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ZARAGOZA, ARAGÓN, Spain
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martes, 29 de noviembre de 2011

Y llegó el ferrocarril a Zaragoza el día 26 de septiembre de 1861

La verdad es que no sabría como comenzar la pequeña historia para que no resulte aburrida. Los zaragozanos andaban intrigadísimos con la futura implantación del adelanto de los tiempos: el ferrocarril. Desde luego para las muchísimas personas cultas de entonces no existía secreto. Habían leído y releído que el inglés Stephenson, inventor de la locomotora, tenía alcanzados verdaderos éxitos en la perfección de dicha locomotora. Ellos divulgaban que dicha locomotora era un vehículo con motor, destinado al arrastre de vagones dando lugar a un “tren”, que se diferenciaba de las diligencias, galeras y demás medios destinados al trasporte de pasajeros y mercancías al uso, en que se desplazaba sobre un camino especial constituido por dos “carriles”, cuya separación constante se mantenía mediante traviesas formando la “vía” y que los carriles eran de hierro, y que de ahí venía el nombre de “ferrocarril”. 
Estación del Norte (Arrabal) 1964
Entre la gente del pueblo, ¡menudo revuelo produjo la noticia de aquel desconocido y misterioso elemento de trasporte, que sin saber como, iba a llegar a las puertas de la ciudad! ¡El tren!... unos carros –decía la gente humilde- que van a marchar sin mulas ni caballos. Un monstruo –añadían otros- que se tragaba leguas y leguas, como si tal cosa, valiéndose de vapor. ¡Flojica mejora! En doce horas, de un tirón, a Madrid. Esto parecía un sueño irrealizable.
Los viejos dudaban del milagro. ¡Que locura, lanzarse precipitadamente, por esos caminos de Dios!... No se explicaban que una complicada máquina anduviese por encima de unas barras de hierro, sin ayuda de nadie. En fin, algo de verdad habrá en ello –añadían con cierto recelo- cuando unos ingenieros han llegado a Zaragoza para estudiar el terreno y cuando el Ayuntamiento y otras representaciones celebran reuniones para fijar un programa de festejos. Se sabía que el presidente del Consejo de Ministros D. Baldomero Espartero, duque de la Victoria, había aceptado la invitación para venir a inaugurar las obras del ferrocarril de Zaragoza a Madrid.
En la estación de Teruel
El día 11 de mayo de 1856, la ciudad se vistió de gala. A la hora prevista hacía su entrada a la ciudad por la Puerta de Santa Engracia el duque de la Victoria.
En todos los edificios oficiales y en varios particulares, se instalaron costosos alumbrados, que no pudieron lucir. El cierzo hizo de las suyas y apagó las candilejas, lamparillas y velas de sebo que apenas se encendieron. La ciudad quedó a oscuras. Con lo bien que lo habían preparado…
Al día siguiente Espartero colocaba la primera piedra y se comenzaba la construcción para la llegada del tren a Zaragoza.
Día llegó y fue el 1 de agosto de 1861, en que arribaron a la estación del Arrabal las dos primeras locomotoras de la línea de Zaragoza - Barcelona (por Lérida) que había de inaugurar el rey don Francisco de Asís de Borbón.
El 26 de septiembre de 1861 quedó inaugurado el primer tren que salió de la ciudad.
El ferrocarril Zaragoza - Madrid comenzó a funcionar para el público el 25 de mayo de 1863, desde la estación Campo Sepulcro.
El 2 de octubre del mismo año saldría el primer tren para Navarra, en principio solo hasta Alsasua, pero pasando por Alagón, Pedrola, Gallúr y Cortes.
Seguirían después, Tardienta- Huesca el 12 de septiembre de 1864.
Selgua - Barbastro el 6 de junio de 1880
Huesca – Jaca el 1 de marzo de 1883
Tudela – Tarazona (de vía estrecha) 28 de enero de 1886
Y seguirían… Cortes – Borja (de vía estrecha) 28 de mayo de 1889
Y a La Puebla de Hijar…
Fue un nuevo adelanto para entonces y hoy lo tenemos tan normal que no nos sorprende nada…
Por entonces al día siguiente de inaugurar el ferrocarril el rey, Marcos Zapata escribía:
-¿A dónde vas Marianico, cruzando el puente de Piedra? ¿Vas al bado o vas al Soto o en el Arrabal te quedas?
-¡Otra! ¿Pues no sabes Marcos, que la “locomotora” llega y es un coche sin caballos que corre que se las pela?...
Este año ya ciento cincuenta han pasado…

