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jueves, 26 de abril de 2012

Miedos de chiqués (continuación)

También el "hombre del saco" era motivo de preocupaciones y hay que ver lo que podía traumatizar a un niño el ver a cualquier hombre que no fuera conocido, con un saco al hombro.
Entre los seres indefinibles -que podían ser hombres o no serlo- se encontraba el "sacamantecas" que succionaba las "mantecas" de los niños díscolos o poco juiciosos hasta dejarlos exhaustos.
Así lo llamaban en Huesca, Ayerbe, Bailo, La Almunia de San Juan, Santa Eulalia de Gállego, Murillo, Agüero...
En Fuencalderas a los niños se les hacía miedo para frenarles en sus fechorías con los "ensundieros", hombres desalmados que, según se decía, robaba a los niños que salían del pueblo para sacarles la grasa de sus "ensundias" y utilizarla para engrasar las ruedas de los carros, tal como en otros pueblos vecinos ya había ocurrido.
También recuerdo a los "guzpatas" animal monstruoso que atrapaba a todos niños desobedientes y excesivamente curiosos que se metían donde no le llamaban.

Evidentemente tampoco podía faltar el demonio:
Así en Vilanova, Adahuesca, Ontiñena y Tierrantona, que yo sepa. Y todas las variantes del mismo: Pateta (Huesca), Pedro Botero en muchos lugares, el Diablo de Sijena (Sena) y hasta "la Diabla", personaje curiosísimo de la imaginería aragonesa que se encuentra en Esposa, en el retablo del altar mayor de su parroquia. Allí está el maligno a los pies de San Bartolomé, patrono del pueblo. Los atributos femeninos de su pecho son clarísimos y tiene también la particularidad de no dejarse fotografiar, según dicen en el pueblo. Nada tiene, pues, de extrañar que en Esposa y su redolada se amedrente a los niños con "la Diabla".

Iglesia de Esposa (Huesca)
Ni las brujas:
Así, de manera genérica, en Vilanova, Loarre, Cerler, Aineto. En Sarvisé dicen "la bruja Piruli.
Por eso los niños han tenido siempre un miedo atávico a las brujas. Una señora de Lascellas me decía que cuando era niña en la escuela se oían unos ruidos terribles. La abuela de la casa de al lado, leía un "libro prohibido" con una vela encendida. Una sobrina suya recibió el maleficio. Era hacia el año 1933.
"Cuando éramos niños, al carrascal de Alcalá del Obispo lo llamaban el Carrascal de las Brujas. Si teníamos que ir a Albero por la noche nos decían que no pasáramos por el carrascal porque había brujas. (Información de José. Fañanás).

Un remedio curioso contra las brujas, es el empleado en Berbegal. Cuando un crío se ponía enfermo decían que tenía el mal de ojo. Lo llevaban a coger cagallones (excrementos de caballería) y decían: "Esta cagallonada, arrendau, el que me la quite condenau".

"La gente embrujada muere en viernes. Mi tía también murió en viernes y muy joven”.
Todo esto lo recuerda una informante de Zaidín y nunca lo contaron:
Estando muriendo dijo a su madre: "Mamá, he visto a la Pepeta como una sombra". Había ido antes a un curandero que les había dicho que el mal se lo daba una amiga de la casa. "No les digo el nombre pero es muy pequeñeta y va mucho por su casa, lleva vestidos antiguos y una cesteta en la mano". La moribunda pidió: -"Mamá, coge dos vasos de agua iguales y átalos con una cuerda para que al menos yo no sufra". Y así lo hicieron.


Tampoco escapaban los civiles, como oí decir de Adahuesca y Cerler, ni los gitanos y en general cualquier persona tildada o marginada por alguna razón.

Es el caso de "que viene garroso de Naval" que dicen en Tierrantona, la "Vieja Pirulí" que dicen en Bailo y que probablemente hay que asimilar a la bruja del mismo nombre o "el relojero de Banaguás" con el que también amenazan en Bailo y que al decir de Fraga "que vendrá un fantasma".

Muchos siguen creyendo en fantasmas, como el caso que me contaron en Pueyo de Fañanás: "Por las noches, por el frontón pasaba una figura como una sábana, un burro o una persona... y los mozos que iban a rondar sacaban la pistola o el revólver, le disparaban, pero no salía el tiro. Fueron al mosen (Don Maximino Abad) para que les bendijera las balas. Desde entonces ya no salieron más fantasmas" (información de M. Ayerbe).

Los gitanos también tienen especial miedo a las brujas que pueden hacer algo a sus hijos. "Esto le paso a un tal Miguel que ya murió. Tenía un niño de unos cuatro meses. De pronto una noche, estando en Almudévar, le dijo su mujer: "Que no encuentro al niño". El le dijo: "Mira que te pego un garrotazo". Pero el niño no estaba. Oyeron llorar y el niño estaba en la puerta del cementerio. A los pocos días no estaba el niño tampoco. Lo buscaron por todos los sitios y hasta avisaron a la Guardia Civil pero no aparecía. Lo encontró un señor de Tardienta, junto al canal, "que si se sabe mover, se cae al canal" (Información de Enrique, alias El Cotoi).

