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viernes, 29 de abril de 2011

Yo charro aragonés


Sí. Nací con otro idioma en mi boca. Desconocía que fuera el “aragonés”. Pero nació cargada de una diversidad, que permitía expresar sentimientos y nombrar cosas del mundo con conciencia de sentido e identidad.
Mi abuelo Bastián había sido de los tantos maestros republicanos. Un día nos relató a “mía chirmana” y a mí, su experiencia al aprender a escribir. Pero en casa nunca le escuché hablar castellano. Al no escucharse en casa otra lengua, nunca tuve claro que es lo que yo, tan correctamente hablaba.
Fue la escuela la que me rompió todos los esquemas.
En esa escuela del pueblo pasé verdaderos apuros para encajar el hablar cotidiano con las letras del abecedario. Esas letras y sus sonidos no servían para decir algo tan normal como buxo, xordiga o xarticar. El maestro –era nacido en Segovia- entendía la dificultad, pero no podía explicar la paradoja. Dicho deprisa, ni la equis, ni la ese, ni la che españolas servían para resolver la fonética de la equis aragonesa. Un buxo es un buxo y no un “bucso”, un “buso” o un “bucho”. Fue bastantes años después cuando encontré la solución al problema. Los estudios serían la senda por la cual averiguar los entresijos de la fonética, en general, y de la infancia, en particular.
Filólogos comprometidos, facilitaron una vía para reflexionar sobre la lengua aragonesa y, a su manera, completar el universo de lo existente.
Para muchos, para la mayoría de las gentes de los pueblos aquellos trabajos pasaron inadvertidos. Ni la información llegaba ni tampoco contaba demasiado. La conciencia sobre el propio modo de hablar ni existía, ni servía, ni se barruntaba. La lengua vernácula era legal y eruditamente inexistente. O a lo peor, en más de una ocasión, causaba escarnio y mofa por parte de quienes eran capaces de “hablar bien”. Sin embargo, los trabajos de mucha gente han tenido una clara repercusión en el entorno. El momento ha sido mucho más propicio que la época de posguerra.
El sustrato social era distinto. La sociedad de posguerra –considerando como referencia las coordenadas lingüísticas y político-económicas se dividía en dos conjuntos disjuntos e insistentemente separados entre sí.
Los listos, que además sabían hablar, tenían poder, tenían perricas y, si no las tenían, se parecían a los que poseen las claves para controlar el orden social.
Los tontos, que “charraban fiero”, que no sabían, que habían nacido para servir, que tenían que aprender que deben ser controlados como títeres por los caciques u oligarcas de turno. Así las cosas, ¿quién iba a querer “hablar mal”?
Nadie, nadie quiere pasar por tonto. O en su caso, “la ignorancia es mejor disimularla”, con lo cual se abría un repliegue hacia la privacidad.
Las palabras pasaron a estar censuradas... ¡A los niños se les habla bien!
¡Con los de fuera que no se note! Solo en los momentos de verdadera relajación y confianza las defensas se dejaban a un lado. Dentro de casa y solo con los tuyos.
El descubrimiento que aportaba el trabajo de muchos estudiosos del aragonés, era una puerta abierta para descubrir la realidad y sacar “d'afosquera” la conciencia.
Era también un estímulo a imitar y un referente de identidad. Paralelo a la emergencia del proceso sociopolítico de la Transición, a la emergencia de las autonomías, en definitiva, un tiempo de cambio social surgiendo desde las profundidades de la sociedad.
Cuando comienzo a comprender mi lengua patrimonial, me quedaba por delante la tarea de hacer listas de palabras. Había que apuntarlas. Fue en una libreta pequeña, medio reciclada. Porque estaba casi sin usar, pero estrenada.
Antes de nada lo primero era hacer oído. Después preguntar. Anotar. Y, por último, pasar a limpio la lista en folios mecanografiados.
Estuve entretenido una larga temporada. No solo eran las palabras de casa y de los familiares. A todo conocido, al que sentía, con “parabros” del país le interrogaba... ¡Cuántas conversaciones!
Con muchas gentes y en muchos lugares, pasé muchas tardes “charrín- charrán arrebol d'o fogaril”. Una “mina d'adebinetas”, de “romanzes”, de miles de pequeñas historias. El señor Urbez, Petra, os míos lolos, mis tíos, amigos de mis padres... las propias expresiones que usábamos entre los compañeros, en la calle y en los  juegos.
Las palabras cotidianas pasaron a ser un enigma. ¿Cuántas de las que decíamos estaban en el diccionario? ¿Cuántas no aparecían ni siquiera con aquello de “arag” como acotación? ¿Qué pasaba con nuestras propias formas de hablar? ¿Por qué no nos entendían los maestros “foranos” cuándo pedíamos el “tajador” o amenazábamos con “encorrer”, o tantas y tantas expresiones?
¿Por qué molestaba a los propios decir, “eso es aragonés”? ¿Por qué mi amigo Teo, ya en el colegio de Huesca, se resistía a creer que “indo” no era un gerundio castellano? ¿Por qué se burlaban de ixe, porque usaba constantemente iste/alo, ixe/alo?
Las preguntas se fueron amontonando a medida que indagaba en aquello de la lengua. Fue más o menos por entonces cuando, además, comenzaron unos cursos d' aragonés en Huesca -desaparecido tras una efímera existencia- que no eran otra cosa que los salones de una parroquia que no citaré, por respeto a ese sacerdote comprometido socialmente.
Las clases nos explicaban con formas raras, casi esotéricas –propias de los filólogos-las estructuras de lo obvio. Aquello que utilizábamos respondía a unas reglas gramaticales…
Para algunos esa nueva “normalización” era un invento. Otros lo criticaban porque no tenía sentido -¡después de tanto que nos han dicho que hablamos mal, ahora vas a ponerte a aprender!-. La mayoría pasaba de todo. ¿Qué beneficio se puede encontrar con estos rollos?.. Mi gente, desde la sombra de casa, me animó siempre a que no reblar en aprender más y en tener argumentos para poder defender el valor de las palabras que, curiosamente, no estaban en los diccionarios.
¿Cómo es posible que un vocablo utilizado por “todos” no esté registrado adecuadamente? ¿A quién interesa que el “habla” esté correctamente registrada? ¿Qué consecuencias tiene esa afición registradora?
Las lenguas, como los estados, como la ciencia y la verdad, son invenciones. Inventos humanos que operan y modelan la realidad en la que nos humanizamos.
Mirando hacia atrás -ahora que han pasado algo más de sesenta años-, el miedo a la guerra estaba muy fresco. A “o mío lolo” Bastián le escuché montones de batallitas. Que si carabineros, que si los nacionales ¡que nunca lo fueron!, que si maquis, que si el hambre, los fusilamientas...
A la vez, las consecuencias de una España “una, grande y libre” incidían de lleno en el uso de la lengua vernácula.
Las idiosincrasias podían servir para el folklore vistoso de sellos y actos patrios. Los primeros de mayo en Madrid, lo demostraban. No más. Las diferencias, los particularismos, recordaban que el derecho a disentir estaba censurado. Hacer listas de palabras de una lengua “científica” y legalmente inexistente era como una muestra más de las paradojas anteriores.
Aquellas listas de palabras se quedaban en la mitad del “esbarre”. Entre lo que estaba dejando de ser y lo que podía permanecer. La realidad de los pueblos y “a suya chen” iba convirtiéndose en montones de paredes “espaldadas”, fuentes perdidas, gente emigrada... un mundo sustituido, borrado, dilapidado, huido... En la mayor parte de los casos, fue la única forma de salir de la miseria. La ruta elegida para nada fue la mejor.
Las palabras que iba registrando no sabía sí se convertían en piezas de museo -para que con el tiempo las disfrutara quien quisiese- o eran los papeles previos al acta de defunción. Una sensación extraña: ahora que hay diccionario, gramática…  ¿para qué lo queremos?