domingo, 27 de noviembre de 2011

Los serenos y los vigilantes de Zaragoza

Hoy, cuando paseamos de noche por Zaragoza, te viene el recuerdo de antiguos tiempos donde la seguridad en la calle te la daba un personaje que desapareció para siempre. Cuando regresabas a tu casa, con dar dos palmadas acudía el vigilante y te abría la puesta sin necesidad de llevar encima aquellas llaves grandes, de peso, que con una pequeña propina para ese vigilante te permitía pasear sin esa incomodidad encima. Yo llegué a Zaragoza para estudiar en el año sesenta y es por eso que mis recuerdos se van a esos años, donde procuro aprender de esas costumbres zaragozanas sobre serenos y vigilantes.
Frecuentemente se ha confundido al sereno con el vigilante nocturno. Sus funciones resultaban completamente distintas. Al desaparecer los serenos mucha gente denominaba con este nombre al vigilante.
El sereno, con carácter de agente de autoridad, rondaba de noche por las calles que constituían su vereda, velando por la seguridad de las personas y de las cosas. Su misión consistía en dar vueltas por la demarcación y vigilar.
Un real decreto de 15 de septiembre de 1834 organizó el servicio de serenos en las capitales de provincia. En Zaragoza hubo, pagados por el Ayuntamiento, veinte. Ellos no abrían puerta alguna.
Vigilante "moderno"
En aquellas noches del invierno zaragozano tenía un simpático tipismo, la voz de los serenos. Cada quince minutos cantaban la hora y anunciaban el estado del tiempo. Cuando soplaba el Moncayo, el viento extendía el eco del pregón, escuchado con gusto desde la cama, arrebujados en una buena manta.
¡Las once y cuarto y lloviendo!
¡Las doce y media y sereno! (en tiempo sosegado)
¡Las dos en punto y nublado!
Muchas veces al canto precedía desde alguna ventana: ¡Alabado sea Dios!
Si alguna voz demandaba auxilio, hacían sonar un pitido prolongado. En caso de incendio se escuchaba, primero, ese largo pitazo señalando ¡Atención! Y luego uno corto, si el siniestro ocurría en el distrito del Pilar, dos para el de San Pablo, tres para el de San Miguel, cuatro para el de la Seo y cinco si se trataba de las afueras.
Al surgir los vigilantes nocturnos, estos seguían análogas consignas del toque.
Después, en los primeros años del 1900, los serenos quedaron convertidos en guardias municipales y dejaron de cantar la hora. Pasado algún tiempo desaparecieron.
"Café moderno"
Hasta poco antes del año del cólera (1885), Zaragoza no conoció los vigilantes nocturnos. Cada hijo de vecino, al salir de casa por la noche, tenía que llevar en el bolsillo una llave grande de las que entonces se estilaban.
Por aquella época, la casa nº 17 del Coso y Alfonso I nº 1, era otra muy distinta y de bastante más inferior categoría que el actual hotel que hoy tiene. Esta casa se llamó durante mucho tiempo por los vecinos, la casa del “Café Moderno”, establecimiento cerrado en 1944. En sus bajos contaba entonces la Sombrerería de Lamarque, y un bazar de juguetes.
Junto a la fachada se estacionaba cada noche un mendigo que llegó a inspirar confianza entre los vecinos, tanto, que a él entregaban las llaves para recogerlas al regreso, evitando de este modo la molesta carga.
Provocada una reunión con el dueño del bazar (Don Joaquín Grasa), convinieron los vecinos de aquel reducido sector del Coso, proponer a la Alcaldía el nombramiento de un vigilante. Enseguida cundió la idea en otros lugares de la ciudad. Así surgieron los vigilantes nocturnos particulares.

El famoso vigilante Pascual
Unas veces dependieron de las Juntas de vecinos, las cuales hacían una derrama y de las cuotas cobradas salía el jornal del vigilante (2´50 pesetas diarias durante el año 1909). Lo que sobraba se guardaba para constituir un fondo destinado al vestuario, al socorro del servidor en caso de enfermedad y al suplente.

Allí donde no existían Juntas, las cantidades devengadas por los vecinos pasaban íntegramente al vigilante, quien corría con todos los gastos. Hasta el 1 de noviembre de 1936, no tuvieron conexión alguna con la Corporación Municipal. Ahora bien, todas las propuestas de nombramiento las aprobaba previamente la Alcaldía y tomaba juramento de fidelidad en el servicio asignado.
En esta fecha quedaban sujetos al carácter de autoridad con todas sus obligaciones. Desgraciadamente nunca en sus atribuciones.
Las cerraduras modernas de llaves pequeñas fueron su desaparición. Muy famoso llegó a ser Pascual Esteban Polo, natural de Ibdes, encargado del primer trozo de la calle Alfonso, pues hasta se le hizo un cabezudo que se unió a la comparsa de Gigantes y Cabezudos. Por los años setenta, prácticamente no quedaba ninguno.

jueves, 24 de noviembre de 2011

As bruxas (Las brujas)

Que las brujas solo han existido mayoritariamente en Galicia, País vasco y otras regiones españolas, es una mera suposición. A través de mis años, cuando comienzo a recoger nuestras tradiciones aragonesas, me quedo sorprendido por la apabullante presencia de ellas en nuestro Aragón. Con vuestro permiso, y con mi agradecimiento por permitirme llegar a todos vosotros, intentaré contaros muchos de mis recuerdos sobre “bruxas” (brujas) que “recullo” (recojo) en nuestro territorio. Soy testigo de la mayoría de hechos que os contaré, y de otros que me han contado personas que los han vivido. Para comenzar, que mejor que mis primeros recuerdos escritos en mi famosa libreta reciclada y cosida con hilo…   
A mí, lo de las “bruxas” de “ninón”, me impresionaba mucho como a los demás chicos del pueblo, nunca pasábamos por la puerta de una casa en donde vivía una mujer muy mayor que llevaba fama de bruja. Yo no sabía si era bruja o no, pero por si acaso… Además siempre hacía cosas muy raras: revolvía las basuras. Migalé me dijo un día que se alimentaba de tuétanos, pero eso a lo mejor se debía a ser muy pobre. Esto del “tuétano” debía tener alguna explicación oculta.
En Alfántega cuentan que en el tozal de la Mora vivía una mujer misteriosa que se alimentaba de tuétanos de buey. Por cierto que al desaparecer el pueblo que allí existía y Alfántega no podía comprometerse a alimentarla de su manjar favorito, ofreció las posesiones a Monzón en donde aceptaron sus condiciones de alimentación.
También andaba por las márgenes de la carretera y de los caminos recogiendo hierbas y decían que las conocía todas muy bien con todas sus virtudes.
 Yo seguía preguntando a mi abuela sobre las brujas. Me interesaba muchísimo. Pero a ella no le apetecía el tema y menos en unos momentos en que la familia estaba esperando un nuevo miembro.
Me preguntaba yo, qué tenía que ver lo uno con lo otro, hasta que la “yaya” empezó a hablar de algo horrible que podía pasar con la brujería y que era una de las cosas más temibles, pues hasta podía quitar la vida del “ninón” que se esperaba: “el mal de ojo”.
Lo del mal de ojo se me quedó grabadísimo. Solo lo comenté con mi hermana y si antes teníamos miedo de pasar por delante de la casa de la “bruxa”, no digo nada ahora.
La tía Basilisa vivía sola en un rinconcico de la plaza baja. Por una puerta trasera que daba al corral y a la “demba” la veíamos salir a veces con un saco y una hoz. Era claro que no iba a buscar hierba para los conejos porque marchaba por otros vericuetos en donde no parecía que hubiese nada aprovechable. Pero lo cierto es que al par de horas ya volvía con su saco lleno.