Por la montaña, que siempre es más misteriosa, parece que asustaban con "las almetas" y por la parte baja con cosas tan prosaicas como un automóvil, aunque -eso sí- negro.
"Todavía recuerdo los coches que pasaban por la carretera y que todos mirábamos como algo insólito, y a las madres les iba muy bien para que los chiquillos no se alejaran mucho de su casa, decides "no vayas a la carretera que pasará un auto negré"'. Este temor era debido al rumor que circulaba de que un un pueblo se habían llevado a dos pequeños para quitarles la sangre, como si los coches negros fueran una especie de vampiros". (lnf. Pilar V.).

No obstante y a pesar de tantos dioses menores capaces de erizar el cabello de todos los niños el remedio más acusado de los mayores para conseguir un buen comportamiento, era lo más cercano y que se prestaba a más elucubraciones por parte de los pequeños: "Si no te callas, te llevaremos al cuarto oscuro". Y todas las casas tenían un cuarto oscuro.
Una buena parte del miedo de nuestra sociedad viene sin duda marcado por un condicionamiento de la infancia cuya marginación se pobló de seres tenebrosos.


jueves, 19 de abril de 2012

Miedo a lo desconocido en la infancia

Era el miedo a lo desconocido, a lo misterioso, a seres reales que iban haciendo mal a los niños y a seres fantásticos, que daban pie a la imaginación creando un mundo alrededor, en el que nunca te encontrabas seguro.
Había empezado con el coco, cuando le cantaban a Urbez para dormirlo "duérmete niño mío que viene el coco..." No sé por qué el coco se me representaba como una mancha negra capaz de... -¿de qué era capaz?- Eso era para mí lo más terrible, que no sabía hasta dónde podía llegar su maldad y su poder. Se llevaba a los niños. ¿Y a dónde? ¿Para qué?
Había matices, porque existía el coco y el cocón y éste aún debía ser peor. El coco se llevaba a los niños. El cocón, no. Era como la mancha negra cubriéndote, absorbiéndote, convirtiéndote en la negrura que él era.
No sé por qué el "totón" era más inofensivo; casi hasta simpático dentro de su maldad.
Luego estaba el lobo: el de los cuentos de Caperucita, que además de ser terriblemente voraz, se personalizaba, hablaba, engañaba... El lobo era mucho más real. Se sabía que era un animal capaz de deshacer un rebaño y de plantar cara a los mastines. Abundan las historias de pastores que tuvieron que luchar contra ellos. Surgió la figura del "cazador de lobos". Cuando un hombre lograba matar un lobo lo despellejaba y paseaba por los pueblos de la comarca, mostrando la piel como trofeo y recibía a cambio una buena gratificación por el hecho.
No es de extrañar que algunos de los lobos se convirtiesen en míticos por los diferentes pueblos y comarcas. Por eso para asustar a los niños en algunos sitios personalizaban y concretaban qué lobo era el que cometería la fechoría.
"Que vendrá el lobo" lo hemos oído en Huesca, Aineto, Santa Eulalia de Gállego, Albelda, Loarre, Almudévar, Campo, Ontiñena, Alberuela de Laliena, etc.
En Ansó concretan "el lobo de Santa Bárbara", en Echo "el lobo de la Cuesta".
Los lobos, de siempre y en todas las culturas, han influido en la imaginación popular y a fuerza de personalizarlos dieron origen a una de las creencias brujeriles más curiosas: la licantropía, es decir, la conversión del hombre en lobo.
Y en nuestra tierra, se nos presenta ligado a la brujería.
 "La casuística más relevante de la brujería aragonesa se produce entre 1637 y 1642 en el valle de Tena donde surgió una posesión demoníaca que afectó a 72 mujeres y que puede ser considerada como una de las más importantes de Europa: por estos hechos fueron juzgados Pedro Arruebo y sus cómplices Miguel Guillén y Juan de Larrat. Ya a finales del siglo XV aparecieron, en varios pueblos del valle del Aragón, muchas mujeres que ladraban como perros; el suceso se atribuía a la acción maléfica de las brujas.
En los siglos XVI y XVII en Aragón abundó este fenómeno. "Abundaban las "mujeres ladradoras", -que ladraban como perros- en Villanúa, Aratorés, Sinués, Aragües del Puerto, Echo y hasta en Biescas, lugar en el que el hijo de Manaut ladraba "de forma canina".
Y como en estas charlas, no pretendo recordar la historia, aunque no prescindir de ella, es importante constatar la casuística moderna recogida en nuestros pueblos de la tradición oral.
En Biescas la bruja Maut hacía ladrar a las personas como perros. Tal vez este hecho se relaciona en la memoria popular con la epidemia de "mullers ladrantes".
Y os paso otra información oral recogida, aunque no diré su procedencia: “Un cazador vio una liebre. La liebre no huyó y cuando él iba a disparar, la liebre habló para decir: "Ridios! ¡No tires que soy l'agüela Fidalgo! Después la liebre le dijo al cazador que si no contaba a nadie lo que había visto, no le echaría ninguna maldición”.
Se ha llamado con razón a este fenómeno “licantropía”, aunque estaría mejor empleado el término “zoantropía”, pues la bruja se convertía en cualquier otro animal a su antojo.
En Bolea había una bruja que no sólo se convertía ella en animal, sino que también convertía a los demás en gatos, cabras, etc. Vivía hace unos cincuenta años.
En Albelda no hace demasiado unos chavales sospechaban que un perro de mucho genio era en realidad una bruja y le tiraron piedras. Al día siguiente la vieja de quien sospechaban apareció herida.
“En el pico de Alza, iban mucho las perdices. Y uno fue a cazar. Había un conejo: empezó a crecer y se convirtió en una cabra. El echó a correr.
Las cabras hablaban. La cabra le dijo a uno que se pusiera a caballo que lo llevaría. Se montó y lo llevó volando de Santa María a Arcusa y de Arcusa a Betorz”. (el mismo informador).