Aquellos mendigos

No. Los mendigos no son de ahora. Hoy parecen estar organizados, con sus lugares reservados, y sus puestos asegurados. Pero esto también lo heredaron de aquellos que se dedicaban a pedir limosna por los años cuarenta y cincuenta en nuestras tierras, que son los años a los que me llevan mis recuerdos para traerlos hoy.
Eran fuente inagotable de historietas nuestros mendigos. Antaño también abundaba la necesidad y consecuentemente estos. A diferencia de los de ahora se movían más por los pueblos rurales que por las ciudades.
En algunos lugares se llegaron a construir unas casetas en las entradas de la aldea, como albergues para su acogida. Lo que hoy en las ciudades nos parece moderno, ya estaba establecido en los años que os recuerdo.
Eran unas personas bien organizadas entre ellos. Nunca coincidían dos o más en el mismo lugar. Se dividían las zonas. Siempre iban solos, entre ellos no se podían ni ver, tenían muchas rencillas. Por la zona del Sobrarbe venían de seis a siete distintos, unas tres veces al año. Pero estoy hablando, basándome en mis recuerdos.
De estos personajes los había de todas clases, unos de buen congeniar, otros de peor temple… de todo.
Muchos contaban en los pueblos su historia, lo que eran antes o incluso lo que les llevó a esta vida…
“Había uno que decía ser de “tierra Madrid” (nunca se supo exacto el lugar), que contaba que cuando fue joven había sido torero”. Le preguntaban cómo lo llamaban, y el contestaba:
-El mejicano de Málaga.
La contestación del lugar lo dejaba siempre bien jibau:
-¡Que poco nombrau as siu!
Otro era de la misma provincia de Huesca. Decía que de ir a pedir limosna había tenido la culpa su padre, porque de pequeño había cogido un enfriamiento muy fuerte y su padre no se quiso gastar dineros para curárselo, entonces le quedó la cosa crónica que le impidió trabajar.
Con todo lo crónico del enfriamiento que llevaba, durmiendo en esas casetas que he comentado en invierno, con una manta, encima de un saco de paja, vivió más de 80 años. ¿Qué hubiera vivido de no estar tan malico como comentaba?
También venía uno que era muy buena persona y siempre estaba contento. Le recuerdo uno de sus refranes, de los muchos que recitaba:
Anoche me mordió un perro
la mula me dio una coz,
la mujer se fue con otro
¡que suerte tiengo, ridios!
De igual forma, acudía uno con el genio rebordenco. Siempre de mal temple.
Nuestra colla de chiques, como conocíamos de su fácil enfado, entrábamos a molestarle bastante a menudo.
Si estaba durmiendo, íbamos a trucarle en la puerta para no dejarle dormir, y salía con su vara, pero corríamos más que él.
También se carrañaba con las mujeres si le daban poca limosna. Y con quien más la tenía, era con las casas buenas, que decía que le daban menos que en las otras, añadiendo:
“Casa de muchos balcones, limosnas por los cojones”
Conocí otro que le llamaban Chorche, que era de la zona del Somontano. Este siempre explicaba que iba a segar, pero que si se enteraba que había un pueblo en que habían terminado, entonces era allí donde aparecía a buscar trabajo, y si no habían terminado la siega, pasaba de largo o tomaba el camino contrario.
Y para terminar de hablar de nuestros mendigos, recuerdo uno que él decía era de Naval, llamado Loyes, cuando contaba porque se había convertido en mendigo. Era una historia repetida y siempre la misma, pero a las mujeres les encantaba, y sacaba fruto de su historia:
Tuvo la suerte, según él, de que le cayese la lotería, un buen pizco. La avaricia le hizo volver a jugar, volviendo a salir premiado, con lo que consiguió una buena fortuna. Esta vez actuó con más diligencia y pensó que debería administrar el premio de tal forma que no “diese golpe” nunca más, pero que le durase mientras viviera.
Hizo cálculo de que no viviría más de setenta años, y como entonces contaba con cuarenta, repartió los dineros en treinta partes iguales, asumiendo que cada año gastaría una de ellas, así hasta el final. Desde entonces vivió como un rajá.
Pero llegó a octogenario, sin perras y con una salud de hierro… Entonces, sin un real en el bolsillo, para poder comer no tuvo otra opción que salir a pedir limosna.
Os puedo asegurar que en mi lugar le funcionaba, y era mucho lo que recogía. Recuerdo su forma de pedir:
-Una limosna pa Loyes de Naval, qu´as cuentas l´han saliu mal.
Amigos, los años pasan, las personas, parecemos otras, pero seguimos haciendo las mismas cosas…