Creo, amigos, que es importante tener en cuenta el contexto social, en la presencia de las brujas. Unas veces es la misma persona que queda marginada. Otras el ambiente del lugar. En el Altoaragón, en los tiempos modernos, es claro que la bruxa ha sido siempre una mujer marginada. Cuando una “biella” (vieja) se quedaba viuda y sola, con frecuencia desamparada, y hacía cosas consideradas como extrañas para subsistir, estaba ya, por el mismo hecho, en inminente peligro de ser considerada bruja y todas las calamidades del pueblo se atribuían a ella.
Abundan los ejemplos como que: “fulana se alimentaba de tuétanos que recogía por las basuras…”
 En L´Ainsa fue famosa, hace ya muchos años Azanda (a “bruxa d´os Molíns”). Un abuelico de Banastón me contaba que cuando hacía carbón en los pinares de Solandrano, estando con su padre, se les apareció la bruja, que generalmente iba pidiendo limosna. Su padre le contó que iba muy deprisa de un sitio a otro porque volaba. El caso es que luego la vimos en un monte muy lejos que andando normal hubiera tardado el doble de tiempo. Por cierto, mi padre no le quiso dar nada y se nos apagó el horno en que hacíamos el carbón.
En Sallént había una bruja que por las noches se iba a comer a las zolles de los tocinos. Chuliana de Las Paules, iba por las casas diciendo maldiciones o bendiciones ya que vivía de lo que le daban.
 Siempre he sostenido que la caza de brujas fue una persecución creada y sostenida por las clases dominantes. Las “bruxas” provenían de las clases sociales menos favorecidas y, por tanto, más descontentas socialmente. Así pues, nada más fácil que achacarles todos los males y luego la iglesia y la nobleza las destruía, apareciendo así como los grandes protectores del pueblo. De esta manera se evitaba que los pobres se enfrentaran con revoluciones contra el poder establecido.
 Dos atributos de las mujeres aumentaban la probabilidad de que fuesen sospechosas de brujería: uno era la melancolía, un estado depresivo acompañado a veces de palabras oscuras o amenazadoras y una conducta extraña. El otro atributo peligroso era la soledad.
Cuando comienzo yo a escuchar conversaciones sobre brujas, estaba ignorante de todas estas artes. Fueron mis mayores del lugar, los culpables de que me dedicara durante muchos años a recorrer mi Aragón y replegar muchas historias sobre ellas. Nunca sabré si son ciertas o no, pero la seguridad con que me las contaron, me da la suficiente confianza para afirmar muchas de ellas.
Y eran los mayores del lugar, que conocían algunos de sus métodos –aunque no todos- los que comentaban el tema en una tertulia.
(Y yo, siempre con mi libreta. Cuanto le debo…)
 No había ninguna chica y se despachaban a gusto. Su postura, bastante primaria, se reducía a considerar a la mujer como bruja.
-Son todas unas bruxas, afirmaba contundente Urbez.
-Todas menos Teresina, se defendía Anchel.
- ¿No será porque te ha embruxau a o tuyo y lo beyes d’ atra maniera?
La discusión se orientaba hacia el poder de sugestión que siempre han tenido las mujeres por sus encantos naturales y además por sus malas artes. No todos estaban de acuerdo, claro. Además a las brujas siempre las habían pintado como viejas legañosas y de mirada torva. Con eso se descartaba que las mocetas fueran brujas hasta dentro de muchos años…
-Pues yo siempre he oído decir que as bruxas eran jóvenes y muy guapas. Es más, siempre se ha dicho que cualquier mujer que tenga una sola peca en la cara o en cualquier otro sitio basta para que no pueda ser bruxa.
-¡Anda! A mí me dijo mi abuela que todas las bruxas llevan alguna marca y que por eso se conocen.
(Lo de las marcas, lo recojo de cantidad de personas y en muy distintos lugares de nuestra tierra. Pero son las mismas para una bruja que para una curandera. Si alguna vez tengo ocasión para charraros de curanderas, os contaré de sus marcas. Son sorprendentes).
En Aragón existen multitud de maneras para descubrir una bruja. Por ejemplo, aseguran que si al terminar el sacerdote de decir la misa se deja el misal abierto encima del altar, en caso de hallarse alguna bruja dentro de la iglesia, queda clavada en el banco y no puede moverse.
En San Juan de Plan, de esta manera, descubrieron una vez a seis brujas y un brujón e incluso cuentan de qué casas eran. Por supuesto, que las callo.
Y ya tenemos la iglesia como salvadora de nuestras almas y tranquilizadora de nuestras gentes. Se creía  que el sacerdote también podía descubrir a las brujas durante la misa: Al volverse hacia los fieles para invitarlos con el “orad hermanos” podía ver las brujas porque les salía humo de la cabeza. ¡Solo él! Los demás fieles solo creían en su palabra. ¡Pobretas!  
Además contaban que para descubrirlas basta con poner tres agujas en la pila del agua bendita.
En mi Altoaragón, había también otro método aprovechando la misa del domingo y consistía en poner en la pila del agua bendita una ramita de ruda que igualmente paralizaba a las brujas.
No menos peregrinos son otros métodos:
-En un círculo dibujado en el suelo se graba una cruz en su interior y, al pasar la gente, se clava un cuchillo o una navaja en el centro de ella. Si pasa una bruja se quedará .clavada y desnuda en el sitio hasta que se retire el cuchillo.
Se llama  -“fincar a bruxa” –clavar la bruja.
-Si estando encendidas unas velas a las ánimas del purgatorio entra una mujer y se apagan, es señal de que es bruja.
-La que no se santigüe ante las cruces de los caminos es bruja.
-Si la bruja adopta forma de gato y no se deja poner un lazo rojo, seguramente se trata de una bruja transformada.
-Si la bruja adopta la forma de otro animal y, atándole un cordón de San Francisco retoza antes de que salga el sol, es clara señal de que estamos ante la presencia de una bruja.
Entre nuestra gentes en el siglo diecinueve y entrado el veinte, la definición esencial de la bruja, era la de una que no tiene pelo en sus partes, característica muy temida y que se considera causa suficiente de anulación matrimonial.
En tiempos pasados los primeros indicios más comunes solían ser:
-Nuevos ricos, cuya fortuna se suponía debida a intervención diabólica.
-Personas excesivamente piadosas que llevaban ostentosamente rosario o medallas o encendían un batallón de cirios ante la imagen de la Virgen.
-Personas que cambian frecuentemente de domicilio.
-Viejos, idiotas y enfermos de los que se querían deshacer en tiempos en que escaseaban los hospitales y asilos.
-Ojos deformados y ausencia de lágrimas.
-Herencia, vida escandalosa y mala y presencia de marcas, entre otros.
-Desprecio de los sacramentos, asistencia a reuniones nocturnas, infamia, falsos informes a la justicia…
Y mas… y más… y seguiría contando y necesitaríamos llenar muchas páginas para poder sacar lo que tengo recogido.
Pero una pregunta que siempre le hacía yo a mi yaya:
-¿Cómo se fan bruxas? ¿O nacen ya bruxas?
Pero esto es capítulo aparte y lo dejaremos para otros días.