En Los Cochechos, Piedrafita, subiendo al pueblo aparecía con frecuencia un perro que luego desaparecía. (Información recibida de Ramón, de Piedrafita).

“A un tío mío le salió una cabra. El pensó "es la de Fulano, déjame recogerla". La puso en el burro. Luego ella brincó y se desfiguró en persona. Le dijo: "Anda, Manolo, ahora ya te he fastidiau". (Información de Rafael. Lanaja).

“Cuando el abuelo de mi abuela era mozo en Loporzano vivía una mujer que decían que era bruja. La gente del pueblo, aseguraban que la habían visto salir montada en una escoba por la chimenea, que la habían visto convertirse en animales... Un domingo esa mujer se convirtió en cabra y se paseaba por las eras del pueblo; dio la casualidad de que estaban por allí los mozos con las mozas y al ver a la cabra allí la encorrieron, la cogieron y para marcarla le cortaron una oreja. La bruja llegó a su casa y allí se convirtió en persona de nuevo y vio, que había perdido una de sus orejas. Desde entonces la bruja iba siempre con un pañuelo en la cabeza”.

Tengo registrados algunos métodos, para efectuar el cambio ritual por medio de palabras mágicas. Palabras reales que se utilizaban, tanto para transformarse en animal como para readquirir la forma humana.
Para transformarse en liebre: "Me transformaré en una liebre / con pena, lamentación y cuidado / e iré en nombre de Pateta / hasta que vuelva a casa". Para transformarse en gato o en cuervo, se usaba el mismo conjuro, alterando el segundo verso como para conseguir que rimase. En lugar de "cuidado" las palabras eran "una negra explosión" para el gato; y "un golpe negro" para el cuervo.
Para readquirir la forma humana, las palabras eran las siguientes: "Liebre, liebre, que Dios te proteja / ahora tengo el aspecto de una liebre / pero a partir de ahora seré una mujer".
Ya es demasiado larga la charla, pues el tema da de sí para varias horas. No he hablado, y lo haré en otro momento del animal preferido por las brujas como encarnación para hacer el mal: el gato.