miércoles, 27 de abril de 2011

Un oasis en los Monegros

En más de una ocasión nos hemos sentido apabullados ante un paisaje de este Aragón nuestro. La verdad es que nos quedamos pasmados ante el espectáculo de la naturaleza por lo que tiene de insólito, de inesperado. ¿Cómo puede darse tanta belleza en un rincón tan pequeño? Mascún, Piracés, Escuaín, Añisclo... No es de extrañar que un Briet se quedase encandilado con nuestra tierra. Nada de raro que el millonario pirineísta Russell quisiese comprar todo el macizo de la Maladeta...
Hoy os quiero llevar a otro rincón de Aragón. A los Monegros.
Ya me estoy imaginando a más de un lector, con una sonrisa de escepticismo. ¿Qué se puede decir del desierto de los Monegros? Kilómetros y kilómetros de un secarral ondulado, con la silueta de la Sierra de Alcubierre y de Lanaja como telón de fondo.
Monotonía agotadora solamente interrumpida por la mancha negra de una sabina o algún escaso pueblo que se calcina bajo un sol abrasador.
Esto es ser injusto con ellos. ¡En qué pocos lugares podéis contemplar tanto espacio de tierra y de cielo! Yo reconozco que los Monegros me enamoraron la primera vez que los vi.
Sí, es verdad que para muchos nos dibujan sencillamente un desierto, pero no olvidemos que también los desiertos tienen sus oasis.
Y ya hemos llegado a eso. Precisamente un oasis espléndido, inmenso -nada menos que tres mil hectáreas-, sorprendente...
Es la Serreta Negra. Perfectamente desconocida para nosotros (como casi todo lo nuestro) aunque no para científicos extranjeros que la investigan y al final nos la descubrirán.
En Fraga llaman a la Serreta Negra “Allá dins” “allá dentro”). Pero, ¿qué es exactamente?
¿Os imagináis la selva de Oza en los Monegros? No, no os la imagináis.
Pues ésta es una buena ocasión para dejarnos maravillar por el eternamente mágico Aragón.
Cogemos el coche hasta Candasnos. Allí tomamos una cerveza fresca por lo que pudiera venir y seguimos el viaje rumbo al sudeste, como si quisiéramos ir a Zaragoza y a Lérida a la vez, por un camino polvoriento y abrasador; dejando muchos ramales a izquierda y derecha, llegamos a una caseta-refugio, propiedad del Ayuntamiento de Fraga: es “Bassa Roiga”.
Desde aquí ya se divisa al fondo una mancha negrísima, como debieron de ver nuestros antepasados toda la zona desde Robres y Alcubierre hasta Valfarta y Candasnos y por eso la bautizaron como Monegros, “los Montes Negros”. Aunque aquí, donde pisamos ahora, todo parezca un páramo desolador.
Viene a continuación todo un nudo de caminos que se dirigen hacia la Serreta Negra, etiquetados gallardamente como avenidas: “Avenida de Fraga” leemos en unos indicadores, “Avenida de Peñalba”, “Avenida de Candasnos”. Ahora tiramos por donde nos parece, orientados por el instinto y la mancha negra. Y de repente, ya estamos en la Serreta.
Y ahora, la magia. Es un bosque inmenso de vegetación mediterránea con la base del pino negro y la encina, pero con interesantísimas muestras pirenaicas.
Un servidor, está ya muy acostumbrado a las sorpresas de este Alto Aragón nuestro y pocas cosas me llaman ya la atención. Pero es que esto es increíble: ¡Pirineo en los Monegros!
Porque aquí encontramos bojes, más allá acebos, florecillas de viborera, líquenes, plantas propias de tierras húmedas y sin contaminación. La humedad, sin embargo, se adivina más que se palpa porque faltan los torrentes y riachuelos. Ni por sueño se encuentra una sola fuente. Todo está seco y, con todo, aquí está el bosque tupidísimo, casi tropical.
Nuestros guías, dos fragatinos, mis amigos Ricardo y José, nos enseñan, nos hacen caer en la cuenta de las plantas y nos hacen disfrutar. Juan, otro visitante como yo, aficionado a la botánica, como loco, de sorpresa en sorpresa, comprueba con su guía de plantas en la mano y comenta este arbusto o aquella hierba.
¿Y yo? Yo no digo nada, miro absorto, simplemente incapaz de reacción. Todo es sencillamente maravilloso. También la fauna acude a desconcertar. Hay unos saltamontes rarísimos, provistos de una especie de joroba, unas mariposas como jamás hemos visto, y hay jabalíes y ardillas, y hasta ciervos. No son trasplantados, sino autóctonos. No tenemos la suerte de poder contemplar ningún ejemplar aunque nos dicen que los hay magníficos. La brisa que perfuma el ambiente ha colaborado con el ciervo que, sin duda, nos ha venteado. Pero observamos con frecuencia sus huellas, nítidas, profundas, que nos hablan de muchos quilos encima.
Uno, se pregunta dónde están los dinosaurios porque parece el escenario ideal para ellos.
Esta es la Serreta Negra, el “Allá dins”, en el extremo sur del municipio de Fraga aunque se mete algo en el de Candasnos y roza con el de Mequinenza. Desde la cota más alta se contempla allá abajo el Ebro lamiendo Caspe. Por el otro lado las Garrigas. Y todo alrededor de ella, el dilatado secano monegrino.
Los científicos tienen allí un inagotable tema de estudio. Los turistas, motivo para disfrutar de una maravilla más de nuestra tierra.

martes, 26 de abril de 2011

Nuestras gentes, esas desconocidas


Mediano (Huesca) 1933

Cuando comienzo a recoger nuestras costumbres, siempre aparece esa salida, ese pronto, esa mazada, que te deja perplejo. ¿Era nuestra gente tan corta de inteligencia, o era demasiado inteligente?
Yo apuesto por lo segundo. Y estoy seguro que cuando leáis estos ejemplos, el desconocedor del carácter o forma de ser de nuestra tierra pensará lo contrario.
Pero me atrevo a contar alguna de las anécdotas recogidas, aún con el peligro de que alguno de nuestros lectores, se nos pase todo el día pensando donde esta la inteligencia o la gracia de ella.
Sobre el tema de noviazgos, bodorrios, herencias, ajustes, hay infinidad de cuentos. …para muestra un botón.
"A una mujer del Sobrarbe de joven le gustaban mucho los hombres. Y cuando se hizo mayor no tenía inconveniente en reconocerlo:
-A mí si que m'han gustau los hombres, no lo niego, pero con regla"…
"En uno de nuestros pueblos fue una chica de otro lugar a heredar (se casaba con el heredero de una casa). Después del viaje de novios era costumbre que los padres de ella, acudan a la casa del heredero a visitarles. En esto, en el pueblo de él, se encuentran los padres de la joven con un amigo, se saludan y este amigo le dice al padre de la chica:
-Esta zagala aquí la tendrás bien, pues son muy buena familia y muy trabajadores…
Un poco cansado el padre de que todo el mundo del pueblo del zagal le dijera lo mismo, le contestó un poco airado:
-Sí, todos me lo dicen..., pero también ellos se han traído buena carne. "
"En Betorz cuentan uno de esos ajustes en que, por lo visto estaba también presente el mozo. Por cierto, que al sentarse lo hizo con mucho cuidado, porque le dolía un anca a causa del reuma, ya que estaban en enero. Eso no pasó desapercibido al padre de la novia, ni tampoco el que para leer tuviese que sacar las gafas del estuche. Cuando les obsequiaron con un poco de jamón, el novio sacó su navaja para cortarlo, porque no andaba bien de dentadura.
A la hora de la cena, el padre de la novia le dio calabaza y además le soltó en verso, saltándose todas las reglas de las buenas costumbres:
-“Calendario de carne, ojos de cajeta, y dientes de navajeta, no te casarás con a mía maceta”.
"Una vez una chica se fue a casar a otro pueblo vecino de Sobrarbe de heredera. A los dos o tres meses su madre decidió ir a hacerle una visita para ver que tal le probaba.
Así un día, se cogió la burrica, tenía dos horas de camino, se zampó a caballo y arreó cara al pueblo de la hija.
(Entonces las mujeres iban asentadas en el burro con las dos piernas hacia un lado. Ciertamente era una forma extraña y difícil de cabalgar, aunque con su indumentaria, la única. Si no las hubiese visto trotar sentadas de esa forma como yo las he visto, me lo contarían y no lo creería, era todo un arte, ¿cómo no se caerían?).
A la entrada del pueblo, allá a mitad de una calle toda enrullada de piedras muy desiguales, sale de repente un gato por una puerta a todo correr y detrás un perro que lo encorría.
Resultado, los burros que se asustan muy fácilmente, el animal pega un salto y la mujer fue directamente a parar al medio de la calle encima de las piedras.
Las mujeres del pueblo que la vieron caer en aquellas condiciones se pensaron lo peor, se decían "¡esta s'a hecho en cuatro piazos!", y corrieron a socorrerla llevando consigo agua con anís.
(Cuando alguien perdía el conocimiento era un remedio habitual darle agua con azúcar y con unas gotas de anís para ayudar a recuperarse).
La mujer accidentada al ver la que se había montado, se levantó por sus medios aparentando tranquilidad, se peinó un poco quitándose el polvo de la ropa, y les dijo toda fresca a las que la iban a ayudar:
-No, no, no ha pasau nada, no ha pasau nada, estoy bien. Máxime… ¡me tenía que abajar aquí!
Cuentan que quedaron las otras boquiabiertas, y alguna para despabilarse, tuvo que beberse el mejunje que a la forastera tan amablemente le habían preparado.
“En un matrimonio se llevaban mucha diferencia de edad. Cuando el marido tenía 65 años, la pareja tuvieron un zagal. Y como los humanos somos tan “cosquilleros”, hubo quién no se cortó y le dijo al padre:
-Tener hijos tan mayores..., alguno t’ abrá ayudau…
Y éste sin enfadarse le contestó:
-Más vale comerse un pastel entre dos, que una mierdeta uno solo.
“Conozco a una mujercica muy cerca de mi lugar, con muchos años en la actualidad, que cuando le pregunté por que no se casó, su razonamiento me dejó sin contestación:
Su explicación, “que tuvo muy mala suerte con los novios”.
El primero, en cuanto se le acercaba ella se ponía de muy mal gas, porque decía que le daba mucho calor. Al fin decidió dejarlo al estar aburrida de siempre lo mismo, sobre todo cuando en la fiesta durante el baile, ella se le intentaba pegar un poquito y el zagal la apartaba siempre con la misma excusa.
Al poco tiempo se buscó un segundo. Aquel era muy pacifico. Pero no le podía dar ni un beso, ni lo podía acariciar… él opinaba que todo era pecado, que eso no se podía hacer hasta después de casaus. Por lo que también lo dejó.
Viendo el percal que le había tocado hasta la fecha resolvió no acercarse más a ningún hombre, y siguió soltera hasta el final de sus días”.
Hoy os dejo estas perlicas. Ya os traeré otras, cuando estas estén digeridas…