jueves, 17 de noviembre de 2011

Descendencia

Lo que os cuento son solo recuerdos propios y muchas conversaciones con mis mayores de hace un montón de años. Intento hacerlo ameno convirtiéndolo en falordias (cuentos) pero muchas veces me es difícil atar unas cosas con otras. Si no lo consigo, a perdonar; y me voy con tía Dulzis que esperaba descendencia…
A nadie extrañará que un ambiente prenatal se respirara en la familia. Se esperaba un nuevo ser y los miedos y las precauciones eran cada vez mayores.
Esto, unido a mis pocos años, en esa edad de los “porqués”, te llegaba a obsesionar.
Yo quería saberlo todo, y naturalmente, todo lo preguntaba. Ya estaba de vuelta de lo de París, aunque en la escuela, aún había criajos que se tragaban lo de la cigüeña. Otros aseguraban que los niños se compraban y otros que los traía el médico.
Urbez, que pasaba los inviernos por tierra baja, aseguraba que allí cuando una mujer quería un niño iba a pedirlo a una ermita, (el no se acordaba de que santo era) y que luego el niño lo traería el santero.
Yo, que ya sabía mucho y que, como digo, estaba de vueltas de todas esas  cosas, me reía por dentro.
Sin embargo había algo que no acababa de entender: ¿porqué unas familias tenían hijos y otras no? ¿Era por que no querían tenerlos? Al principio suponía que debía ser esta la razón, pero captaba  algunas conversaciones de las mujeres que comentaban, que la tía Paca no hacía más que pedir un hijo y nunca lo tenía.
Ermita de Santa Águeda de Loarre
Se había informado de todo el santoral de la redolada que hacía esa clase de favores y había hecho novenas por muchas ermitas, tanto de la montaña como de tierra baja. Célebres eran las de La Virgen de Casbas de Ayerbe, La Virgen del Castillo que está en la ermita de Santa Águeda de Loarre y la Virgen de la Peña de Aniés.
Una mujer del pueblo le dijo que tenía más poder la Virgen de los Ríos y allí marcho también, pero se conoce que el cielo no quería complacerla.
Imagino que no dejaría de buscar remedios en Bolea, ya que en este pueblo por esos años, tenían remedio para todo. Desde luego eran recursos la mar de curiosos, como ya de mayor te contaban, y yo, cuando los oía comentar no les veía ni tres ni revés; uno era el hacer un viaje y el otro cambiar de agua.
A todos nos daba pena la tía Paca y no faltaban comentarios en voz baja, que aseguraban que jamás tendría un hijo porque era “machorra”.
Decían que en Ballobar, los recién casados subían al santuario de San Juan Bautista, que está encima del pueblo. Por el camino, en una roca, escribían sus nombres, hacían una cruz y luego la besaban. Ya en la ermita, hacían una especie de baile ritual y esto les aseguraba descendencia.
No he podido saber, si estos lugares estaban reservados a sus vecinos respectivos o para todas las mujeres que acudieran.
Ermita de la Virgen de la Peña de Aniés
Cuando uno empieza a crecer, comienza a preocuparse por estas cosas que de pequeño ha escuchado y encuentra cantidad de leyendas y ritos sobre este tema, que por supuesto os iremos contando.
No era fácil la vida de una mujer que no tuviera descendencia. El matrimonio era la continuación de la casa con otra generación que seguiría y la mantendría. El no dar hijos suponía la terminación de ella y eso era lo que sobre todas las cosas, no era permitido.
La mujer, que no tenía hijos, deambulaba por todas las ermitas, rocas, fuentes… que conseguían el milagro de que la mujer pudiera tener un hijo.
En esa peregrinación de buscar ayuda, muchas mujeres acudían a Velillas, y visitaban la “Peña Mujer”, que tiene una forma muy clara de mujer embarazada de muchos meses. La mujer tenía que deslizarse por ella. También se acercaban a Ibieca, a la “Peña Mora”. En la peña hay una boca pequeña y redonda pues hay que entrar a gatas. Contaban que la mujer que entraba allí, seguro que luego tendría un hijo.
Al Pueyo de Barbastro también subían a pedirle descendencia a San Balandrán. Yo escuche la historia de este pastorcico al que se le apareció la Virgen y que luego le hizo edificar el santuario. Allí está el cuerpo del santo. Las mujeres se acercaban a su tumba y extendían los brazos sobre la reliquia, todo lo que podían, por que si lograban tocar a la vez con una mano la cabeza y con la otra los pies del santo, él les concedía el hijo que deseaban.
Por la Litera había muchas oportunidades. Tenían para el favor a San Ambrosio en Albelda, a santa Ana en Tamarite y en esta, tenían que tocar su picaporte, que tenía la misma virtud que el cerrojo de la ermita de San Medardo en Benabarre, sólo que este, lo tenían que descorrer.
Las casadas de Tamarite que deseaban tener hijos, iban a besar el picaporte de una ermita cercana veces y más veces y después se sentaban encima de una caja-banco de la misma ermita. Los ancianos del pueblo recuerdan muy bien el famoso picaporte, de clara figura faliforme.
A Tella acudían sin embargo las mujeres de la tierra baja, a la ermita de Fajanillas. Puedo contar que las mujeres del pueblo poco afecto y confianza le tenían a esa virgen.
El último recurso era sin duda San Martín de la Bal d´Onsella, y si fallaban los demás era seguro que este nunca defraudaba, y hasta al rey Pedro I le dio descendencia y por eso le tenía tanta devoción. A él precisamente le dedicó la Universidad de Huesca.
Hay muchísimas variedades de ritos por todos los sitios de Aragón, como el de una mujer que orine de cara a la luna, ponerse la camisa de una embarazada, o colocar una llave debajo del colchón.
Una creencia de nuestro pirineo era beber vino de nuez la noche de San Juan.
Y hoy muchas mujeres siguen intentando tener descendencia, pero con métodos aportados por la medicina. Los tiempos poco cambian…