lunes, 9 de abril de 2012

Miedos

Y retornamos con la vida de este aragonés que nació, se bautizó y que sigue creciendo en unos años para nada fáciles y que hoy muchos que leen estas historias se quedarán pensativos…
Para nada era fácil la vida hace unos años…
Una mañana Urbez amaneció acatarrado y cundió la alarma por toda la casa. Es que si yo cogía un catarro, todos tan frescos: me pincelaban el pecho y la espalda con tintura de yodo al acostarme, y a esperar. Pero cualquier anomalía de mi primico era claro que suponía una tragedia. Me lo abrigaron bien y toda la familia estuvo pendiente minuto a minuto del pequeñín. Al mediodía parecía tener fiebre. Daba pena verlo tan apagadico.
Estaban por llamar al médico. En el pueblo no había, claro. En casa estábamos igualados con don Matías, de Bielsa, que era muy atento y que venía con una mula negra cada vez que se le llamaba. También daba apuro avisarle por un simple constipado.
A Urbez le empezó a subir la fiebre hacia la mitad de la tarde y la carita se le empezó a enrojecer con unos puntitos colorados. La experiencia familiar diagnosticó inmediatamente:
-"Tiene sarampión”. ("Sarrampión" decían).
Se ve que no se podía estar tranquilo. En un momento, todo estuvo patas arriba. Todos sabían cómo hacer el tratamiento. Luego nos enteramos de que efectivamente, por el barrio alto había una pasa de sarampión.
- Al chiquer de Robustiana lo han llevado a casa Chato para acostarlo con el nene que está malo.
- Hacen bien. Es mejor que lo coja ahora que no cuando sea mayor.
- Sí, acuérdate del zagal del Pelaire: lo cogió a los diecisiete años y se lo llevó a la “fuesa”.
Yo ya había pasado el sarampión y ¡menos mal!... porque ya me veía enfundado en la cuna con mi primico...
Mi tía estaba que ni respiraba, pero todas la tranquilizaron. No hacía falta ni llamar al médico. Lo importante era que no cogiera un frío, lo demás ya se lo sabían hacer ellas. La habitación de la tía Dulzis se convirtió en una clínica, aunque, eso sí, de los más curioso.
Yo tuve que ir a la botiga, a comprar una bombilla roja. Cuando volví pude ver que toda la habitación se había vuelto roja. La abuela decía:
- "Hay que ponerlo todo bien royo". .
En la ventana, bastante entornada habían colocado una cortina roya de modo que la poca luz que entraba era roja como si viniera del horno. Quitaron el trapo rojo que habían puesto en la bombilla mientras yo traía la de la tienda y la cambiaron.
El ninon estaba todo abrigadico que casi no se le veía y, por supuesto, el cobertor de la cuna era también encarnado.
Otra medida que también se iba a tomar era no darle nada de agua para beber. Esto a mí me daba mucha pena pues cuando yo sudaba no hacía más que beber.
Una vez que se habían tomado todas estas medidas de ofensiva roja, volvieron todos a respirar. Estaban seguros de que ya no habría peligro.
Antigua escuela de chicas de Mediano (Sobrarbe-Huesca)
Las conversaciones, naturalmente, se canalizaron por el tema de las enfermedades infantiles y yo no me perdía ni una palabra. Gracias a eso hice mi cursillo de medicina popular que siempre resultaba útil. Además adquirí una gran confianza en la capacidad de diagnosticar y curar que tenían en casa.
Muchos de los remedios no los entendía entonces, y sigo sin entenderlos ahora, como era el caso del color rojo y el sarampión. Sin embargo creo que alguna explicación debe tener al existir una unanimidad total en Aragón.
La escasez de médicos, el conocimiento de las plantas y la tradición de la medicina casera convertían a cualquiera en médico en nuestros pueblos. Claro que también esto explica la increíble mortalidad infantil de los años pasados.

La mortalidad infantil fue aterradora hasta hace unos cuarenta o cincuenta años.
Valga como muestra elocuente esta estadística que saqué de los libros de defunción del siglo pasado, de la parroquia de Berdún. Escasamente la mitad de los nacidos llegaban a los diez años de edad.
Entre los años 1900 y 1910 los menores de un año nacidos eran 72. Fallecen 22.
De un año a cinco, fallecen 10.
No sé si el tener todo "bien royo" fue bueno para Urbez o que la enfermedad hizo su crisis normal sin apretar demasiado, el caso es que mi primico se repuso, volvió otra vez a ganar y de nuevo se convirtió en alegría de la casa y juguete de todos.
Todos reíamos las gracias del niño y yo en particular me pasaba ratos y ratos contemplándole en su cunica, oyendo arrullarle cuando lo dormían o viéndolo mamar. Ya tenía ganas de que pudiese hablar y andar para poder jugar con él y llevármelo por la calle para enseñárselo a los otros chicos.
De momento no estaba enfermo y eso ya era mucho. Y lo digo porque el tema de la salud que siempre me había resbalado como a todos los niños, desde el sarampión del nene me empezaba a preocupar y llevaba en la cabeza el censo de niños enfermos y de todas las enfermedades preguntaba si se podían "pegar".
Otras enfermedades bastante comunes en la infancia también se curaban con remedios que hoy nos llaman la atención. Por ejemplo, para que no tuvieran "alferecías" (epilepsia) se le daba vino al niño recién nacido.
Recuerdo también que la tosferina la curaban dando de beber leche de burra, o también bebiendo agua de muchas fuentes.
Los de Bolea concretaban en agua de siete fuentes diferentes y los de Tierrantona preferían el cambio de aires.

Como curiosidad y a título de ejemplo recogemos aquí algunos remedios que me han comunicado mis informadores, referentes al mundo de la infancia:
Las paperas se curaban con trapos de lana en el cuello (Bailo). Las anginas con vahos de sauco (Loarre).
Para evitar la subnormalidad, había que meter al niño enfermo budillo de cerdo (intestino para embutir) por el ano y dejarlo hasta que se saliera (Barbastro).
En Gistain este otro remedio para la meningitis: “Cuando un niño tiene mucho delirio de cabeza o meningitis se coje un conejo vivo y se le abre la tripa y se pone fuerte en la cabeza del enfermo fajando bien con un trapo. Se deja. El niño mejora porque el conejo chupa el mal. Si el mal es grande y no chupa bastante, se cambia el conejo por otro, y así hasta que se cura”.