lunes, 25 de abril de 2011

Soy yo

Desde hace algunos años siempre apareció la misma pregunta:
¿Cómo sabe tantas cosas de Aragón? Uno no sabe ciertamente nada. Cuando algo os cuento, no lo digo yo, si no las personas que me lo contaron. Son preguntas y más preguntas en la calle, en una solana y como yo las llamo, consultas. Pero no las de médicos, que en la calle no están bien vistas. ¡Cuantos médicos nos podrían contar sus experiencias en estas consultas! Muchas de ellas se hacen sin mayor intención, fruto de una preocupación momentánea que se aprovecha el encuentro con el médico. Ellos, claro, como es lógico, no quieren pasar por el aro. Conozco algún caso entre el listillo de turno y el médico chungón:
-Una pregunta, señor medico, ahora que lo veo; cuando está usted tan enfriado como yo, ¿Qué hace?
-Toser.
O como el médico de Agüero que pronto que los veía llegar, les decía:
-Bien, bien, vamos a ver. Cierre usted los ojos y enséñeme la lengua.

Y cuando los tenía así, se largaba.

Pero me voy del tema y es que un servidor soy adicto a las consultas. No con médicos, claro, sino con los abuelicos.

¡Como ha cambiado todo! Esta frase así de chata y perogrullesca me habría con frecuencia toda una fuente de información. Cuando ves un par de ancianos en un carasol, silenciosos, graves, en actitud de espera (¿espera de quien?), me acerco a ellos sin dudar para darles los buenos días y hacer el comentario meteorológico de turno que es la conversación de los que nada tienen que decir. Les ofrezco un cigarrito, lo encendemos y como quien no quiere la cosa les comento: “¡Como ha cambiado todo!” Y ya está:
-¿Qué si ha cambiado? Mira, en mis tiempos…
Y ya lo difícil es hacerlos callar. Tienen muchas cosas que contar y nadie que les escuche. Y ellos son los que saben.

En nuestros pueblos ya no hay niños. Tampoco hay jóvenes; están en las fábricas de las ciudades. Solo hay viejas y viejos. Ellas en la cocina o con un trapo en la mano dando vueltas por la casa porque “siempre hay algo que hacer”. Ellos, cuando hace sol, arrimados a esa pared que también conocen. Si hace malo, en la mesica de la cocina o sentados en la cadiera.

Con su filosofía. Con su mirada ausente. Como si su atención estuviera hacia dentro, por que hacia fuera nada vale la pena. Sueñan, añoran, recuerdan, esperan (¿esperan qué?) ¡Y que visión más exacta de las cosas! Recuerdo la salida de aquel anciano que llevaba de la mano a su nietico. El niño tiraba del agüelo:
-Corre yayo, que llueve.
-Y para que vas a corres, hijo, si más allá llueve también.
Y con sorna. ¿Hablan en serio o en broma? Como aquella pareja. El uno comentaba mirando las nubes:
-Si el cielo sigue así, mañana tendremos un tiempo u otro…
-¡Hombre!, no quiera Dios.

Y la crítica. Por supuesto mezclada siempre con el sentido del humor. El humor es lo único que no ha abandonado a nuestros pueblos. El día que se nos vaya, ya podemos plegar.
No lo oí yo, no, me lo contaron. Lorenzo es un mesache de Apies, formalico y tal. Sobre todo, tal. Aquella noche estaba viendo la televisión en el teleclub del lugar. Era el 20 de junio de 1969 exactamente. Eran los primeros tiempos de la tele en España y, para los lugares que no tenían otra diversión, era fuente de entretenimiento continuo y de continua admiración, como auténtica ventana al mundo. ¡Que de cosas pasaban, y nosotros sin saberlo… )

La gente estaba asombrada, sobre todo aquella noche, y no era para menos. El hombre, por primera vez en su historia, llegaba a la luna.

Allí estaba en la pantalla el vehículo espacial alunizando y Armstrong se daba un paseo sobre la romántica luna, que ahora resultaba demasiado fea.

Todo eran exclamaciones de asombro. Lorenzo en cambio, miraba la escena con una puntica de ironía. De pronto se levantó de la silla y salió a la calle. Volvió a entrar sonriente (cuando Lorenzo reía es por que la iba a soltar):
-¿Sabéis lo que os digo? Que nos han engañau. Todo eso es mentira. ¡Que esta noche no hay luna!
Si me fuera posible el diálogo y tuviera nietos, les contaría lo que cada día intento comentaros.