viernes, 11 de noviembre de 2011

EMBARAZO “Adivinación”

Ahora ya sabemos mucho de todo. Es una ventaja, no cabe duda. Pero también resta una buena parte a la emoción que daba antes la incertidumbre.
Esto es especialmente válido en lo que se refiere al sexo del bebé que va a nacer.
Conforme iba adelantando el embarazo de tía Dulzis, los pronósticos se convirtieron casi en una obsesión. Todas las vecinas hacían sus cábalas y todas echaban su cuarto a espadas.
Nunca me hubiera imaginado que existían tantos procedimientos para determinar si nuestro futuro conciudadano sería niño o niña.
Los hombres no decían nada: sencillamente, esperaban. También se sonreían ante los acertijos de las mujeres, aunque todos deseaban que fuera varón.
La casa necesitaba brazos para el trabajo. Y la casa en Aragón lo era todo.
Esto es tan cierto que recuerdo que el apellido significaba bastante poco y con mucha frecuencia se desconocía. A la gente se la denominaba por el nombre de la casa: casa Fuster, casa Royo, casa el Chato...
Los hombres, se suponía que hacían subir la casa. Las mujeres la mermarían llegado el momento de darles la dote. Nuestro derecho matrimonial estaba todo en esa línea. Pero ya hablaré de esto cuando me toque tratar el matrimonio. Ahora estamos con lo del sexo de los niños.
No parece que estuviera tan claro como ahora que, allá por el quinto mes, el médico ya lo diagnostica con exactitud. Entonces, con la cantidad tan variada de métodos de adivinación y dado que no siempre coincidían con el resultado, la incógnita se mantenía hasta el momento del parto.
En el caso de mi tía estaba descartado el pronóstico lunar, que era el más extendido en todo el Alto Aragón. Cuando tenía lugar un nacimiento se miraba la fase de la luna y así se adivinaba qué sería el siguiente hermanico. Si el niño nacía cuando menguaba la luna el siguiente sería del mismo sexo. Y al revés, si el nacimiento se daba en luna creciente sería del sexo contrario. Hasta tenemos un refrán:
“Si nace en cuarto menguante, el otro semejante.
Si nace en cuarto creciente, el otro diferente”.
Como digo, este refrán y creencia está muy extendido en todo Aragón. Pero también hemos oído en Adahuesca que si el bebé "nacía en “minguá” (menguante) era zagala", independientemente del hermano anterior.
Y ojo, que nuestro refranero no se puede tomar a broma: está hecho democráticamente, es decir, por el pueblo y basado en una observación y constatación de hechos durante muchas generaciones.
La luna, en particular era un auxiliar definitivo en todas nuestras cosas. Se tenía en cuenta para determinar el tiempo, para trasegar el vino, para aserrar la madera, para podar, para sacar el estiércol de la cuadra, para esquilar las ovejas y para cortar el pelo a las personas, para injertar, para matar las reses, para plantar las judías... para todo. La presencia de la luna en nuestra mitología es categórica.
Decía que en el caso de tía Dulzis, la luna, por desgracia, no nos aclaraba nada ya que era el primer bebé que esperaba: eso sí, él determinaría cómo sería el segundo.
Yo le observaba la silueta pues había oído decir que si la embarazada aparece como muy tripuda es que lleva un niño y si era más bien culona, sería niña. Pero lo cierto es que eso no me esclarecía nada porque la veía abultada por las dos partes: lo más que se me ocurría es que llevaba gemelos, chico y chica. Mi hermana me decía que era mejor observar la forma del vientre que si era puntiaguda, es que tenía un chico y si redondeada, una chica.
La forma del vientre (puntiagudo, chico; redondo, chica) está documentada en Echo, Sena, Labuerda, Ansó, Adahuesca, Vilanova, Huesca, Bolea, Ayerbe, Santolaria la Mayor, Estada. Loarre, Lupiñén y Almudévar.
El abultar más por detrás (chica) o por delante (chico) lo he oído en Bolea y Berbegal.
Pero hay más indicios en cuanto a la forma del vientre: en Albelda y Belillas aseguran que el vientre caído augura niña y el vientre alto, niño. En Sarsamarcuello creen que si abulta más del lado derecho será varón.