Este remedio de chupar el mal por parte del conejo me lo confirmaron también en Villacarli, pero allí en el pecho y para una pulmonía.
El cólico miserere (apendicitis) y calmar el dolor, en Sobrarbe, una mujer embarazada de siete meses alienta sobre el vientre del enfermo y a continuación pone sobre él la palma de la mano derecha, rezando un avemaría. Lo repite tres veces seguidas.
La hernia infantil se curaba untando al niño con aceite de la lámpara de San Caprasio. Luego lo acostaban sobre el altar. El niño se tenía que dormir y se curaba. (Alcubierre).
Sin embargo para la hernia infantil en el norte de la provincia se usaba un rito mágico y tenía que ser en la noche de San Juan. En esencia consistía en ponerse dos hombres –Juan y Pedro- uno a cada lado de un roble y pasarse por la horquilla al niño afectado mientras decían:
- Dámelo Pedro
- Tómalo Juan.
-Enfermo te cojo y sano te devuelvo.
O bien:
- Dámelo Pedro
- Tómalo Juan.
- San Pedro y San Juan te lo curarán.
También las cataplasmas eran finas a veces. Recuerdo ahora ésta para la infección de vientre: Coger media docena de caracoles con cáscara y todo, una calabaza, una cebolla y un poco de manteca de cerdo fresca. Todo bien machacado y aplicar al vientre.
Los caracoles debían tener su virtud pues, por ejemplo “para madurar el pecho cuando hay catarro y tos era bueno comer tres caracoles crudos, sin cáscara, dos veces al día, al levantarse y al acostarse. (Plan).
Bueno, que seguiremos la vida del chico, que gracias a todos los buenos cuidados se criará muy bien.