La cultura de un pueblo no se ha transmitido de padres a hijos sino de abuelos a nietos. Son dos extremos que siempre se han entendido perfectamente.

El abandono de los lugares por la juventud, los pisos pequeños, las residencias de jubilados, han cortado ese hilo de comunicación. Si se tiene la suerte de convivir juntas las dos generaciones, la televisión, actividades preescolares y el actual contorno de la vida, obstaculizan el diálogo.

Hoy, si se puede hablar de dos mundos diferentes. Los mayores, que miran al pasado con nostalgia e intentan adaptarse a los piensos compuestos que engullimos a través de las carnes y pescados, los electrodomésticos, la circulación de las calles, los medios de comunicación, y los pequeños, que confunden el trigo con la cebada, los animales con el circo y viven de cara al mañana adentrados en el consumismo y el confort, con la convicción de saberlo todo y ser ellos únicamente los que han hecho posible el progreso.

Es por esto que quiero resucitar a nuestros antepasados. La historia de Aragón no la hicieron historiadores sino nuestras gentes. Y quiero abrir esta historia: la tradición.

Desde este puesto, intento dar vida a nuestro pasado, en la confianza de llegar a conocerlo y entenderlo. Y ojala consiga que lleguemos todos a querer un poco más a esta tierra, después de saber de donde procedemos.

Quisiera que lo que cuento fuera una historia propia. Pero no es mía, que mi historia a nadie importa, sino de Aragón.

Y tampoco de Aragón Historia, sino de Aragón Pueblo.

Me interesan muy poco los reyes, las batallas y las fechas. Me apasiona, en cambio, la gente porque formo parte de ella. Busco mi yo y trato de encontrarlo en mi memoria, en mis creencias, en los ritos y mitos que conformaron mi manera de ser.

Aragón me ha hecho así, con mis defectos y virtudes, mis ansias de independencia y libertad. Mi terquedad aragonesa, mi catecismo de pueblo abierto a la admiración y nunca cerrado al futuro ni a los lugares del resto del mundo.

He visto con los años gentes de todas las regiones y culturas, ellos tenían sus luces y sus sombras y al contemplarlos desde mi manera de ser, he apreciado mejor nuestras cualidades y creencias. Y no quiero renunciar a ellas.

Podría ser mejor y podría ser peor. Pero ya no sería yo. Y no quiero dejar de serlo.

Lo que aquí escribiremos es intrascendental. Cosas de pueblo, estilo de vida ya caducado, ciencia ficción para los hombres del siglo XXI.

Pero es que a mí, esas intrascendencias, esas sosadas, ese roce con la vida cotidiana, normal, específica de mi tierra, me han troquelado como aragonés.

Si os resignáis a leer el blog, sabed que os exponéis a oír hablar de Aragón, de nuestras cosas, de su gran historia y de sus pequeñas historias que reflejan un aspecto de nuestra personalidad.

Nuestros abuelicos se van y urge recoger su saber. Y esto es lo que yo pensaba, cuando me decido a guardar todo lo que me contaron.

“Cuan se fa un biello”, solo se tiene prisa por contarlo, a veces demasiado atropellado.
¿Lo conseguiré? Esa es mi intención. Si no lo consigo… a perdonar”.

domingo, 24 de abril de 2011

La leyenda de la Carrasca milenaria

En la sierra de Guara, se encuentra el pueblo de Lecina con un hermoso árbol conocido por toda la redolada como “La carrasca milenaria”. Nombre aragonés del castellano “encina”.
Otros nombres denominan a esta encina en aragonés: “alsina”, “carrasca”, “alzina”, “coscoja”, “enzino”, “lezinera”, “llezina”, “olsina”, “olzina”, “elzina”, “lezina”…
De este último toma el lugar su actual nombre y por ello se llama Lecina, aunque se lo conoce con su nombre aragonés de Lezina.
A perdonar la divagación, que de lo quiero hablaros es de esta carrasca milenaria.
Como os contaba, en pleno corazón de la sierra de Guara, se encuentra el pueblo de Lecina, al cual le dio nombre esta milenaria carrasca. Antiguamente formaba parte de un impenetrable bosque que servía de refugio a lobos, osos, multitud de animales y fieras, pero también era sitio frecuentado por brujas de toda la sierra, donde se encontraban a sus anchas para realizas todas las maldades que les parecían a todos los lugares que se emplazaban en Guara.
Grandes desgracias causaban a toda la sierra y grande era el temor de todos sus habitantes.
Solo una carrasca, la más joven de todo el bosque, estaba siempre disgustada con las brujas y nunca permitía a ninguna de ellas, que se posaran siquiera en sus ramas.
Un día las brujas, se desconoce el motivo, decidieron marchar de ese bosque, pero antes quisieron agradecer a todos los árboles que las protegían, todos los favores prestados.
Todos los árboles se decidieron a pedir para embellecerse y tratar de ser el mejor de todo el bosque. Unos pidieron que sus hojas fueran de cristal, pues su brillo impresionaría. Otros que sus hojas desprendieran deliciosos perfumes, para que su olor se expandiera por toda la sierra. Y una gran mayoría optó porque sus ramas y hojas fueran de oro, pues serían los más ricos de Guara.
Solo la carrasca más joven, quedó sin cristales, perfumes ni oro.
Pero a los tres días de desaparecer las brujas, se presentó una fuerte tormenta de viento y granizo. Los árboles con sus hojas de cristal, acabaron hechos añicos. Las ovejas, cabras, ciervos, jabalís se comieron las hojas aromáticas con gran placer, sin dejar ni siquiera una muestra y los ladrones acabaron con los árboles convertidos en oro.
De todo el impenetrable bosque solo quedó la carrasca joven, que desde entonces todos respetaron y dejaron crecer. Hoy continúa dando sus sabrosas bellotas, por lo que también se la conoce por la “Castañeda”.
Cuando se llega a Lecina, es parada obligatoria para conocerla y disfrutar de su belleza.
Realizamos la visita este mes Claudio, Chesus y yo, y todavía estoy viendo a Claudio, admirado, sorprendido, agradecido de Chesus pues era nuestro guía.
Aquella joven carrasca, se ha convertido en milenaria, tremenda, fuerte, capaz de dar abrigo a un gran rebaño, pero tendremos que volver a ella, para hablaros de cuando a su sombra, se sellaban pactos, se cerraban bodas, y es objeto de leyendas como la que acabo de contaros, siendo símbolo sagrado de muchos árboles de nuestro territorio.
Tendremos que volver y que nos cuente cosicas…
Si escuchamos, Aragón habla con sus árboles, con sus piedras…