También decían que a la madre portadora de una ninona se le ponía la cara más manchada que si fuera ninón, pero a mí me faltaban los puntos de referencia y no salía de dudas. Lo mismo me pasaba con los rasgos de la cara que dicen que sí, se virilizan un tanto cuando la mamá espera varón.
Yo a mi tía la veía con la misma cara de siempre.
Dicen que las niñas manchan más la cara de la madre en Ayerbe, Santolaria la Mayor, Bolea, Vilanova y Albelda, pero en cambio en Echo dicen que los varones hacen redondeles en las mejillas de su madre y en Benasque, que la ponen pecotosa.
Ni qué decir tiene que no me perdía ni sílaba de los comentarios de las mujeres, con lo que el tema me llamaba la atención, aunque no tanto como a mi hermana, o al menos eso decía yo, pues veía que a los hombres el tema les obsesionaba menos que a las mujeres y por aquella época también me era una preocupación el de si alguna vez dejaría de ser chico.
No debía ser fácil lo de cambiar de sexo, aunque mi abuela, si me veía jugar con muñecas, me amenazaba con que se me caería la colica.
En el pueblo se decía que para cambiar de sexo había que comerse siete cerolicos crudos.
Broma -que no creencia- muy generalizada en todo el Alto Aragón.
En Ontiñena y Adahuesca, exigen comer nueve en vez de siete.
Para el que conoce los cerolicos (acerolas) sabe que es imposible comerse crudo ni uno solo por lo desabrido que resulta antes de madurar.
Más complicado lo ponían en otros sitios, como en Ansó que había que llegar hasta el Arcoiris “Arco San Chuan” y plantarte delante de él. Y en Sarsarnarcuello y Sarvisé había que hacer pipí en el mismo arcoiris. En muchos lugares de la montaña dicen que hay que pasar por debajo de él. Lo importante era no hacer cosas de chica, como lavar o ponerse faldas, y más curioso aún lo que decían por toda la montaña: que el niño que orinaba agachado se volvía chica.
A lo que vamos. Una tarde, varias mujeres discutían en casa sobre el tema. Una decía:
- Yo he mirado a la Dulzis cómo hace las cosas y estoy segura de que va a tener chico. Los chicos tienen influencia en el lado derecho de la madre y las niñas en el izquierdo. Y Dulzis siempre empieza a hacer las cosas con la derecha y hasta comienza a andar con el pie derecho.
Esta influencia "diestra" del varón, en Vilanova (Alta Ribagorza) la concretaban así: "si al empezar a andar la embarazada lo hace con el pie derecho, tendrá chico".
Aquí contestaba mi tía:

- Pues mira, yo lo paso peor por las tardes y he oído decir muchas veces que los niños dan mareos y vómitos por la mañana y las niñas por la tarde. Yo estoy en que será niña. Ahora mismo estoy con un ardor de estómago que no se me pasa con nada.
En Naval creen que el varón produce "agruras" (acidez) a la madre, independientemente si es por la mañana o por la tarde.
- Bueno, lo del ardor de estómago no tiene nada que ver con lo que va a ser el niñer. Eso sólo quiere decir que tiene ya mucho pelo.
- ¿Y también te duele el anca (la cadera)? En Bolea dicen que "dolor en el anca, la niña arranca".
Yo no veía qué relación tenía lo uno con lo otro, pero las mujeres parecía que estaban de acuerdo. Luego empezaron a hablar con medias palabras. Comprendí que lo hacían así porque estábamos nosotros allí, ya que aludían a no sé qué de que había ropa tendida y tal, que ya lo había oído otras veces.
- ¿Y no te acuerdas cómo lo hiciste?
- La verdad, que no te entiendo.
- Pues más claro no puedo hablar. ¿Para donde mirabas cuando estabas en la cama? Porque dicen que si la mujer mira a poniente será una chica y si está del otro lado, un chico.
-Eso deben ser tonterías.
- Pues a mí me lo dijeron en Bolea y que lo tenían comprobado.

Para muchas mujeres, les parecía fácil adivinar el sexo del futuro ser. Los movimientos en el cuerpo de la madre, lo aseguraba. Dicen que los niños patalean más que las niñas.
En Ontiñena y Bolea aseguran que a veces se le hace a la madre una raya negra que va del ombligo al pubis y que es indicio de que espera un chico.
También dicen que se adelantan a su hora más que las chicas.
Yo escuché a María de Felipón, que en Ontiñena ponían en una silla un cuchillo y en otra una tijera y si la madre se iba a sentar en la del cuchillo, sería chico y si iba a la de la tijera, sería chica.
En Benasque y Vilanova lo tenían más fácil: solo tienes que contar el número de letras de tu nombre y dos apellidos y como es el primer hijo, si el número te sale par será chico y si nones, chica.
A falta de que la medicina pudiera determinar el sexo del futuro ser, se recurría en muchos casos al adivino:
- ¿Y por qué no vas al adivino de Monzón?
- No vayas que es un mentiroso. La Emerenciana me contó lo que hacía. Ella fue a preguntarle y le aseguró que tendría chico y hasta lo escribió en un cuaderner. Pero se conoce que escribió al revés lo que dijo, porque así siempre atinaba. Si era como le había dicho, ya había acertado.
A la Emerenciana le salió chica. Pero ella se acordaba muy bien de lo que le había dicho.
- Pues a mí me dijo una mujer que era medio bruja (al oír lo de bruja, tía Dulzis se santiguó), de la parte de Abiego o Alberuela me parece que era, que se podía adivinar con un péndulo (ella decía pendúlo, acentuando la U): se cogen unas llaves o un reloj o algo de peso y se cuelga de una cuerda o una cadeneta. Y luego la madre tiene que sostener en alto la cuerda dejando que el peso esté a la altura del vientre. Si el péndulo se mueve de atrás adelante será mujer, si se mueve para los lados será varón.
Recuerdo ese comentario, porque avivó la curiosidad de todas e inmediatamente intentaron poner en práctica el pronóstico. Como no tenían a mano ni reloj ni llaves ataron una cuchara de alpaca a un cordoncico y le hicieron asir a la embarazada la punta del cordón. Hubo un rato de suspense; todas contenían el aliento mirando el péndulo, pero no se movió en absoluto: al soltarlo bailó un poquito y luego se fue parando hasta detenerse del todo. La desilusión fue completa al comprobar que aquello no desvelaba el enigma.