lunes, 2 de abril de 2012

Aquellas semanas santas

Aquella tarde, al acudir al Catecismo de la parroquia, nos encontramos con todos los retablos tapados con unos enormes velos morados y lo mismo los crucifijos de los altares. Ni un dorado se veía por ningún sitio. La verdad es que estaba triste. El mosen nos explicó que estábamos en la Semana de Pasión, inmediata a la Semana Santa.
Nos gustaba la Semana Santa, y no sólo porque teníamos vacación en la escuela, sino por todos los cambios que rompían la monotonía de los días.
Mi madre me había comprado zapatos nuevos y un jersey para el domingo. La abuela en seguida sacó su refrán: “El que no estrena en Domingo de Ramos no tiene manos”.
Yo iba la mar de hueco con mi jersey. Algo menos con los zapatos, que me apretaban demasiado y me auguraban ya una rozadura en el talón.
Nunca he entendido eso de “más contento que chico con zapatos nuevos”.
El sábado anterior, en la iglesia nos habían dado ramos de olivo para que cada uno lo adornara como quisiera para la bendición y la procesión.
Los solíamos decorar con golosinas, porque decíamos que los ramos de los apóstoles florecieron ese día. Ensayamos una vez más la canción que cantaríamos en la procesión:
Bendito el que viene
en nombre de Dios,
bendito el Mesías
Jesús Salvador.
La mañana del domingo era todo un espectáculo la gente con sus ramos. Y los más bonitos, claro, eran los de los niños. Las familias ricas, en vez de llevar ramos de olivo, lucían unas palmas grandes, amarillas, cuajadas también de golosinas y lacitos, pero no nos daban envidia, porque nosotros éramos felices con los nuestros.
En la iglesia, a la hora de bendecir los ramos, todos los levantábamos altos y los agitábamos: era un espectáculo precioso, alegre.
Además en mi pueblo y otros muchos de La Ribagorza, (estoy recordando Liri) todos los críos llevamos a misa curroyetas o pitarroys, que son unos pájaros muy bonitos y que habíamos cazado vivos con besque y los soltábamos dentro de la iglesia al bendecir los ramos. Al cabo de un rato les abrían las puertas para que volaran fuera, porque, como estaban bendecidos, guardarían los campos de las tormentas y los insectos.
Por estos días es cuando más pajaricos se ven por el campo. Alguien me dijo un refrán que recuerdo ahora:
“Si en Semana Santa el cucut no canta o ye que se ha perdido o que el mal tiempo le espanta”.
Lo del mal tiempo era verdad. Como todos los años, en las procesiones nos llovería, aunque solamente fueran cuatro gotas. Yo estaba apurado por si se me mojaría el jersey nuevo y, en cambio, agradecí llevar los zapatos en vez de alpargatas.
Los labradores, en cambio, estarían contentos, pues ya dicen que:
"Semana Santa mojada, cuartilla de trigo colmada". Aún tenía más refranes en mi libretica, que os paso aquí:
Lluvia o viento por Semana Santa, si no, no es santa”.
“Ramos mojados siempre son loados”.
“Ramos mojados, carros cargados”.
Cuando terminó la procesión, con el paso de la «Burreta» y los apóstoles y toda la chiquillería cantando, como todos los de casa teníamos ramo, nos llevamos un par de ellos y los otros los dejamos en la iglesia: el cura los guardaba en un trastero para quemarlos al año siguiente y preparar con ellos la ceniza del Miércoles de Ceniza.
Los que nos llevamos los colocamos en el balcón, igual que hacía todo el mundo. Con eso estábamos seguros de que la casa quedaba protegida contra las tormentas. Por todas partes se veían ramos y palmas por los balcones.
En muchos pueblos del Pirineo este domingo bendecían también en la iglesia “bucharetas” o “buchetas” y las daban a cada familia para proteger casas, corrales, cuadras y campos.
Éste era el Último día en que se podía cantar y hacer un poco de fiesta, aunque naturalmente no había bailes y los cines en las ciudades estaban cerrados.
Mamá nos hizo un postre típico de estos días, que lo llamábamos “leche frita” y era una especie de natillas espesas que freía con huevos. Y, por la noche, cocinó “huevos de tonto”, que eran migas de pan tierno, rebozadas de huevo, perejil y  ajos fritos que luego se cocían.
Ya teníamos vacación en la escuela. Yo me acordaba del año anterior, que los tres primeros días ayudábamos al mosen y al sacristán a preparar el Monumento. Además, los críos recorríamos el pueblo recogiendo agujas para “vestir los santos”. No sé qué hacíamos luego con las agujas, pero ésa era la costumbre.
Cantábamos:
Angelicos semos, del Cielo bajamos
a pidir aujicas para el Molimento.
Y si no nos en dan, a puerta o pagará:
Tris, tras, amén, Jesús.
Y, efectivamente, en la casa que no nos daban aporreábamos la puerta con las mazas de madera que ya teníamos preparadas para la matanza de los judíos del Jueves Santo.
Todos nos habíamos provisto de carraclas y matracas. Éstas eran unas tablas que en un extremo llevaban una maza de madera sujeta por el mango con una bisagra y al agitarlas, producían un tableteo ensordecedor.
Matraca
Otros llevaban carraclas con una rueda dentada, de madera, que se hacía girar con un mango y armaba también buen barullo.
Las solíamos llevar al Oficio de Tinieblas, en que se cantaban quince salmos y, al final de cada uno, apagaban un cirio de los quince que ardían en el “tenebrario”, y al final, al quedar a oscuras, venía la apoteosis de ruidos que recordaban el terremoto de la muerte de Cristo, pero que nosotros hacíamos, para “matar judíos”.
Matracas semejantes utilizábamos los monaguillos estos días en vez de campanilla y hasta las mismas campanas de la torre enmudecían, sustituidos sus toques con otra matraca enorme que tenía el sacristán en el campanar.
El Monumento nos quedaba precioso, con tapices y muchas flores y velas. Todas las mujeres del pueblo tenían que llevar al menos un cirio y, también, las “cabelleras”, que eran macetas con plantas que se habían criado en la bodega para que no les diese el sol y estaban todas de un color amarillento precioso.
Se solía decir que si entre la tarde del Jueves Santo y todo el Viernes siguiente se sembraban flores, éstas salían dobles. Igualmente, estos dos días eran buenos para sembrar calabazas y judías tempranas de mata corta.
Sin embargo, prevalecía la costumbre de no trabajar estos días. Mi abuela solía decir que ni siquiera los pajaricos hacían sus nidos.
Ya se sabe que “tres jueves hay en el año que relumbran más que el sol, Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión”. Pero precisamente por eso alguna tarea muy concreta estaba bendecida en esos días. Me contaron que en Alquézar, el Jueves Santo era el día elegido para “espirallar” el vino, es decir, abrir un agujero en los toneles para catarlo. Lo hacían acompañando el trago con crespillos, que eran borrajas rebozadas con huevo, harina y azúcar y fritas en la sartén.
Todo este día tenía una magia especial: en la Montaña las velas del Monumento se guardaban como protección para el ganado; antes de subir a puerto, se encendían y se dejaban caer unas gotas de cera en forma de cruz sobre el lomo de las vacas y con eso ya no les harían nada las tronadas.
En el Somontano también se esconjuraban las tormentas ese día, clavando (baretas) unas ramicas bendecidas por los sembrados. Meses más tarde, al segar, cuando se llegaba a una ramica, se paraba, se rociaba el suelo con vino de la bota, se echaba trago y se rezaba un padrenuestro por los difuntos.
Cuando bajo a estudiar a la ciudad, se desconocían muchas de estas costumbres. En cambio, todas las iglesias y capillas de colegios y conventos tenían su propio Monumento y nosotros los recorríamos. Empezábamos rezando una “estación” en cada uno, pero luego nos cansábamos y casi nos dedicábamos a contar qué monumento tenía más velas.
Lo que nunca nos perdíamos era el rito del “Apresamiento”. Los romanos iban desfilando a la Catedral, cogían preso al Obispo, lo ataban con unos cordeles simbólicos y, como si fuera Jesús, y se lo llevaban detenido a su palacio.
(En Épila se celebraba el “encierro del Alcalde” como guardián de la llave del Sepulcro, es decir del Monumento. El sacerdote cerraba el Sagrario y colgaba la llave pendiente de una cadena en el cuello del alcalde y éste salía escoltado hasta su casa, de la que no podía salir hasta que lo fueran  a buscar el día siguiente.)
Dos actos había también muy concurridos en muchísimas ciudades aragonesas: el sermón de la bofetada y la procesión del Encuentro. El primero, recuerdo que lo hacía el predicador de forma tan emotiva que nos hacía llorar y cuando llegaba a lo de los sayones que abofeteaban a Jesús, todos los oyentes nos pegábamos una sonora bofetada a nosotros mismos.
La Procesión del Encuentro es, en realidad, dos procesiones que se encuentran en un sitio determinado. Una lleva al Nazareno y la otra, a la Virgen Dolorosa, y resultaba muy emotivo el momento en que se juntaban.
Mamá me contó que, este mismo día en Zaragoza, salía la Procesión del Silencio. No sonaban los tambores, sino unas trompetas heráldicas que anunciaban los pasos. Decía que era preciosa y conmovedora.