Bastarás y la Carrasca Borracha



Cuando yo recorro y visito este lugar, hace más de cuarenta años, se mantiene intacta la cueva neolítica de Chaves, y se mantiene erguida la Carrasca Borracha en plena sierra de Guara, no lejos de la peña Peatra, encima de Bastarás, sin otra misión en nuestros días que asombrar orgullosa a los escasos paseantes que por allí se acercan. Y junto a ella, nada. Ni una mala caseta, ni una borda, nada.
Pero dejaré aparte la cueva, luego empleada para usos que la destruyen sin importar a nadie, pues el patrimonio aragonés a nadie interesa.
Me centraré en la Carrasca Borracha, por su interés, para mí, de nuestros antepasados más cercanos.
La Carrasca Borracha fue antaño un sitio de encuentros, lugar de descanso y charlas distendidas. Punto de reunión de montañeses, de las gentes que bajaban de Pedruel, Las Almunias, Rodellar o Las Bellostas con sus machos cargados de patatas para la tierra baja y los que subían de Angüés, Labata, Ibieca o Casbas con sus recuas portadoras de aceite o vino.
Allí paraban todos y echaban trago con el almuerzo o la merienda de buen pan blanco para acompañar la chulla o la longaniza o la tortilla de chorizo. La alforja se compartía y la bota pasaba de mano en mano, que así repostaban los viajeros de hace cuarenta años. Y esos encuentros, y esos tragos le dieron el apodo a la carrasca, aunque no nos consta que jamás empinara el codo.
Y más de una vez parece que fue testigo de excepción en algún ajuste de boda. Ya se sabe: el comentario de paso de uno de Bara que necesitaba joven en casa para el “hereu”; la observación de otro de Bierge de que en casa Tal había dos mozas casaderas de muy buen ver. Un par de meses después se reunían las dos familias interesadas, con aponderador y todo. ¿Y qué mejor lugar que la Carrasca Borracha, tan seria ella, tan firme, y en terreno de nadie, a mitad de camino de la montaña y la tierra baja?
De todos es conocido que en mi tierra, para hacer casa, mujer de la montaña y hombre de la tierra baja: “Mujer de arriba y hombre de abajo, casa pa arriba”, “Mujer de abajo y hombre de arriba, casa pa abajo”. El montañés es vago. Lo digo ahora que no me oyen, pero ellos saben que es verdad. Lo suyo es pasearse con las vacas. Tal vez ni eso porque las deja sueltas en el monte y él se baja a casa con la moto todo terreno. A la mañana siguiente volverá a subir con buena alforja y el transistor iY hala!
La mujer, en cambio, hace todas las faenas de la casa, que son muchas: prepara a los críos para la escuela, a donde los manda bien repeinados y escoscados; cuida de los abuelos, condimenta la pastura de las gallinas y tocinos, entrecava el huerto, lleva la administración de la hacienda. Todo, absolutamente todo, cae sobre ella. Y cuando llega la hora de cortar la yerba, trabaja como un hombre más. Admiramos a las montañesas, por supuesto. Son mucho las montañesas: trabajadoras, ahorradoras, bondadosas. Hacen lo que se llama un buen partido.
Ahora la Carrasca Borracha ya tiene amo. Bastarás es un coto de caza con alambrada y todo. Cualquier día nos enteraremos de que ya no existe la carrasca. A los actuales amos probablemente ya no les dice nada y, por otra parte, puede dar sus buenas arrobas de leña para cuando los invitados se acerquen un día a comerse una costillada.
Pero que ese día esté lejano, que ya hemos arrasado bastantes carrascales a cambio de nada. Siquiera antiguamente se empleaban para carbonar y mantenían a un buen número de familias de la sierra. Y sus bellotas engordaban los tocinos y jabalíes y hasta hacían las delicias de los chavales del pueblo. ¡Y qué ricas nos parecían asadas como si fueran castañas! ¡Lo que hacía el hambre! Les dabas un cortecico y las enterrabas en el calibo. A la media hora aquello nos resultaba pan bendito.
La juventud actual, de eso nada. Por un par de euros se compran unos pistachos o unas bolsetas de pipas. Nuestras pipas fueron pepitas de melón. ¿Quién tenía un par de duros cuando el salario de su padre eran diez pesetas?
No, no teníamos dinero. Los jóvenes no se acaban de creer que nosotros hemos manejado billetes de una peseta durante muchos años (y el jugo que les sacábamos cuando caía uno en nuestras manos...). Sabíamos también, pero de oídas, que había billetes de cien pesetas. La moneda de mayor valor era entonces la de un duro: eso sí, un duro de verdad, grande, rotundo. No como esos botoncicos dorados de ahora que nos hacen creer que valen seis pesetas... y tal vez sea verdad, aunque con seis pesetas ¿qué podemos comprar ahora?
No, no teníamos dinero. Pero la naturaleza nos era generosa y nos brindaba moras de zarza y de árbol, y regaliz de palo, y angelicos saladillos de las acacias, y garrofas que destilaban miel, y arañones, y chordones, y panetes y relojetes y manzanetas de San chuan (¡y ojo con tapaculos!).
Y hasta nos proporcionaba los primeros pitillos de petiquera, que picaban una cosa mala pero nos creaban el clima de las primeras picardías compartidas.
Bastarás lo compraron catalanes. Lo compraron y lo tienen vallado con alambrada. Sé que ha ido cambiando de manos y hoy es difícil saber quienes son sus dueños. Es el que inspiró a Alfonso Zapater la novela “El pueblo que se vendió”, premio Ciudad de Barbastro, igual que Ainielle le dio el premio a Llamazares. A lo mejor nuestro Alto Aragón no vale más que para inspirar novelas negras. Suelves lo compraron los belgas... ¿y para qué vas a hablar de la Garcipollera, de la Guarguera, del valle del Ara -que se repartieron el Icona y el lberduero- o Mediano, Mipanas y docenas de ellos que ahogó la Confederación Hidrográfica del Ebro?
Mejor lo dejamos aquí.
Si no existiera el vallado, cualquier día de estos intentaría acercarme hasta la Carrasca Borracha, aunque solamente fuera para evocar aquellos años de mi infancia cuando los pueblos eran pueblos y en Panzano vivían ciento ochenta personas, y en Bara noventa y cinco, y en Laguarta ciento doce (y así por toda la sierra), y la gente paraba a echar trago (y trolas también, claro) y charlar sin prisas a la sombra de la Carrasca Borracha como cuando alguien dejaba caer que uno de Bara necesitaba una joven en casa y otro de Bierge tenía dos hijas casaderas.
¡Qué de cosas me contaría la Carrasca Borracha!
Pero amigos lo intentamos este fin de semana, y tampoco lo conseguimos…
Pero nos fotografiamos dentro del pueblo. Poco a poco…


sábado, 23 de abril de 2011

En el día de Aragón, su historia a mi manera



Hoy celebramos San Jorge, patrón de Aragón. Y quiero expresaros mis pensamientos sobre el nacimiento de nuestro Aragón. Seguramente no son los correctos y muchos historiadores se echarán las manos a la cabeza al escucharme.

Voy a tener la osadía de meterme en vuestras casas a través de este blog para hablaros de Aragón. Los polacos tienen un refrán muy expresivo que dice que “el huésped no invitado es peor que un tártaro”. Si éste es el caso, podéis darme con la puerta en las narices -y bien que haréis- cerrando la página. No hace falta ni que pongáis la escoba boca abajo.