La abuela, siempre que hablaban las mujeres, callaba. Miraba a todas con un retintín de ironía, parecía que se cansaba de escucharlas y al final remachaba:
- Todo eso son tonterías y supersticiones. La única prueba que vale es la del fuego.
Ante afirmación tan rotunda se hacía el silencio y todos miraban a la abuela, a la que siempre habíamos considerado como una enciclopedia que todos consultábamos. Sin darse tono, pero con firmeza nos aseguró:
- Hay dos maneras. La una no la he probado nunca, pero me contaron que así lo hacían en Benabarre: se tira una sardina de cubo al fuego, delante de la embarazada. Si la escama salta bien, tendrá un chico y si no, una chica.
Era una pena que no teníamos ninguna sardina de cubo en casa y no se podía hacer la prueba. Menos mal que el otro método sí era factible puesto que con motivo de la matacía del tocino también habían matado un par de pollos y un conejo para hacerlos con arroz.
La abuela explicó el sistema y ante los ruegos de todos los presentes lo fue llevando a cabo mientras lo contaba:
- Se coge un hueso de la paletilla del conejo. Sí, aquí hay uno; y ahora se clava de pie en las brasas. (Lo hizo). Y ahora, si se raja por la mitad, así a lo largo, será chica. Si no se rompe, será chico.
Todos los ojos estaban clavados en el hueso; el humo no dejaba ver demasiado bien, pero a través de las lágrimas que producían el escozor del ambiente pudimos contemplar que se iba ladeando y al final cayó desmayadamente en la brasa, pero sin hacer ni un chasquido ni permitirse la menor resquebrajadura: estaba claro que el futuro ser, sería un chiquer.
Esta creencia se registra por todo Aragón.
Otras creencias más:
Con cualquier escusa se le pide la mano a la embarazada, por ejemplo, para tomarle el pulso. Si la pone hacia abajo, niño, si pone la palma hacia arriba será niña. Documentado en la Almunia de San Juan, Bolea, Robres y Berbegal. También en Alberuela de Laliena en donde dicen que una mujer enseñó las dos manos y tuvo gemelos.
En Bolea cuentan que si la embarazada al caerse lo hace hacia adelante, tiene niña, y si hacia atrás, niño.
En general se cree que los niños se hacen notar antes que las chicas…

Y pensar que hoy con una ecografía todas las adivinaciones están solucionadas…
Seguiremos contando…

Fotografías proporcionadas por Claudio Picó. Gracias amigo

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Embarazo

Han pasado los días en que hemos comentado un poco sobre los difuntos y quiero comenzar a contar vivencias sobre el nacimiento en nuestra tierra de nuestros antepasados.
Sé que os sorprenderán muchas de ellas y otras terminaréis por no creerlas, pero puedo deciros que muchas de ellas son experiencias mías y otras muchas las he escuchado a nuestros mayores con el crédito que yo, por supuesto, doy a sus palabras.
Y que mejor que comenzar una nueva vida en un momento crucial en una casa aragonesa como era la matanza del cerdo…

Foto propiedad de turismodezaragoza.es
Todas las mujeres de la casa participaban en una “matazia”, menos una mujer que estuviera embarazada y no podía tocar nada y se limitaba a mirar y remirarlo todo, eso sí, sin parar de hablar.
Las abuelas hubieran preferido que esa mujer, no estuviera en la cocina por si le venía algún antojo, que durante la matacía era peor. Y es que estaba embarazada y cualquier apetito que tuviera, si luego se tocaba la cara o la cabeza o un brazo, luego a su hijo le saldría una mancha en la misma parte del cuerpo.
Hablamos de antojos.
Conocíamos a una mujer que tenía un antojo muy curioso en la cabeza. Era igualico que una fresa. Seguro que su madre deseó ardientemente comer fresas y no las pudo conseguir tal vez porque no era el tiempo de ellas. Lo digo porque cuando una mujer encinta deseaba cualquier cosa, todo el mundo andaba de cabeza para conseguirla. El antojo que comento era de lo más singular porque en la época de las fresas adoptaba un color rojo brillante; sino, tenía un color más bien verdusco y estaba como seca.
Lo corriente era que la madre en tal situación, al tener el apetito, se tocase en alguna parte más escondida del cuerpo, por ejemplo en las nalgas o en los riñones y así el hijo no tendría a la vista la mancha para toda la vida.
Tampoco era una solución no tocarse en ninguna parte, porque entonces el bebé tendría siempre la boquita abierta o no conseguiría su normalidad hasta que no se le aplicase a los labios la cosa que había sido objeto del capricho de su madre y eso no siempre se sabía con seguridad.
Pues bien, los antojos, como se decía, eran especialmente peligrosos durante la matacía porque las manchas solían salir negras después. Lo más temible era la mielsa (el bazo) del cerdo. Bastaba con que la tocase la mujer que estaba embarazada, para que luego repercutiese en el niño. Y por supuesto tampoco podía comerla. No tiene, pues, nada de extrañar, que la abuelas, en cuanto descubrían en una de las cesticas la mielsa la recogiesen rápidamente hurtándolas de la vista de las embarazadas y la guardase ella sabría donde.
Tampoco podían amasar tortetas y morcillas, por la misma razón que no podían amasar el pan, que entonces se hacía en casa: el nene en su vientre se movería demasiado y podía enredársele el cordón umbilical.
También era malo que tocase la sangre del tocino, porque entonces se coagularía. Igualmente si salaba los jamones, se volverían malos.
La idea del antojo o apetito está muy extendida por todo Aragón y fuera de él.
El tabú de las cosas que no puede hacer una mujer embarazada, varía en nuestra geografía:
El de no amasar es de todo Aragón. La prohibición de tocar la mielsa (páncreas) la he detectado en toda la zona de Guara, en la Plana de Huesca y en el Somontano de Barbastro.
La coagulación de la sangre si la toca la mujer encinta, me la contaron en Lupiñén, la de salar el jamón en la Alta Ribagorza y la de no lavar a mano, en Angüés.
Todo aquello de pequeño, me resultaba un mundo nuevo y extraño que venía a complicar las ideas que yo tenía ya no demasiado claras, en tomo al origen de la vida y el nacimiento de los niños. Siempre busqué la ocasión para que mamá o la abuela me aclarasen todo mi barullo mental.
Y la ocasión se presentaba normalmente, a la hora de ir a dormir, pues mamá siempre venía a acostamos.
Yo aguantaba valiente el sueño, sentado allí en la cadiera y un poco aburrido por las conversaciones de los mayores. Además, no me dejaban hacer nada.
Lo que más me gustaba era coger un palico encendido por la punta y hacer culubretas en el aire con él. Salían dibujos preciosos pero el abuelo decía que si jugaba con el fuego me mearía en la cama. Tampoco me permitían acercarme demasiado a la brasada porque me salían cabras en las pantorrillas.
Los chavales de ahora tienen la suerte de no conocer ni siquiera de nombre las cabras, como tampoco conocen los sabañones. Yo no sé que nombre se dará en medicina a las cabras (en mi pueblo decíamos “crabas”) y ni siquiera si estará registrado el fenómeno: las venas de las pantorrillas, por la espinilla, se ponían moradas, casi negras, como si fueran varices y dolían mucho. Se formaban al estar cerca de un fuego muy vivo.
Por aquella época en casa comenzaba la tertulia de la noche, pero a nosotros, los pequeños, nos acostaban antes.
En el verano se practicaba “la fresca” en la puerta de las casas y se nos tenía permitido acostarnos más tarde.
Mientras me acostaba, como andaba obsesionado con los tabús del embarazo le pregunté a mamá qué es lo que podían hacer las embarazadas y qué no.