Aquella mañana me había levantado yo la mar de contento, no sé exactamente por qué, y entré cantando en la cocina. Mi madre me reprendió medio enfadada:
-¡Estás loco! ¿No sabes que hoy no se puede cantar? ¿Que ha muerto el Señor?
Me tragué la canción. Era verdad, estábamos en Viernes Santo, el día más triste del año.
En casa no se podía hacer nada o casi nada. No se barría ni se limpiaba el polvo; tampoco se rugiaba la calle, porque se llenaría la casa de hormigas. Sin embargo, las mujeres sacaban de los armarios las mantas y los vestidos buenos para que “cogieran el aire” de la Semana del Señor.
Los hombres sembraban las judías tiernas porque era el mejor día. También el agua de las olivas en conserva había que cambiada el Viernes Santo. Y poco más…
Aquí no se hacía procesión del Rosario como en otros sitios. Me contaron que en Eriste, en las letanías, los niños en vez de contestar, “ora pro nobis”, decían, “boletes de segreis...”. Los segreis son las bolitas de la enjundia
.Algo parecido se hacía en Alcañiz. Ahí contestaban: “Bis, bis. Bis”, y se quedó con el nombre popular de la “Procesión del bis-bis”.

En algún sitio he leído que en Huesca, en el siglo XVI, se daba la Procesión de los Mazos. Los muchachos rompían a golpes los cajones de madera que para ese día habían sacado a la calle. Lo importante era hacer mucho ruido: era para matar a los judíos y al diablo y recordar el trueno a la muerte de Jesús.
En el pueblo cantábamos:
¿Has visto a Cristo?
Sí que lo he visto.
¿Has visto al diablo?
Por  aquí ha pasado.
¡Vamos a matarlo!
No nos parecía obligatorio oír el sermón de las Siete Palabras, que era muy largo, y la chiquillería nos salíamos de la iglesia para ver los preparativos de la Procesión del Santo Entierro, que saldría de Santo Domingo.
Huesca
Allí estaba la “Cama” del Señor, custodiada por romanos con sus lanzas; tenían que estar como estatuas, sin menearse, ni siquiera pestañear.
Sólo en los relevos, cuando sonaba desde la sacristía una melodía muy triste, tocada por flauta y clarinete y acompañada de un tambor destemplado,
Estos ruidos fueron quizá el origen de los bombos y tambores de Semana Santa.

En Liri, colocaban un madero hueco a la puerta de la iglesia. Cada chico llevaba un palo y pegaba al madero muchas veces “para matar al diablo”.

En Fuencalderas, en la misa vespertina sucedía “la muerte del cura” con temor de que algún año sucediera de verdad.

En Tamarite, grupos de personas recorrían las calles y entonaban cánticos para llamar al Vía Crucis. Éste salía de la parroquia, para llegar al Patrocinio. Encabezaba la ceremonia un nazareno descalzo, cargado con una pesada cruz y arrastrando una gruesa cadena. A media mañana se hacía el Oficio de Tinieblas y tras la colación, a las tres de la tarde se rezaban en la iglesia 33 credos seguidos.