Si os resignáis a escuchar mi voz a través de mis escritos, sabed que os exponéis a oír hablar de Aragón, de nuestras cosas, de nuestra tierra, de su gran historia y de sus pequeñas historias, que reflejan un aspecto de nuestra personalidad.

Algo de lo que diremos ya lo hemos escrito en distintas revistas que de vez en cuando me dan una oportunidad, pero ahora está visto que no estamos para lecturas. Bien que lo saben los escritores y los libreros.

El vendedor de libros a domicilio oyó esta respuesta en una casa:
-¿Libros? Si ya tenemos uno...
Y eso que ahora todo el mundo sabe leer. No es corno antes. A nadie “le estorba lo negro”. Esa es la expresión con que se defendían los analfabetos: “No, perdone, me estorba lo negro”.

Los niños, ya de muy pequeños, tenían que ayudar en la casa: sacar la cabra a pastar, coger yerba para los conejos, hacer viajes a la fuente para llenar la tinaja, plantar lazos para cazar alguna liebre... y en la escuela nunca pasaban de los palotes. Las niñas, ni aun eso: si aprendían algo eran labores, coser, hilar, hacer calceta; las más espabiladas, bordar punto de cruceta o tejer encaje de bolillos.

Y la cosa venía de antiguo, cuando la cultura se había refugiado en los monasterios y los únicos que sabían leer y escribir eran los frailes y clérigos; y los secretarios, muchas veces frailes rebotados. Con frecuencia, ni los reyes sabían escribir. De ahí vino la costumbre de los sellos que se estampaban en las cartas y documentos: simplemente era el anillo real que se entintaba y marcaba el final del escrito, porque el rey ni leía ni escribía. También le estorbaba lo negro, porque lo suyo era guerrear y mandar. Cuando salía alguno con inquietudes intelectuales, llamaba poderosamente la atención. Es el caso de nuestro Pedro IV, o de Alfonso X el Sabio, de Castilla. Pero fijaos, que toda la ciencia del Rey Sabio no alcanzaría para aprobar hoy un 2º de bachiller.

Naturalmente, la carencia de escritores y, por tanto, de escritos fue lo que avivó la memoria del pueblo. Y en la memoria del pueblo hay que buscar los datos para rellenar los vacíos históricos que tenemos. Y esto es válido, todavía hoy, aunque muy pronto ya no será posible recoger la cultura de nuestros abuelos, porque ya se habrán ido: que les pasa como al famoso escritor francés Fontenelle en su lecho de muerte, que le preguntaba un amigo: ¿Cómo va eso?”, y él contestaba: “Eso no va, eso se va”.

Nuestros abuelicos se van y urge recoger su saber. .
Precisamente mis escritos, procuraré que sean cortos... Baltasar decía que “lo bueno, si breve, dos veces bueno”. Yo, que no sé hacer nada bueno, me conformo con afirmar -¡Y es muy cierto!- que lo breve, si breve, dos veces breve. Mis escritos, digo, voy a intentar que sean una especie de empedrado, o si queréis de puzzle, en el que encaje nuestra historia tal como nos ha llegado y la tradición oral que nos han legado las generaciones pretéritas.
Y quiero empezar por decir algo de Huesca y de esa ciudad.

Y es su primitivo nombre: Osca.

La palabra “osca” es vascona y en el euskera actual significa “mella, muesca”. Me apresuro a aclarar que lo vasco nos saldrá muchas veces, por una razón muy sencilla: lo que hoy es el Alto Aragón era tierra de ilergetes fundamentalmente, pero también de ausetanos, jacetanos, lacetanos y vascones. Estos nos dejaron una huella profunda en nuestra geografía y en nuestra lengua.

Porque resulta que “osca”, en aragonés, también significa “muesca, mella, tajo”. Así se llama a la marca que se le hace a un cordero al darle un corte en la oreja: una “osca”. No hace demasiados años, cuando moceaba, había un modo curioso de comprar en las carnicerías: en la “tabla” se decía. Entonces no corría el dinero y cada casa tenía una caña para ir a comprar. La caña estaba cortada por la mitad a lo largo: media caña la guardaba el carnicero con el nombre de la casa y la otra mitad el cliente, y terminada la compra se juntaban las dos mitades y hacían una muesca que llegaba a ambos lados de la caña. Al final de mes se contaban las marcas y se pagaba, generalmente en especie: trigo, ordio, patatas… Estas muescas recibían el nombre de “oscas” u “osquetas”.

Cuando los forasteros se acercaban a Huesca, lo que más les llamaba la atención era el Salto de Roldán, que hace como telón de fondo a todo el escenario. Y claro, esa “osca” en la montaña era la que lo definía: “Vamos al pueblo de la Osca”. Y con Osca se quedó la ciudad.

Tuvo menos suerte el nombre de “Salduba”, que es el que daban los vascones a Zaragoza, que prefirió romanizarla en Cesaraugusta.

Huesca fue desde tiempos inmemoriales ciudad. Plinio ya la llama Ciudad de Osca. Sólo que él lo decía en latín “uve Osca”. ¿Y la V? ¡Ay, amigos!, ésa es la inicial de Vietrix, es decir, “vencedora”. V.v. Osca significa, pues, Huesca, ciudad vencedora… ¡Y ahí es nada! Escribiremos otro día de esto. Porque os adelanto este dato: en la antigüedad, solamente tres ciudades en el mundo tuvieron este título de Vencedora: Roma, Cartago y Huesca.
Pero solo hemos hablado de la ciudad de Huesca… ¿Qué fue, pues, y como nació nuestro Aragón? Algo increíble hoy; creedme y leerme, si queréis, otros raticos.

San Jorge


Sancho Ramírez, después de tener un reino ya en tierras de los pirineos, se plantea conquistar Huesca para la corona, comenzando con las tierras de los mallos de Riglos y Agüero. Ha llegado el momento de convocar a todos para la conquista de la ciudad emblemática, para el asalto a la vieja y prestigiosa ciudad romana de Osca. El sueño quiere convertirse en realidad cuando el Rey cumple cincuenta años. Se prepara toda la infraestructura con base en Loarre y Montearagón. Pero el sueño se iba a quedar en deseo la mañana del 4 de Junio de 1094, cuando el Rey, señalando con su brazo extendido una parte de la muralla poco defendida, un arquero musulmán tuvo la suerte o la puntería de introducir una flecha en el costado derecho del rey. Así moría el rey Sancho Ramírez, el verdadero organizador del reino aragonés.

Al cerrarse uno de los reinados más brillantes de su tiempo los aragoneses se apresuran a cumplir con los deseos del difunto. El infante Pedro I, hijo del primer matrimonio del difunto rey Sancho Ramírez, se hace cargo de la corona en el verano de 1094.

El nuevo rey se empleó a fondo en la tarea de conquistar las llanuras. Como Monzón lo incorporó en vida de su padre –Junio de 1089- era imprescindible dar el paso y asaltar Huesca, dando cima a una de las grandes aspiraciones del reino. En el otoño de 1096 se dio la gloriosa batalla del Alcoraz, en la que se hicieron prisioneros tanto a ilustres musulmanes como a algún conde castellano que por cierto, ayudaba a los musulmanes. Alcoraz fue el gran triunfo del reino aragonés y como tal la batalla fue convertida en un símbolo para consolidar la nueva identidad del Estado.

