

El ninón esta creciendo muy deprisa, y comenzará a ir a la escuela, a esas escuelas que ya conté en este blog en su momento…