En muchos lugares de Aragón, este día se rezaba o se cantaba el “Reloj de la Pasión”..

En Borja, a las tres de la tarde, se hacía un pregón pidiendo limosna para enterrar a Jesús, que es pobre. En el cortejo, personajes alegóricos, como la Paz, la Justicia, las Doce Tribus de Israel, las Cuatro Partes del Mundo, la “Muerte Carraña” con su cartel: “A nadie perdono”.

Al paso del Cristo yacente en todo Aragón se le llama “la Cama”. En Borja le dicen “el Arca”; va custodiada por alabarderos y flanqueado por dos niños, a modo de ángeles con bandejas con una vara de plata y los clavos. La acompaña un tambor destemplado y una corneta.

En Albalate de Cinca, en este día se pasan los niños tres veces sobre la tumba de Cristo. Se hace cuando tienen un año, una vez en la vida.

Pasábamos a adorar a Cristo en la Cama. Pronto sería la Procesión.

La procesión del Santo Entierro era, sin duda, la más espectacular.
Aunque recorría todo el Coso, a mí me gustaba presenciada en cualquiera de las callejas en cuesta del Casco Viejo.
Venían primero los romanos de a caballo abriendo la marcha. Eran muy vistosos, con sus lábaros y el SPQR bordado en ellos. Es verdad que tanto en estos romanos como en los de lanza y los de astral se daba alguna incongruencia anacrónica, como alguno con gafas y relojes, otros demasiado mayores como para cumplir el servicio militar, pero, como se pasaban el traje de padres a hijos y los mayores se resistían a dejar su puesto, parecía inevitable.
A mí me encantaban los de lanza, que marcaban el paso muy marcialmente y golpeaban con fuerza el cuento de hierro de su pica contra el encintado de la acera sacando chispas con mucha frecuencia. Llevaban, además, su banda de cornetas y tambores; éstos, destemplados, para dar un sonido más lúgubre.
Detrás de los romanos de caballería y del alguacilillo que iba recogiendo sus huellas con una escoba y una badila, venían numerosos personajes del Antiguo Testamento: Abraham, acompañado del pequeño Isaac con su fajito de leña para el sacrificio; Moisés, con su barba canosa y las Tablas de la Ley; Aarón, con la vara, y otros muchos. Hasta las Sibilas que anunciaron al Mesías con sus profecías paganas.
Luego, ya el primer paso, el de la “Burreta”, precedido de numerosos niños y niñas vestidos de hebreos que cantaban la entrada jubilosa en Jerusalén. Junto al Paso los doce apóstoles, incluido Judas Iscariote, de mirada huraña y que apretaba su bolsa contra el pecho.
Y, luego, todos los pasos, que me parece que eran dieciocho, Cada uno con su cofradía correspondiente y sus túnicas; cada cofradía tenía su color propio y todos iban encapuchados. Los más numerosos eran los de la Vera Cruz, que era la cofradía que organizaba esta Procesión. De cuando en cuando, se veían algunos encapuchados descalzos y alguno que otro arrastrando pesadas cadenas.
Todos los pasos se llevaban a hombros. En los silencios de la procesión, cuando no había tambores cerca, que más bien escaseaban, se escuchaban los mazazos del mayordomo, que indicaba cuándo habían de parar los costaleros y cuándo dejaban descansar el Paso en las muletas que portaban los de las esquinas.
Alguna vez se escuchaba una saeta, cantada por algún soldadito andaluz o algún gitano, porque en mi tierra no se estilaban. La procesión era silenciosa. Solamente muy espaciados iban algunos tambores con su cofradía.
El paso más emotivo era el del Cristo del Perdón y el más adornado e iluminado, el de la Dolorosa.
Pero el que más nos impresionaba era el del Ángel Exterminador, que nosotros llamábamos el Paso de la Muerte (lo llamábamos “de la Parca”) y representaba una bola del mundo junto a un esqueleto con su guadaña y todo. Sobre él, el Ángel. Existía la creencia de que en la casa en que se detuviese a descansar, moriría alguno dentro de ese mismo año y entonces se oían gritos de angustia desde algún balcón.
Al paso de la Cama o Cristo yacente nos arrodillábamos. Iba escoltado por la Guardia Civil en traje de gala y con el fusil a la funerala, apuntando al suelo.
Detrás del paso, el Obispo con algunos sacerdotes, el Ayuntamiento y demás autoridades con los maceros, la banda de música del Regimiento y una compañía de soldados desfilando y que cerraban la procesión.
Los soldados también cubrían la carrera de la procesión.
Nosotros asegurábamos que nuestra Semana Santa era la segunda de España en importancia, apreciación un tanto optimista. Pero no cabe duda de que era muy seria y vistosa.