Me gustaría saber reproducir textualmente las explicaciones de mi madre porque era una gozada la claridad con que respondía siempre a todas mis dudas.
En sustancia se reducían a esto:
Era malo el lavar a mano y el amasar cualquier cosa, hasta preparar el ajoaceite.
El hacer mayonesa o ajolio no era malo para la embarazada, sino para la salsa, porque se cortaba. Esto lo he oído en Naval, Ayerbe, Huesca, Bolea y Sarsamarcuello. En este último también creían que si hacían el mondongo se cortaba la sangre y que unas tortitas parecidas a las magdalenas que llaman "tortas de cucharada" si las amasa una mujer embarazada, la masa "no sube".
Lo del mondongo también lo creen en Echo.
Amasar, no se permitía tampoco en Sena ni Bolea, pero por considerarse un esfuerzo físico duro.
Para los esfuerzos lógicamente había muchas limitaciones en todo Aragón. Como curiosa es la creencia de Echo: no se podían llevar pesos en la cadera, porque se chafaba la cabeza del niño.
 Era muy peligroso que hiciesen calceta o ganchillo. Y todavía más el devanar la lana o el hilo, porque el “cordoner” del “ninón” se le enredaría en el cuello y lo podría matar. Yo me imaginaba que los ninones ya nacían con el escapulario del Carmen puesto, como lo llevaba yo desde siempre y el cordoncico aquél debía ser el que se enredaba. Solamente más tarde supe que se trataba del cordón umbilical.
No debía beber mucha leche. Esto se lo había contado a mi madre una señora de Monzón. Si la madre bebiera mucha leche, al ninón se le engordaría la cabeza y no podría nacer. Esto ya lo entendía yo porque había visto parir a las vacas y debía ser algo así.
En cambio, era bueno que tomasen miel en abundancia para que el ninón tuviese buen carácter. Y, claro, yo a indagar si mi madre había tomado mucha. Parece que sí, aunque no demasiada porque estaba muy cara y nosotros no teníamos colmenas.
Una cosa me impresionó mucho: que la mujer embarazada no podía hacer de partera ni de madrina de bautizo, porque uno de los dos nenes, el que ella llevaba o el otro al que asistía, se moriría.
¡Menos mal, pensaba yo, que todo esto lo sabían muy bien las mujeres!
Ya de mayor le he dado muchas vueltas en la cabeza a todas creencias en torno al embarazo. Habría que encuadrarlas en un contexto de protección a la madre y al niño. La unión tan íntima de madre e hijo durante la gestación nos impulsa a rodear de cariño y atenciones a ambos.
Que la madre sea feliz en esa época importa muchísimo y eso puede conseguirse, sobre todo, satisfaciéndole en sus pequeños y triviales deseos. Por otro lado, la presencia de los antojos, prácticamente en todas las culturas, nos obliga, al menos, a preguntamos qué puede haber de verdad en esa creencia. Por desgracia, el etnólogo no tiene una explicación y ha de limitarse a constatar la creencia.

No cabe duda de que también estamos en presencia de una "magia simpática" que no podemos descartar del pensamiento de las gentes: movimientos como el tricotar o devanar podían influir en el ánimo de nuestros antepasados que relacionaban el cordón umbilical con las hebras de lana, por semejanza. A eso llamamos magia simpática.
En aquellos tiempos, una ginecología muy en mantillas no podía fácilmente evitar las complicaciones que traería consigo el cordón a la hora del parto. Un porcentaje elevado de muertes infantiles en el momento del nacimiento parece relacionarse con este problema.
Aunque la medicina y la genética moderna quieren explicarlo todo, lo cierto es que la vida sigue siendo un misterio. El hombre de todos los tiempos, ante lo misterioso ha reaccionado de dos maneras: con la religión y la magia. Evidentemente no pueden confundirse.
Pero seguiremos en otro momento pues quiero pasaros la vida y costumbres, así como tradiciones de nuestros antepasados aragoneses…