Los cronistas cuentan que en la contienda estuvo milagrosamente presente San Jorge, que desde entonces fue tenido como santo protector de Aragón.

Pero ¿por qué San Jorge? Antes de la Batalla del Alcoraz, ya tenía su ermita castillo en Cuarte, en las cercanías de Huesca.

No estoy hablando donde la tradición señala la batalla de Alcoraz, junto al cerro de la actual ermita de San Jorge y que está fechada en el siglo XVI.
Hoy en Cuarte solo quedan los cimientos de la ermita castillo donde mucho antes se veneraba a San Jorge.

He intentado datar la ermita que tuvieron en Cuarte, pero resulta muy complicado. Luis Mur Ventura, en sus “Efemérides Oscenses”, que es donde recojo muchos datos, confirma: “La primitiva ermita dedicada a San Jorge se hallaba en el punto denominado Las Boqueras, junto a Cuarte, pero ya existía en el año 1094, en tiempos de Sancho Ramírez, pues la cita en una donación a San Juan de la Peña.

A la ermita del cerro del Alcoraz, llevaron desde Cuarte, la imagen de San Jorge y a ellos les pertenece con toda justicia.
Y en Cuarte celebraban la festividad de San Jorge desde tiempos remotos. Como os digo, antes de la batalla de Alcoraz, y desde luego mucho antes de que el santo misterioso jinete protector de nuestras tropas cristianas fuera consagrado patrono secundario de Huesca y principal de Aragón.

Ese San Jorge que alentaría en las batallas de la reconquista. Ese San Jorge que acompañaría en su estandarte a nuestros almogávares a conquistar Atenas. Ese santo de nuestra reconquista: recordar que igual que los castellanos invocaban al apóstol al grito de “¡Santiago y cierra España!”, nuestros aguerridos aragoneses clamarían “¡San Jorge y a ellos!”.

viernes, 22 de abril de 2011

Aragón, una tierra de leyendas.


A poco que nos preocupemos de nuestra tierra, siempre nos sorprenderá. Es una tierra para quererla, cada rincón de ella nos trae leyendas para pararnos y meditar que con tantas, mucho la han tenido que querer nuestros antepasados. Andando por ella, siempre encontrando cosas que nos hacen pensar, como ellos daban siempre un significado a todo y no despreciaban ni una piedra. A todo le ponían su leyenda.
¿Habéis estado en el castillo de Loarre? No os dejarían andar por él, por la noche. Dicen que por las noches vaga el fantasma de D. Julián, causante, según la leyenda, de la entrada de los moros en España.
Pero si por las noches vais al castillo de Montearagón, escuchareis las voces y cantos de los monjes que lo habitaron.
Muchos santos se pasearon por nuestra tierra. San Úrbez, tiene la ermita dentro del cañón de Añisclo. Sitio de mucha agua. No es de extrañar. Donde tocaba su lacayo, brotaba agua. También anduvieron predicando por esta tierra San Gil y San Ginés. Un día se vieron sorprendidos por una avenida de agua del río Sotón. Uno se quedó en cada orilla. San Gil se refugió en Ortilla y San Ginés en Lupiñen. Hoy son los patronos de dichos lugares.
Amores apasionados también tenemos en Aragón. Todos conocemos los amantes de Teruel. Seguro que muy pocos conocen a los “amantes de Blecua”. Los padres de ella no permitieron que se casase con su amado. Tras una boda de conveniencia que forzó la familia, los amantes se siguieron viendo a escondidas. Un día, el marido los sorprendió y acabo con sus vidas, siendo enterrados vivos. De ambas tumbas, comenzaron a salir dos rosales que se entrelazaban. Si alguien los cortaba, los tallos volvían a crecer y a abrazarse.
En Bolea, está la “Acacia la lungara”. Unos zíngaros aparecieron por Bolea con sus cabras, su mono, sus burros y la gente que los portaban. Una tormenta con sus rayos mató a familia y animales. Una joven que había ido a buscar agua se salvó y se refugió en las cuevas de San Cristóbal
La gente le llevaba comida, aunque nunca se dejaba ver. A veces la veían sentada debajo de una alcacia. Una noche la encontraron muerta. La enterraron debajo de esta alcacia. De ahí el nombre que le pusieron. Cuentan que algunas noches se aparece a los caminantes que atraviesan ese lugar.
En algún lugar de Ayerbe, debe hallarse escondido un toro de oro que escondieron los musulmanes, antes de abandonar el castillo, ante la presión de los cristianos. En la actualidad se nombra el citado toro.
La sierra de Guara, puede verse desde Huesca y desde muchos puntos de Zaragoza. No pensamos en la figura que forma. El pico Gabardón era el padre de dos hermosas montañas, Gabarda y Gabardiella. Gabarda se fue a vivir a Monegros y Gabardiella se enamoró de Gratal, un monte seco y arisco. El padre no aprobaba estos amores. Galardón pidió ayuda a su amigo Guara, el más fuerte de todos los montes. Un día Guara los encontró juntos, formando una montaña y de un gran golpe los separó, dejando a Gratal tal como lo vemos, en solitario.
Las lágrimas de Gabardiella dieron origen a las aguas del río Flumen, que corre por la osca del “salto del Roldán”.
Gratal se enfureció y una noche, aprovechando que Guara estaba dormido, le asestó una puñalada. Así quedó para siempre como la observamos toda la sierra, En la cabeza, el pico Fraginete es la nariz, el pico Guara ocupa el pecho, y las rodillas corresponden al denominado Cabezón de Guara.
Hoy no busquéis estas leyendas en los pueblos, por que seguramente no encontraréis quien os las cuente. No busquéis ya gente en La Guarguera, ni en La Garcipollera, ni en el viejo Sobrarbe ni en el áspero Sobrepuerto. Tampoco por la mayoría de lugares de Teruel ni en muchos pueblos de esta provincia. Allí les hicieron imposible la vida. Ahora están aquí, en Zaragoza, en nuestros barrios.
Cuando uno callejea por nuestras plazas lo entiende. Y cuando ve a un abuelo con los ojos clavados en el infinito, teme que algo muy hondo se le rompa allá dentro. Y alguno, menos mal, tienen siempre algún mocozuelo juguetón que lo llama yayo y le hace volver a la realidad. Y al final, reír. Porque le sobran ganas de ir allá y le sobran ganas de quedarse aquí y no sabe como igualar.
Como le pasó a Gaitano de Nocito en el molino de Villotas, que pidió de merendar a las cinco y terminó a las diez porque no igualaba el pan con el chorizo. O le sobraba pan y cortaba más chorizo o le sobraba chorizo y se cortaba más pan.
Amigos, cuanto más conozco esta tierra, más la quiero. ¿No os ocurre a vosotros?